Por Frida Ghitis, especial para CNN
Nota del Editor: Frida Ghitis es columnista de asuntos mundiales en The Miami Herald y World Politics Review. Exproductora y excorresponsal de CNN, es autora de “El fin de la revolución: Un mundo cambiante en la era de la televisión en vivo”.
(CNN) – Estaba medio dormida cuando lo leí por primera vez, así que estaba segura de que había entendido mal. Las palabras en la pequeña pantalla que sostenía en mi mano decían: “Que descanses en paz, Jim”. Volví a mirar el teléfono tratando de comprender. No podía hacerlo.
Mi amigo Jim había fallecido inesperadamente a sus 56 años.
De pronto, una avalancha de pena cayó en Facebook mostrando una mezcla de sorpresa, tristeza, duda y amor genuino.
Conocí a Jim Sutherland varios años antes de que los dos trabajáramos en CNN. Pero nunca trabajamos juntos y no éramos tan cercanos en aquel momento. De hecho, creo que ni siquiera habíamos cruzados palabras. La amistad llegó mucho después, cuando nos conectamos en Facebook y Jim se convirtió en una improbable parte de mi vida cotidiana. Aprendí cosas de su familia, sus intereses, su intensidad. Y descubrí sus muchos talentos y fuertes convicciones políticas.
Las redes sociales habían llegado y creado una nueva forma de hacer amigos.
Jim había seguido trabajando como productor periodístico, pero su pasión (una de sus varias pasiones) era tocar la trompeta, algo que hacía de forma brillante. Lo fui a escuchar tocar, en persona, pero nuestra amistad era casi totalmente a través de Internet.
En el pasado solía utilizar las comillas para referirme sarcásticamente a un “amigo” de Facebook. ¿Son las conexiones de Facebook verdaderas amistades?
No tengo ninguna duda en describir de esa forma mi relación con Jim, cuya ausencia en el día a día me ha dejado un enorme vacío. Lo extraño. Algo ha cambiado en mi vida con su partida.
Y no estoy solo. Cientos y cientos de personas han derramado sus emociones en la comunidad electrónica. A veces se siente tan real y tan cercano como si estuviéramos en la misma habitación. De alguna forma, nos sentimos más cerca.
En Internet las personas se expresan con una sinceridad especial. No tienen que aguardar su turno para hablar y aquellos con pequeñas voces o personalidades introvertidas pueden mostrar emociones grandes, profundas y conmovedoras. En Internet podemos desarrollar un tipo de intimidad que nos esquiva en el mundo no virtual. En las redes sociales podemos compartir, como hacía Jim, cosas pequeñas y grandes de nuestra vida.
Facebook nos permite renovar el contacto con personas a miles de kilómetros, un recurso extraordinario para aquellos que hemos vivido y trabajado alrededor del mundo y hemos forjado amistades a miles de kilómetros.
Los mensajes para Jim venían de distintas regiones. Algunos escribían como si todavía estuviera aquí, como si pudiera leer los comentarios y contestarlos, o por lo menos cliquear “me gusta”.
Su hermana Holly me dijo que la familia recibió mucho consuelo por las muestras de afecto, incluyendo las de personas que no conocían personalmente.
“Descansa en paz, amigo”, decían muchos, agregando su toque personal. La gente comentaba sobre su intensidad y compasión. Sus amigos subían poemas y fotografías y le indicaban a Jim que se porte bien en su otra vida. Algunos le pedían que enviara saludos a otros que han fallecido.
Varios decían que nunca habían conocido a Jim en persona, pero que su relación online se había convertido en algo muy significativo. Entre estos había otro hombre llamado Jim Sutherland, cuya conexión estaba basada en compartir el mismo nombre. Ya había escuchado esa historia hace años cuando Jim la contó en Facebook.
Durante un tiempo, Jim subía la foto de su café mañanero. Cambiaba frecuentemente su imagen de perfil. Algunas eran divertidas, otras más series. Subía fotografías de sus padres en ocasiones especiales. Hablaba de su infancia como hijo de militares y del heroísmo de su padre en tiempos de guerra. Subía videos de sus ensayos musicales, elogiaba a otros músicos y discutía por la justicia social.
En conversaciones ocasionales, algunas en su página personal y otras por mensajes privados, me enseñó de cine y me explicó expresiones militares.
Jim era una de esas personas que opina sobre todos los temas. Facebook era perfecto para él y él era perfecto para nosotros.
Compartía sobre todo sus percepciones e ideas y comentaba sobre lo que el resto de nosotros hacía, decía y mostraba sobre nuestras vidas.
Durante mis primeros meses en Facebook, a veces subía algunos de mis artículos sobre política internacional. Jim rápidamente comentaba y debatía. Amaba la política y casi siempre tomaba una postura de izquierda con fuerte conciencia social. Estuvieras de acuerdo o no, no podía negarse que su ideología partía de la preocupación por el resto de las personas.
Eventualmente, decidí dejar de hablar de política en Facebook y utilizar otras redes sociales, como Twitter y LinkedIn, para tratar temas más polémicos.
Jim, por el contrario, ponía todo allí para que el mundo, o sus amigos, lo vieran. Tenía una versión moderna de la integridad que iba bien con su intensidad. Me mantenía al margen de sus batallas políticas pero disfrutaba leerlas y verlo llevarse todo por delante en cualquier debate.
Desde la mañana en que leí que Jim había muerto, he empezado a titubear un poco antes de agarrar el teléfono y ver las últimas actualizaciones. He descubierto que Facebook puede dar muy tristes noticias. Eso es porque he aprendido que brinda noticias de amigos muy cercanos.