Por James Montague

Nota del editor: James Montague escribió el libro When Friday Comes: Football, War and Revolution in the Middle East (Cuando sea viernes. El futbol, la guerra y la revolución en Medio Oriente), de la editorial de Coubertin Books.

Belo Horizonte, Brasil (CNN) — A las 11 de la noche de este lunes, personas cansadas y heridas se concentraban en Belo Horizonte para expresar de nuevo su descontento.

Más de 1.000 personas se reunieron en la Praça Sete de Setembro, en el centro de la ciudad, para cantar contra del gobierno y la policía. De un balcón cercano, pendía un letrero en el que se leía: “Anti Copa”. La policía militar bloqueó las calles y observaba a los manifestantes a lo lejos.

Daniel Sanabria, un técnico de veintitantos años, se sujetaba el brazo en el que tenía un vendaje sangriento mientras explicaba que era fruto de una bala. Poco antes, se había celebrado el primer partido de la Copa Confederaciones 2013, en el que el campeón de África, Nigeria, derrotó por 6 a 1 a la selección de la pequeña isla de Tahití. Fue un partido de prueba para las finales de la Copa Mundial, que albergará Brasil y que supondrá una oportunidad para demostrar que el país está listo para acoger el torneo deportivo más popular del mundo.

Al mismo tiempo, los helicópteros militares y civiles sobrevolaban la zona, las calles estaban cerradas y la policía militar estaba apostada en toda la ciudad mientras una serie de protestas estallaba a causa del alto costo de la vida, la mala calidad de la educación y el alto precio del transporte.

Las protestas iniciales surgieron a causa del aumento de las tarifas de autobús en Sao Paulo. La furia fue tal que, incluso en un país que ha destacado por su devoción al futbol, la Copa del Mundo, la Copa Confederaciones y el órgano rector mundial del deporte, la FIFA, se han convertido en un símbolo de la corrupción y el despilfarro.

Los manifestantes creen que el torneo ha ayudado a los ricos a enriquecerse más, mientras que los pobres se las arreglan con una infraestructura que se derrumba. La Copa del Mundo parece haber despertado algo que había estado dormido por mucho tiempo.

“Este año nos levantaremos”

“Esta noche todo gira alrededor de Brasil, nos estamos movilizando contra la corrupción. Hemos sufrido durante demasiados años”, dijo Tainara Freitas, una maestra que participó en las protestas hasta el final.

“Este año nos levantaremos. Hemos despertado. Estamos en las calles, como en Turquía y en Grecia. Han hecho que nos demos cuenta de esto. El Mundial en Brasil sólo gira alrededor del dinero. Hay demasiada gente pobre que sufre. El Mundial no es bueno para Brasil. Traerá turistas y dinero, pero no es bueno para el pueblo”.

Durante la mañana, 15,000 manifestantes marcharon hacia el estadio Mineirao mientras cientos de miles de brasileños salían a las calles de todo el país en la primera protesta coordinada de esta magnitud desde que terminó la dictadura militar en Brasil, a mediados de la década de 1980.

La policía respondió con gases lacrimógenos, disparó balas de goma contra la multitud y golpearon a los manifestantes, quienes quemaron barricadas en respuesta. Yo observaba la valiente actuación de Tahití en la cancha mientras los manifestantes se reunían afuera. Durante el medio tiempo, el periodista deportivo Igor Resende hablaba sobre las razones de la indignación. Unas horas más tarde, Resende estaba en el hospital: al parecer le dispararon en la espalda con una bala de goma.

“La policía recurrió a la fuerza bruta”, relató Resende. “No vi que los manifestantes hicieran nada. La policía arrojó una bomba que explotó en medio de la manifestación. Luego empezaron a disparar”.

Resende dijo que una bala de goma le había golpeado en la espalda mientras corría. “En ese momento, simplemente corrí. Pensé que si miraba hacia atrás, la policía probablemente me dispararía de nuevo. No creo que la policía esté bien preparada. Les pagan mal, tienen vidas malas. Actúan así porque están asustados”.

Sin embargo, Resende dijo que duda de que la respuesta de la policía tuviera algo que ver con la Copa Confederaciones. “Ayer hablé con uno de los policías de mayor rango que estaban en el lugar. Dijo que había 3,500 policías en las calles a causa del partido. Actúan para evitar que haya conflictos cerca de los estadios. La policía y la FIFA no quieren que los manifestantes se acerquen a los estadios”.

Para la FIFA, que ha tenido un papel esencial en los preparativos para la Copa del Mundo en Brasil, argumentó que “la gente usa la plataforma del futbol y la presencia de los medios internacionales para hacer ciertas manifestaciones”, según dijo el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, quien, junto con la presidente de Brasil, Dilma Roussef, recibió abucheos por parte de la multitud durante la ceremonia inaugural del sábado.

Desde entonces, las protestas no han menguado. Sanabria y Freitas coinciden en que la Copa Confederaciones, que acabará el 30 de junio, es una oportunidad para hacerse escuchar.

Pregunté a ambos qué mensaje querían enviar a la FIFA y al mundo del futbol. “Por favor, por favor, presionen más a nuestro gobierno, que el gobierno brasileño nos cuide”, dijo Freitas antes de regresar a la protesta. Sanabria seguía sujetando su mano herida. “Están cuidando de la gente de fuera del país, no nos están cuidando a nosotros, los pobres”. Ahora, los manifestantes tienen la atención del mundo.