(CNN) – Jack Whittaker tenía el plan más noble de todos.
Tras ganar 314 millones de dólares en el 2002, en ese entonces el premio mayor de la lotería Powerball, el dueño de una compañía construcción en West Virginia dijo que quería pagar el diezmo a la Iglesia de Dios, volver a contratar a algunos de los trabajadores que había despedido, y empezar una organización benéfica.
Podría comprar un helicóptero y definitivamente iba a mimar a su hija y a su nieta, indicó.
“No voy a comprar nada para mí”, expresó durante una conferencia de prensa en la que se anunciaba su buena fortuna. “Lo primero que voy a hacer es ir a casa. Me voy a sentar y voy a hacer tres cheques para tres pastores, por el 10% de este dinero. Eso es lo primero que voy a hacer”.
Whittaker, quien ya era millonario gracias a su compañía, dijo que el dinero no lo iba a cambiar en lo absoluto. Su vida seguiría como hasta ahora.
“Si de mí depende, no va a cambiar. Estoy contento con mi vida”, le dijo a los reporteros. “No la voy a cambiar mucho”.
Aún así, para el 2007, cuatro años después de lo que tendría que haber sido el día mas afortunado de su vida, Whittaker era un hombre acabado; había perdido a su nieta a causa de las drogas y tenía fama de conducir bajo los efectos del alcohol, frecuentar clubes nocturnos y ser asaltado. Formalizó su divorcio al año siguiente. Su hija murió un año después.
En enero del 2007, al responder a una queja de que no había pagado lo acordado a una mujer que aseguraba haber sido acosada por él en un canódromo, Whittaker presentó una declaración al Tribunal de Circuito de Kanawha, en la que indicaba “El 11 de septiembre, un grupo de bandidos entraron a 12 distintas sucursales del City National Bank, cobraron 12 cheques y se llevaron todo mi dinero”.
“Quiero pagar, pero no puedo si no tengo dinero”, decía la declaración. Whittaker, por supuesto, es el representante perfecto de los ganadores de la lotería que pierden el rumbo; seguramente hay muchos otros felices ganadores que tomaron su dinero y siguieron viviendo su vida en calma, y sólo fueron mencionados una vez más en el periódico local.
Sin embargo, tal vez resulte sorprendente saber que más o menos el 70% de los que reciben dinero inesperado, lo pierden en tan sólo un par de años, según el Fondo Nacional para la Educación Financiera.
Mientras esperamos conocer el nombre de la persona que compró el boleto ganador de 400 millones de dólares de la lotería Powerball en Lexington, Carolina del Sur, vale la pena recordar que la fortuna repentina no es la panacea, como muchas veces se presenta.
No sólo puede el ingreso aparentemente ilimitado tentarlos a dejar de lado la moderación; quienes han ganado la lotería también pueden encontrarse con que sus familiares y amigos los tratan más como una marca que como un ser querido, según Michael Boone, administrador de patrimonios de Bellevue, Washington, quien habló con CNN luego de que los ganadores de la lotería Mega Millions de 656 millones de dólares fueron anunciados el año pasado.
“Si eres una figura pública, vas a atraer la atención de la gente que quiere recibir algo de parte tuya”, indicó. “A la mayoría de nosotros no nos agradaría si nuestro sueldo mensual fuera anunciado en el periódico”.
Obras benéficas empiezan a hacer solicitudes. Supuestos emprendedores se acercan con propuestas. Primos lejanos vienen a pedir préstamos. Amigos se acercan a recomendar a alguien para que administre el dinero.
“No significa que no querrías hacer algo bueno por ellos, pero se podría convertir en un trabajo de tiempo completo”, dijo Boone.
Su consejo sería permanecer en el anonimato, pero sólo Delaware, Kansas, Maryland, Dakota del Norte y Ohio permiten que los ganadores eviten la publicidad de la lotería estatal. (Michigan también lo permite en ciertas circunstancias, pero no para los ganadores de las loterías Powerball o Mega Millions). Por lo tanto, Boone aconseja a sus clientes mantener un bajo perfil.
Como Michael Norton, profesor adjunto de administración de empresas en la Escuela de Negocios de Harvard le dijo a CNN en el 2011, “Cuando te conviertes en la persona acaudalada a quien otras personas buscan, el vínculo social que tienes con ellos puede verse afectado porque tu relación pasa de amistad a ser casi una transacción”.
¿Te preguntas qué es lo peor que puede pasar? Bueno, Whittaker ni siquiera es un ejemplo del peor de los casos.
Hace unos meses atrás, Urooj Khan, un hombre descrito como un exitoso y trabajador inmigrante indio, murió de envenenamiento por cianuro el día después que ganó 425.000 dólares en un boleto raspable de lotería. No han arrestado al responsable.
El propio hermano de William “Bud” Post supuestamente trató de matarlo después que ganó 16,2 millones de dólares en un juego de lotería estatal en Pensilvania, en 1988. A pesar de que su hermano fue enviado a prisión, los gastos y comportamiento imprudente de Post lo dejaron en la quiebra y divorciado antes de morir en el 2006 a causa de un fallo respiratorio.
Estos son casos extremos, por supuesto, pero hay muchos casos de tragedias menores que les ocurren a quienes se ganan la lotería.
Está el caso del hombre británico, quien despilfarró la lotería de 9,7 millones de libras que se ganó en el 2002, gran parte en cocaína y prostitutas, sólo para verse de nuevo trabajando como recolector de basura para el 2010.
Y la fabricante de pelucas de St. Louis, quien ganó 18 millones de dólares en 1993, sólo para gastarlo en causas políticas y filantrópicas, que declaró en banca rota cuatro años después.
Está también la mujer de Nueva Jersey, quien se ganó la lotería dos veces -un gran total de 5,4 millones de dólares- pero fue tan incapaz de dejar los juegos de azar, que terminó viviendo en un remolque luego de perder la mayor parte de su dinero en los casinos de Atlantic City.
Jim McCullar vio señales espeluznantes antes de siquiera cobrar la mitad de su premio de 380 millones de dólares de la lotería Mega Millions en el 2011; le dijo a CNN que temía ser dado a conocer como el ganador porque “todo lo que veíamos eran depredadores, y teníamos miedo de hacer algo hasta llegar al lugar con protección de la policía”.
Sin embargo, ganar no siempre es una maldición. Lee McDaniel, de Stone Mountain, Georgia, quien ganó 5 millones en la Lotería de Georgia en el 2010, dijo en una entrevista al año siguiente que no le había visto ninguna desventaja al dinero. Había ayudado a su hermana con gastos médicos, le había dado dinero a otros familiares, remodeló su casa, compró un vehículo recreacional y un Jeep, e invirtió gran parte del efectivo.
“No siento que haya cambiado. Es sólo que estoy en una buena situación financiera”, indicó.
Éste es un fuerte contraste frente al caso de Whittaker, y mientras las experiencias de la mayoría de ganadores de la lotería caen en algún punto entre el caso de McDaniel y Whittaker, podemos decir con seguridad que ninguno quiere seguir los pasos de este último, en el camino que tomó después de haberse ganado sus millones. Ninguno debería tener que decirle a ABC News, como lo hizo Whittaker cinco años después de ganarse la lotería, que hubiera estado mejor sin el dinero. “Desde que me gané la lotería, creo que no hay control para la ambición”, le dijo al canal. “Creo que si tienes algo, siempre hay alguien más que lo quiere. Desearía haber destruido ese boleto”.