Por Richard Hect, especial para CNN
Nota del editor: Richard Hect es profesor de Estudios Religiosos en la Universidad de California en Santa Bárbara y es uno de los autores del libro To Rule Jerusalem
JERUSALÉN (CNN) — Probablemente el comentario que se repite con más frecuencia sobre Jerusalén es el de que se trata de una ciudad sagrada para las tres religiones monoteístas de occidente: el judaísmo, el cristianismo y el islam.
Cientos de guías de turistas lo dicen en los autobuses cargados de turistas que llegan a la urbe cada día. Los periodistas que tienen que presentar historias desde y sobre Jerusalén usan esta descripción en sus entradas.
¿Pero, qué significa realmente? ¿Qué implica el llamar “sagrado” a un lugar o a una ciudad?
Claro que, de inmediato, esto remite a los sitios y edificios que contienen y consolidan lo sagrado o lo santo. En Jerusalén hay, literalmente, cientos de esos contenedores, algunos mejor conocidos que otros.
De inmediato piensas en el Muro de las Lamentaciones para los judíos, en la iglesia del Santo Sepulcro o la Tumba del Jardín para los cristianos, o en la Cúpula de la Roca y la mezquita al Aqsa para el islam.
Esos contenedores son solo el aparato de un lugar sagrado. La cuestión fundamental es cuál es la dinámica o el software que vuelve sagrado a un lugar.
En cada caso, los contenedores “marcan” la convergencia del mundo divino y trascendental con el terrenal y de los humanos.
Esta es la roca en la que Dios le ordenó a Abraham que atara a su hijo Isaac para sacrificarlo y donde, más tarde, David y Salomón construirían la estructura ritual central para el judaísmo, el templo que quedó destruido dos veces y que muchos judíos sueñan que será reconstruido en un futuro mesiánico, cuando los muertos revivan.
Esas son las calles y las rocas que tocó Jesús, el hijo de Dios, el lugar en el que fue revelado el ritual esencial de la cristiandad, en donde el pan fue identificado, y el vino con el cuerpo y la sangre del sacrificio del salvador, el lugar en donde ocurrirá el Apocalipsis.
Este es el lugar al que Dios llevó a su profeta Mahoma durante un milagroso viaje nocturno.
En esa misma roca que Dios eligió, Abraham casi sacrifica a su hijo, crucificaron a Jesús, y Mahoma ascendió al paraíso para recibir la orden de orar a diario por el Islam. También es donde iniciará el Día del Juicio, en donde los justos y los malvados recibirán sus recompensas y sus castigos.
Un sitio sagrado es el eje del mundo celestial y el humano: donde convergen ambos.
Esto significa, desde luego, que el comportamiento humano debe ser más disciplinado y moderado que cuando visitamos un lugar como Los Ángeles o Miami.
Los rituales son necesarios para mantener la presencia de lo sagrado. Los peregrinos y los habitantes visten de forma diferente y hablan diferente; a menudo se ponen nerviosos, tensos, incluso, violentos cuando piensan que los demás no se comportan de forma correcta.
El tiempo es más pesado en los lugares sagrados que en otras partes. El presente está impregnado del pasado y el futuro. La memoria es tanto individual (mis padres tenían una panadería en esa esquina) como colectiva o nacional (mi pueblo nació aquí) y está presente en cada acto y en cada encuentro.
Tu historia existencial está aquí, es quien realmente eres y cada acontecimiento relevante ocurrió en este sitio.
En un lugar como Jerusalén, la religión es política y la política es religión. Esas actividades humanas están unidas íntimamente.
La religión y la política no solo dividen a las ciudades sagradas, sino que las polarizan, como lo señaló el distinguido urbanista israelí y antiguo concejal de Jerusalén, Meron Benvenisti.
El carácter sagrado de lugares como Jerusalén nunca es estático. Siempre está en un cambio constante, se construyen capas de significado y simbolismo sobre las ya existentes y en adelante muchas más serán formadas.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Richard Hect.