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Por Sarah Cone, para CNN

(CNN) – Los hoteles han sido una gran parte de mi vida doméstica.

Conocí a mi esposo, quien viaja mucho por trabajo, en el lobby de un hotel: el Chateau Marmont, en Los Ángeles.

Nuestra primera, segunda y tercera cita fueron todas en hoteles: el Hotel Cipriani en Venecia, el Post Ranch Inn en Big Sur y el Gran Hotel de Milan en Italia.

La primera vez que me dijo que me amaba fue en un hotel (de nuevo el Chateau Marmont); yo me di cuenta que lo amaba en el hotel Peninsula, en Hong Kong.

Tuvimos dos años de maravillosa vida hogareña, siempre en hoteles.

La siguiente vez que fuimos al Chateau Marmont fue para nuestra boda. Después que nos casamos, tratamos de establecernos.

Tendría que haber sido una época de alegría para mí al pasar de vivir de hotel en hotel a ser ama de casa: decorar, juntar nuestras cosas, discutir sobre los sillones, cocinar, e invitar a familiares y amigos.

Pero cuanto más nos establecíamos, más anhelaba la libertad de los hoteles.

Se habían convertido en mi hábitat, con una cultura internacionalizada que parece ser más mi hogar que mi hogar actual: una casa idealizada y llevada a la perfección.

Las casas son tan complicadas, tan llenas de detalles banales.

Los hoteles son libres de preocupaciones y están por encima de toda trivialidad.

La vida siempre es igual -dormir, despertar, trabajar, comer, sexo- pero en un hotel, todo tiene un toque de novedad.

Éstas son las razones por las que todo en la vida es mejor en un hotel.

1. Sexo salvaje  

El sexo requiere de superficies, y si la superficie de tu pareja nunca cambia, un hotel puede brindarte la variedad que tanto anhelas.

En el hotel The Ring, en Viena, una vez nos dieron una magnífica suite con una enorme mesa de comedor, la cual vimos con lujuria.

Si estuviéramos en casa, tales aventuras nunca hubieran ocurrido: ¿desnudos sobre la mesa donde cenaríamos para el día de Acción de Gracias?

En un hotel, todo se vale.

Una vez, cuando nos estábamos registrando en el Shutters de Santa Monica, un famoso actor de Hollywood se estaba registrando al lado de nosotros, acompañado de dos mujeres. Desde entonces, le pusimos por sobrenombre “Slutters” (de “slut”, o “mujerzuela”).

Todos los hoteles tienen un indicio de misterio; al igual que las mejores relaciones sexuales, son lugares exóticos de los que no te puedes adueñar.

No es de admirarse que los hoteles sean populares para las aventuras y andanzas clandestinas. Sólo trata de no pensar en todas las personas que también las han tenido ahí.

2. Sueño perfecto  

Fuera de los hoteles no duermo tranquilamente; es sólo ahí donde puedo olvidarme de todo.

Las cortinas se cierran para lograr una oscuridad total. Las sábanas están recién lavadas y planchadas.

Hay silencio en las habitaciones; las paredes son sólidas; el mundo es distante.

El sueño es mejor en las camas de los hoteles; son lugares diseñados para tener una noche de descanso puro y perfecto.

3. La mañana siguiente  

Lo que es aún mejor que dormir en un hotel es despertarse en uno.

Mi favorito es el Beau Rivage en Ginebra. Tiene un control remoto al lado de la cama que abre las cortinas blackout, para que puedas quedarte acostado mientras ves cómo se levanta la mañana en Suiza, sobre el Lago de Ginebra.

Los hoteles se construyen teniendo la ubicación en mente, y siempre hay un par de habitaciones que tienen vistas deseables.

Prefiero llegar a los hoteles a media noche; así, al abrir las cortinas en la mañana, puedo ver ante mí una nueva ciudad que me atrae y me llama a la aventura.

4. Desayunos increíbles  

Para mí, el mejor lujo llega a la hora de pedir el desayuno.

“Piña en rodajas y un café latte doble, por favor”.

Es un ritual sorprendentemente fácil de mantener.

Los desayunos en un hotel son maravillosamente elegantes; los sirven en bandejas plateadas con vajilla de porcelana; manteles blancos planchados, y el capullo de una rosa en un florero de vidrio.

La piña podría venir acompañada de flores de decoración comestibles, o decoraciones en la espuma del latte.

5. El lobby  

Mi lugar favorito para trabajar (esto es, escribir novelas) es el lobby de un hotel de lujo.

Soy más productiva rodeada por ese agradable bullicio tranquilo.

Los lobbies de los hoteles están llenos de extraños exóticos. Como alguien que conoció a su esposo en tales circunstancias, puedo dar fe del poder de cambio de vida que tiene.

Nunca sabes cuándo un apuesto hombre te mandará un trago que posiblemente cambie todo.

6. Armonía doméstica  

Mi esposo y yo tenemos una rutina doméstica en los hoteles.

Él sale a trabajar; yo desayuno en la cama y trabajo en el lobby del hotel. Luego, doy una vuelta por la ciudad mientras arreglan la habitación.

No hay nada como regresar a tu habitación del hotel perfectamente limpia: el placer de un esposo de la década de 1950, junto con el placer aún mayor de no ser la ama de casa de esa época responsable de tal orden.

La tarde libre de tareas se extiende delante de ti. Mi esposo escucha música clásica y lee. Me siento en su regazo y hablamos de lo que hicimos ese día.

Luego, nos cambiamos para ir a cenar.

Ahora, todos los hoteles tienen buenos restaurantes.

No hay nada mejor que bajar a disfrutar de una deliciosa cena con botellas de vino tinto, para luego regresar a la habitación como dos marineros ebrios (ver #1).

Repetimos esta rutina en nuevas ciudades y nuevos hoteles, y esto nunca pierde su encanto. Es la mas trivial de las rutinas, pero jamás aburre.

Los hoteles tienen una domesticidad absoluta; son hogares que podemos habitar, y luego abandonar. Tienen todos los placeres de la vida doméstica, sin ninguna de sus cargas, y en esto, me hacen sentir libre y en casa.

Sarah Cone es inversionistaa de capital de riesgo, escritora (de ficción y periodismo), colaboradora de The Globalist de A Small World y una viajera constante, con casas en California, Uruguay, Argentina, Nueva Zelanda e Italia. Puedes seguir sus viajes en Flying Flocks y en la cuenta de Twitter @sarah_cone.