Por Moni Basu
(CNN) — Mathura tenía 14 años, tal vez 16, cuando la violaron. Era 1972 y yo tenía nueve. La India en la que ella era joven fue la misma en la que yo lo fui, con la única excepción de las condiciones de pobreza extrema en las que vivió.
Ella era huérfana y su pobreza la obligaba a aceptar cualquier trabajo para comer, como recolectar estiércol de vaca con sus propias manos, para luego dejarlo secar y venderlo como combustible. Para mí, vidas como la de ella eran comunes, estaba acostumbrada a ver a las mujeres en Kolkata, mi ciudad, a hacer lo mismo. Nunca me imaginé que mis manos tocaran la materia fecal de un animal.
Sin embargo, las violaciones no conoce de límites de clase y cultura. Luego de que esto le pasara, parecía que ella tenía una letra escarlata en el pecho, así era el estigma de una mujer violada en India. Mathura fue valiente e hizo lo que pocas mujeres hacían en aquella época: llevar su caso ante la justicia. Pero la suprema corte de la región no le creyó, la justicia negó la culpabilidad de sus atacantes, dos policías, y los dejó en libertad.
Su caso fue monumental, legal y socialmente. Por primera vez se desataron protestas por violación en el país, las mismas que lograron que se reformaran las leyes de acoso sexual. Se inició un movimiento feminista, que promovía acciones para empoderar a la mujer. La gente comenzó a ver la violencia de género como lo que es: un acto brutal de poder.
Yo leí del caso por primera vez mientras trabajaba como periodista en Estados Unidos y entonces me interesé por los derechos de las mujeres en el mundo. Aunque la corte se negó a creer que Mathura había sido violada, los acontecimientos estaban de su lado.
Su caso se convirtió para mí en el prisma desde donde podría observar mi lugar natal y su desarrollo en las últimas cuatro décadas. Hace menos de un año, otro caso levantó una ola de indignación en el país. Miles de personas marcharon por las calles luego de que un grupo de hombres violara a una mujer en un autobús. La historia terminó en la muerte de la joven.
Un titular del diario indio Hindustan Times llamó mi atención. La columna hacía referencia y lamentaba cómo la actitud de los hombres no había cambiado desde 1972. Incluso algunos reportes indicaban el alza en violaciones desde hace 41 años.
Nadie parecía saber qué le había pasado a la víctima, a la adolescente cuyo nombre saltaba en todos lados: Mathura. ¿Seguía viva? Esa curiosidad me llevó a iniciar mi búsqueda de la mujer que inocentemente había salido de su casa con rumbo a una estación de policía y había regresado como víctima de abuso sexual. Quería encontrarla por muchas razones, creo que muy dentro de mí, me sentía identificada.
Quería aprender sobre India, sobre cómo su sociedad lidiaba con la violación, y cómo Mathura había influido en ello.
Yo sabía lo devastador que podía ser una violación, y me pregunté cómo había afrontado ella su vida, atrapada por la pobreza, el analfabetismo y el patriarcado. ¿Había encontrado el amor? ¿Era madre? ¿Se sentía feliz?
En mi búsqueda, pregunté a abogados, periodistas y activistas. “Nunca la vas a encontrar”, me dijeron en varias ocasiones.
Conociendo a Mathura
Luego de mucho tiempo y de varias entrevistas, hallé a Mathura en Nawargaon. Cuando la ví, lo primero que hice fue explicar quién era yo y por qué estaba ahí. Le conté que la había estado buscando durante mucho tiempo y que había viajado más de 14.000 kilómetros.
Mathura me contó que vivía en ese pueblo desde que se casó con Attaram y que tiene dos hijos. “¿Por qué has venido a verme?”, me preguntó. “Nadie ha venido a verme en todos estos años. Nadie vino a ayudarme”, dijo. En respuesta le pregunté que si había escuchado de Nribhaya, la joven que fue violada por un grupo de hombres en Delhi.
Ella asintió y yo le pregunté: “¿Sabías que tu nombre apareció nuevamente en los periódicos que reportaron el caso?” Respondió que no. “¿Qué decían?”, me preguntó.
Le contesté con una explicación sobre la importancia de su caso. Cuando empezaba a recordar su historia, su hijo mayor, Papu Attaram, de 25 años, entró y dijo en representación de su madre: “No estamos interesados en nada que usted tenga que decir”. Ellos conocen la cruel historia de su madre, pero no todos los que lo conocen la saben. Me pregunto si hubieran estado más dispuestos a hablar conmigo si su identidad no hubiera sido revelada hace tantos años.
“He tratado de olvidarlo”, dijo Mathura. “He tratado mucho de comenzar mi vida de nuevo. No tengo otra alternativa”, agregó. Quiero decirle que yo sé lo que siente. Ella tenía entre 14 y 16 años cuando la violaron, yo tenía 18.