Por Mohammed Jamjoom
BEIRUT, Líbano (CNN) — El nacimiento de Ghadi ha sido un acontecimiento muy importante para un país tan pequeño como Líbano.
“Ghadi nació puro, nació como ciudadano libanés”, explica su alegre madre, Kholoud Sukkarieh, mientras carga en brazos a su bebé de casi dos meses de nacido. “Cuando nació no era una persona sectaria”.
Sukkarieh dice que ese logro es “un paso hacia un Líbano mejor” y “el resultado de una lucha prolongada”.
Ciertamente no lo sabrías con solo ver la ordenada acta de nacimiento de Ghadi, un documento sencillo que contrasta con la complejidad de su situación.
Sukkarieh señala orgullosa la línea en la que normalmente se anotaría la secta a la que pertenece su hijo: se dejó en blanco, deliberadamente, en este pedazo de papel histórico aunque frágil.
Puede parecer sencillo, pero en un país en el que poco menos de 5 millones de personas profesan 18 religiones diferentes, fue todo menos eso. El gobierno de Líbano depende en gran parte del equilibrio político sectario para conservar una paz bastante frágil. Es un sistema que parece estar siempre lleno de peligros para su población.
Ghadi, cuyo nombre significa “mi futuro”, no tiene edad suficiente como para preocuparse. Sus padres sueñan con un futuro en el que no tendrá que hacerlo.
Sukkarieh es musulmana sunita y su esposo, Nidal Darwish, es chiita; nunca quisieron celebrar una boda religiosa. Pero los matrimonios civiles son ilegales en Líbano.
Sukkarieh y Darwish están tan comprometidos entre sí como con su causa, así que se enfrentaron a los líderes políticos y religiosos y libraron una batalla de dos años —desde que se comprometieron— para volverse la primera pareja a la que se otorgó una autorización de matrimonio civil en Líbano.
Debido al sistema de gobierno religioso del país —cuya política se ha fracturado conforme las fronteras sectarias se han profundizado—, en muchas ocasiones pareció que no ganarían. Pero perseveraron a pesar de la intensa oposición y las múltiples amenazas.
La ley todavía no ha cambiado, pero el impulso para que esto ocurra está incrementando. El permiso de matrimonio de Sukkarieh y Darwish se aprobó en abril de 2013 y desde entonces no han dejado de ir más allá. Pero en Líbano, en donde la religión puede ser la diferencia entre la vida y la muerte, no siempre se celebran el amor y el nacimiento.
“Alguien me dirigió un mensaje en Facebook”, me cuenta Sukkarieh. “Me dijo: ‘Transformaré a tu bebé en sangre porque es un bebé ilegal’ según su punto de vista… Me dijo: ‘No lo verás crecer… lo verás muerto en tus manos algún día’”.
Es difícil imaginar que alguien pueda creer que Ghadi es una amenaza, aunque las tensiones sectarias han existido desde hace mucho en este país que vivió una brutal guerra civil durante 15 años y que cada vez se hunde más en otra guerra civil que se libra en Siria, el país vecino.
Apenas la semana pasada, dos atentados con bombas sacudieron a Beirut. Durante el verano, docenas de personas murieron en explosiones dirigidas contra los bastiones sunitas y chiitas en todo el país.
No sorprende que Darwish tema tanto por su familia.
“Es muy difícil porque cuando Kholoud y yo emprendimos este camino, recibimos amenazas pero no nos afectaban, estábamos orgullosos de lo que estábamos haciendo y de los pasos que dábamos”, cuenta. “Pero desde que nació Ghadi hemos empezado a sentirnos asustados”.
La familia que quiere cambiar a Líbano tal vez tenga que abandonar el país. Mientras consideran mudarse, se entristecen y se preocupan cada vez más.
“Terminas viviendo con miedo”, dice Darwish. “Todo lo que quiero es proteger constantemente a Kholoud y a Ghadi”, agrega, “abrazarlos y no soltarlos”.
“Ahora estamos tratando de solicitar un permiso de inmigración en otra parte, en donde podamos estar protegidos como seres humanos y (en donde podamos conservar) nuestros derechos humanos y civiles”, dice Sukkarieh.
Esta es la triste realidad de Líbano: un bebé hermoso cuya llegada debía representar esperanza y que tal vez tenga que partir de un país dividido que necesita más esperanza que nunca.