Por Michael Holmes, CNN
(CNN Español) – Una mañana de diciembre tremendamente fría en 2011, observamos a las últimas tropas estadounidenses cruzar la frontera de Kuwait, terminando así la guerra de EE.UU. en Iraq.
Había más de 100 vehículos en ese convoy, serpenteando a través del desierto cruzaron por el paso fronterizo iluminado con focos y dejaron atrás las bases vacías y los recuerdos de casi 4.500 vidas de estadounidenses que se habían perdido.
Los estadounidenses suspiraron aliviados. Muchos iraquíes contuvieron el aliento. La guerra, temieron, estaba lejos de terminar para ellos, y el tiempo ha confirmado sus temores. La muerte y la violencia nunca terminaron, es tan solo que las bombas y balas desaparecieron de las mentes de los estadounidenses y de las pantallas de televisión una vez que la retirada fue completa.
Dos años más tarde estamos de vuelta en Iraq y las cosas están en muchos aspectos peor para los iraquíes que cuando los estadounidenses partieron.
Conduciendo a lo largo de lo que los militares estadounidenses llamaron la “Ruta Irlandesa”, o la BIAP (Carretera del Aeropuerto Internacional de Bagdad, por sus siglas en inglés), los muros anti deflagración de hormigón están ahora cubiertos de murales, la franja central está ajardinada con palmeras y fuentes. Se nos recordó que esto fue hecho para la Cumbre de 2012 de la Liga Árabe en Bagdad, no por el embellecimiento generalizado.
A aquellos de nosotros que hemos viajado a Bagdad en múltiples misiones nos chocó la omnipresente presencia de la seguridad, controles de policía y puestos y unidades del ejército de servicio en algunos lugares.
El tráfico siempre fue terrible en Bagdad. Hoy en día, está peor de lo que podemos recordar.
Los residentes dicen que casi están acostumbrados a la amenaza de no llegar a casa por la noche debido a algún coche bomba aleatorio.
Más de 8.000 personas fueron asesinadas en Iraq en 2013, según estima la ONU, la mayoría de ellos civiles inocentes alcanzados en la tempestad de violencia que se apodera de su país.
El trabajo preliminar de los problemas actuales empezó casi al mismo tiempo de que el último convoy estadounidense partiera en 2011. Los legisladores suníes protestaron el acorralamiento de muchos de sus asesores y guardias de seguridad y del vicepresidente del país, el líder supremo suní Tariq al-Hashimi, quien se enfrentó a un arresto y después huyó del país.
El gobierno del Primer Ministro Nouri al-Maliki tenía que marcar el inicio de una época política de inclusión y reconciliación. Sus críticos dicen que esos primeros días después de la partida de los estadounidenses fueron una señal de las intenciones enfrentadas que han continuado hasta este día.
La minoría suní que había gobernado con el puño de hierro de Saddam Hussein estuvo expuesta política y socialmente a merced del gobierno, dominado por los chiitas, de al-Maliki. Hoy, dicen que la “inclusión” nunca se materializó, los suníes han sido marginados y el resentimiento se ha enconado en un clima político de ‘divide y vencerás’. Como un residente dijo, “Es algo así como: si tú estás en contra nuestra, eres un terrorista y te arrestaremos”.
Este resentimiento, ayudado por el violento cierre del gobierno de los campamentos de protestas suníes, proporcionaron una oportunidad al Estado Islámico de Iraq y Siria (ISIS), unido a al Qaeda, para entrar en bloque en el corazón suní de la provincia de Ambar. Al Qaeda es una fiera que se da un festín con el descontento y en Ambar tiene sustento en abundancia.
Una versión anterior de ISIS, el Estado islámico de Iraq, reunió a los principales insurrectos contra quienes los estadounidenses lucharon en esas ciudades durante la guerra. Se ha reagrupado y fortalecido del otro lado de la frontera con Siria durante el sangriento conflicto en el país, y extendió su lucha por un hogar para su marca de islamismo extremista en Iraq.
Los resultados han sido mortíferos, no solo en Ramadi y Faluya, sino en todo el país, donde, igual que en los “malos días” de 2005-2009, los bombazos y asesinatos son eventos que ocurren a diario.
En 2006, los estadounidenses convencieron, y pagaron, a los líderes suníes tribales y religiosos a luchar contra los extremistas, con bastante éxito. Sin embargo, los agravios de los suníes nunca se acabaron y algunos en Ambar ven a ISIS como camaradas en armas contra el gobierno de al-Maliki a quien ven como el opresor de los suníes. Otros suníes ven a al-Maliki como el menor de dos males, no les gusta cómo los trata, pero les gusta menos el “gobierno” de línea dura y brutal de ISIS.
Al-Maliki ha calificado más de una vez las muchas luchas y enfrentamientos en Ramadi y Faluya como una lucha contra “al Qaeda”, pero no es tan sencillo.
Los suníes tienen la sensación de encontrarse bajo la bota de un gobierno sectario, de ser apartados del gobierno de su país, de fracasar en la participación de los crecientes ingresos del petróleo, todo lo cual no tiene nada que ver con al Qaeda y no se evaporará hasta que ISIS sea expulsada de Ramadi y Faluya.
Los estadounidenses no volverán para ayudar en el terreno, pero están proporcionando otro apoyo, ofrecen aeronaves no dirigidas, misiles, aviones y otra asistencia.
Pero esta no es una lucha que se ganará en términos militares. Los suníes, muchos de quienes todavía tienen que acostumbrarse a no gobernar el país, dicen que quieren ser parte del sistema que debía ser “incluyente” pero, sienten, ha sido cualquier cosa menos eso.