By Martha S. Jones, especial para CNN
Nota del editor: Martha S. Jones es profesora de historia, derecho y estudios afroamericanos y africanos en la Universidad de Michigan. Ella está escribiendo una memoria familiar sobre la identidad de las personas de raza mixta. Ésta es la segunda parte en la serie “Black History Month”, la cual explora la evolución de la identidad afroamericana. La primera se enfocó en el estudiante “blanco” que integró la Universidad de Mississippi.
(CNN) – Mi seminario de invierno en 2010 comenzó de la misma forma en que inicio cada clase. Hice comentarios introductorios acerca de los temas y requisitos para mi curso sobre la historia de la raza, la ley y el matrimonio en Estados Unidos.
Si estás viendo esta nota en tu móvil, mira aquí la galería.
“Ahora”, los animé, “quiero que todos participen. Cuéntennos algo sobre ustedes y por qué eligieron este curso”.
Esta introducción era rutinaria. Pero lo que escuché fue todo menos la norma: “Mi madre es negra y mi padre es blanco”. “Estoy en una relación interracial”.
Normalmente, permanezco en silencio; escucho y tomo notas. Pero cuando escuché a un tercer estudiante decir “soy de raza mixta; vengo de una familia de raza mixta”, tuve que hacer a un lado mi cuaderno y me senté al borde de mi asiento.
“Yo también”, me oí decir a mí misma. Y con eso, supe que la clase sería de todo menos rutinaria. Hasta ese momento, yo siempre había contado una clara historia sobre mi identidad. Yo, sencillamente, era negra. ¿Y en cuanto al hecho de que mi madre era blanca? Eso había sido irrelevante para mí y para mi generación de la “regla de una gota”.
Mis estudiantes tenían otra perspectiva.
Todo acerca de mi familia era una confusión. Mi madre era del norte, de la clase trabajadora, y una alemana católica que solamente alcanzó a ver niños protestantes a través de las lineas de terrenos facturados East Buffalo. Mi padre era de Carolina del Norte, un niño de la clase media negra y un metodista, cuyo tío era un obispo que rechazó celebrar sus nupcias interreligiosas.
Más adelante, bromeaban de que ésta diferencia (protestante versus católico) fue la ruina de su matrimonio. Pero no lo fue. Él era negro y ella era blanca, y su unión de 1957 estaba prohibida por la ley en Carolina del Norte, donde mi padre creció.
Cuando trasladaron a nuestra pequeña familia desde Harlem a un suburbio predominantemente blanco, conocieron a Jim Crow: discriminación, clausulas restrictivas y renuentes vecinos. Una vez que las amenazas de bomba pasaron, vivimos años en un incómodo aislamiento.
Mis padres fueron parias sociales mientras nosotros, sus tres hijos, fuimos lamentables desafortunados. No recuerdo el momento en 1967 cuando la Corte Suprema de los Estados Unidos anuló las leyes anti mestizaje en el caso Loving vs. Virginia. Mis padres estaban en medio de un proceso de separación, por lo que celebrar nuestra familia era algo difícil de hacer.
Pero incluso en los mejores momentos, mi familia rara vez admitió el hecho social de nuestra identidad de dos razas. Esta fue la época de la regla de una gota, una percepción de la raza, que consideraba que una persona con ascendencia africana, por muy remota que fuera, era negra.
Nosotros éramos negros -más adelante, afroamericanos- y no había ningún rasgo blanco de nuestra madre o nuestros propios cuerpos ambiguos que lo pudieran cambiar.
“¿Qué eres tú?”, me preguntaban mis compañeros. No puedo decir que nos preguntaban esto más a menudo que a otros chicos, pero yo sé que ninguna respuesta provocaba más virulencia que la aclaración de que éramos negros. El apodo “Casper” (como de fantasma o espectro) era popular, algunos patios traseros eran una zona prohibida y en ocasiones había peleas.
Aun así, nos adheríamos a nuestra identidad de una gota.
En gran parte, Estados Unidos creía estar organizado alrededor de un binario racial. Era bueno saber en qué posición estabas, incluso si resultaba incómodo.
Gran parte de mi vida adulta se guio por la opinión que, a pesar de lo mucho que otros me podrían malinterpretar, yo era negra. Y en mis círculos había amigos y colegas con quienes yo compartía la identidad de una gota.
Sí, teníamos un padre que no era afroamericano. Pero ése era un hecho silencioso, uno que nuestros cuerpos podrían admitir pero nuestras voces raramente pronunciaban.
¿Por qué era así? Tal vez destacar a un padre que no era negro podría llevar a la acusación de que nos estábamos distanciando del estigma de la raza negra. Tal vez íbamos a dar la impresión de que queríamos pasar por algo que no éramos. Tal vez nos iban a ver con sospecha, iban a cuestionar nuestras lealtades en un mundo que tan a menudo ponía a los negros en contra de los blancos.
En general, pienso que éramos negros porque eso encajaba, porque parecía ser lo correcto, y porque la identidad racial como construcción social está arraigada en mucho más que el hecho de la paternidad de una persona.
Y bajo el régimen de la regla de una gota, nunca supe que había una alternativa.
Hasta que tuve este momento de ” yo también” en la clase.
Ahí, fui confrontada con historias de estudiantes que no parecían ser muy diferentes a mi propia historia. Los orígenes de raza mixta de sus familias también habían requerido que aclararan su identidad. Ellos hablaron de las dinámicas del distanciamiento familiar, pero también del amor que desafió las ideas sobre una línea de color. Ellos lucharon con escenas sociales: amistades, citas y la vida en la residencia de estudiantes donde la raza todavía parecía importar. Ellos se inquietaban cuando tenían que llenar formularios de admisión a la universidad.
Pero había algo diferente.
A medida que escuchaba sus historias, se hizo claro que mis alumnos no eran partidarios de la regla de una gota que le había dado a mi generación su lugar en la matriz nacional de la raza.
Sí, eran afroamericanos. Esto se reflejaba en sus elecciones de hermandades femeninas de estudiantes, iglesias y organizaciones políticas. Al mismo tiempo, ellos eran personas de raza mixta. Sus narrativas personales giraban en torno a haber pasado sus vidas en cambios constantes.
Y vehementemente se negaban a marcar una sola opción.
Nuestros números van en aumento. Durante el censo de 2010, más de 9 millones de estadounidenses informaron que ellos eran de más de una raza, un aumento del 32% desde el año 2000.
Es la posibilidad de que podamos ser negros y ser algo más lo que mis estudiantes me instaron a confrontar.
Si abandonaba la regla de una gota, ¿quién podría ser? ¿Ambos, ninguno, algo más?
Hoy en día, estoy de acuerdo con mis alumnos: todas las anteriores.
¿Cómo te identificas? ¿Ha cambiado esto en el transcurso de tu vida? Comparte tus experiencias en la sección de comentarios.