Mokpo, Corea del Sur (CNN) – Conectada a un goteo intravenoso, Shin Young Ja, de 71 años está tapada con una manta de lana fina, intentado de recuprerarse de su espalda rota y atormentada por la culpa del superviviente.”¿Cómo puede ser que una anciana como yo haya sobrevivido y todos esos jóvenes están todavía allí atrapados?”, dice. “Es una pena”. Shin es uno de los 13 sobrevivientes del ferry de Corea del Sur que se recupera en el Hospital Mokpo Hankook. Shin podría haber sido una de las víctimas de no haber sido por la determinación de un joven que no quiso darse por vencido cuando ella lo hizo.
No sabe qué fue de las cuatro amigas con las que viajaba a bordo del ferry de pasajeros Sewol cuando se volcó en las gélidas aguas del Mar Amarillo el miércoles por la mañana. “No he visto sus nombres en la lista”, dice entre lágrimas.
Con cada hora que pasa, la esperanza de encontrar más supervivientes se han atenuado. Para el viernes, la cifra de muertos había aumentado a 28. Los equipos de rescate se esfuerzan frenéticamente para encontrar los aproximadamente 270 personas que continúan desaparecidas.
Pero Shin logró salvarse gracias a un joven al que ahora quiere encontrar y dar las gracias. Lo único que separaba a Shin y sus cuatro amigos eran unosmetros: dónde se sentaron en el tercer piso de la sala común del ferry.
“La única razón por la que me senté fuera era porque yo estaba en el otro lado (de la habitación) en frente de la televisión”, dice ella.
El miércoles por la mañana, después de terminar el desayuno, Shin se sentó lejos de sus cuatro amigos a ver una telenovela. Entonces oyó gritar mientras la gente de un lado de la sala comenzaron a “caer hacia abajo”.
“Nos empezamos a inclinar hacia la ventana, así que me agarré a una verja y la gente empezó a deslizarse hacia mí, hasta que me caí”.
Fue arrastrada como por una fila de fichas de dominó humanas. “Todo el mundo acabó amontonado en una parte de la sala”.
Por la megafonía del barco repetían: “No te muevas. Solo quédate donde estás, es peligroso moverse, así que quédate donde estás…”.
Shin recuerda que uno de los hombres de la sala gritó: “Si no nos movemos y hacemos algo, es más peligroso aún”.
El anuncio también recomendaba a todo el mundo que se pusieran los chalecos salvavidas.
Luego llegó el agua “en un instante”.
“Yo estaba allí sentada y viendo cómo subía el nivel del agua”, dijo Shin.
Ignorando el dolor que atravesaba su espalda, Shin se puso un chaleco salvavidas y nadó a través de la habitación para llegar hasta lo alto de un armario, donde se refigiaron.
Estaba demasiado cansado para subir. Un joven se fijó en ella y se aferró a su mano. “¡Agárrate a mí con fuerza!”, le dijo. “No puedo aguantar”, recuerda ahora Shin que le dijo. Estaba demasiado agotada.
Pero él no se rindió. Agarró su mano y trató de tirar de ella hacia arriba. Cuando no pudo, lo intentó de nuevo. Y así otra vez más. En su tercer intento, él la tiró encima de los muebles.
Un equipo de rescate los vio golpeando contra la ventana. Rompieron el cristal y los sacaron por la ventana.
Ella habló brevemente con el joven en el barco de rescate. Pero no sabe su nombre, sólo que es de Gimpo, un área en la capital Seúl.
Su familia quiere encontrar al hombre - “incluso si tenemos que poner carteles por el barrio”, dice ella.
“Estoy muy agradecida. Quiero darle las gracias. Quiero invitarle a comer o al menos sostener su mano o darle un abrazo. ¿Qué más puedo hacer?”, concluye.