Por Khalil al Anani, especial para CNN
Nota del editor: Khalil al Anani es profesor adjunto de la Escuela de Estudios Avanzados Internacionales de la Universidad Johns Hopkins y fue becario visitante del Instituto Brookings. Su próximo libro será: Inside the Muslim Brotherhood: Religion, Identity and Politics. Puedes seguirlo en Twitter: @Khalilalanani.
(CNN)— Desde el golpe de Estado del 3 de julio del 2013, Egipto ha atestiguado el ascenso de una nueva dictadura militar al mando del mariscal Abdel Fattah al Sisi.
La candidatura presidencial de al Sisi revela el tenaz intento de las fuerzas armadas egipcias por consolidar el poder y acabar con las aspiraciones de democracia genuina de los egipcios. Durante los últimos meses, los medios egipcios y las instituciones estatales han trabajado afanosamente para preparar el camino para la presidencia de al Sisi al distorsionar y manchar a sus oponentes políticos.
Durante las últimas seis décadas, las fuerzas armadas de Egipto han implantado a sus oficiales y generales en casi todos los ámbitos de la vida civil, desde las fábricas de pasta y jabón hasta la construcción de estadios de futbol, puentes e infraestructura.
Por medio de dichas prácticas, el Ejército ha extendido exitosamente su control sobre el país.
En consecuencia, la “militarización” del Estado egipcio que se estableció durante el gobierno de Mubarak —quien atrajo y mimó sistemáticamente a los oficiales militares de alto rango— ha debilitado las instituciones públicas y ha creado una clase política débil y fragmentada que ahora respalda a las fuerzas armadas en la búsqueda del poder.
Los aliados del Golfo
Gracias al apoyo procedente principalmente de Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos —que buscan fervientemente deshacerse de laPrimavera Árabe—, al Sisi cree que puede suprimir y controlar la creciente ira y frustración de los jóvenes egipcios, particularmente de los islamistas que protestan casi a diario.
Al invertir miles de millones de dólares en la economía egipcia, los saudíes y emiratíes creen que pueden apropiarse del Ejército egipcio y usarlo como un caballo de Troya para eliminar y aplastar a los islamistas.
De hecho, los homólogos de al Sisi en el Golfo lo consideran un “salvador”, no solo frente a los islamistas, sino frente a la democracia que amenaza a sus tronos.
Por eso no sorprende que tanto al Sisi como sus aliados compartan la misma ideología y comportamiento autoritario. Buscan desesperadamente restaurar el estilo de gobierno de Mubarak con un nuevo rostro.
Sorprendentemente o no, la comunidad internacional sigue en el limbo mientras mira la creación de una nueva dictadura en Egipto sin hacer nada para evitar que tal cosa ocurra.
‘Estabilidad contra democracia’
A pesar de los muchos casos de violaciones a los derechos humanos y del asesinato de civiles en un vacío de justicia y responsabilidad, las potencias del mundo no han hecho nada para detener estos actos repugnantes.
Estados Unidos y la Unión Europea han fracasado estrepitosamente al presionar a las fuerzas armadas para que se deslinden de la política y regresen a los cuarteles.
Aunque el gobierno estadounidense recibe duras críticas por sus políticas respecto a la junta militar, el secretario de Estado, John Kerry, parece no estar dispuesto a enfurecer a los oficiales egipcios. No solo alabó “el camino a seguir” que impuso la junta militar en julio de 2013, sino que también afirmó que “los egipcios van por el camino correcto”.
Al parecer la política exterior de Estados Unidos respecto a la crisis en Egipto sigue motivada por un viejo argumento engañoso e infundado: la estabilidad contra la democracia.
Los políticos estadounidenses creen que las fuerzas armadas de Egipto son la única fuerza capaz de mantener la estabilidad y la seguridad. Sin embargo, solo hay que ver la experiencia de los últimos ocho meses para notar que ese argumento no es más que un mito. Tan solo el nivel de violencia y la cantidad de asesinatos y víctimas mortales no tiene precedentes en la historia moderna de Egipto.
Por ejemplo: la península del Sinaí, que representa alrededor del 6% del territorio egipcio, está casi fuera del control del gobierno central. A pesar de la implacable campaña de seguridad en la región, los militantes islamistas representan una grave amenaza a la seguridad nacional de Egipto. Más aún, el ministerio del Interior no ha logrado garantizar la seguridad de sus propias instalaciones y vehículos. También lucha por proteger a su personal, quienes son blanco de los militantes islamistas.
Explosión social
Al Sisi, quien tiene mayores probabilidades de ser presidente después del golpe de Estado, no podrá llevar estabilidad ni seguridad al país. De hecho se ha vuelto una desventaja y parte integral del problema, no de la solución.
Aunque ha reunido un apoyo considerable del público desde el derrocamiento del presidente Mohamed Morsi, no hay garantías de que el fervor por al Sisi continúe una vez que sea presidente.
Durante los últimos tres años se ha demostrado la inestabilidad del ánimo del público egipcio: puede cambiar radicalmente de la noche a la mañana, en particular si al Sisi no arregla rápida y adecuadamente los problemas económicos y sociales de Egipto. El país está peligrosamente cerca de una explosión social a causa del desempleo, la pobreza y la corrupción.
Es más, Egipto vive las mayores oleadas de huelgas de trabajadores y profesionistas desde enero de 2011. En la ausencia de una política económica coherente, la presidencia de al Sisi no podrá aplacar los temores de muchos egipcios necesitados que lo consideran el nuevo Gamal Abdel Nasser.
Es seguro que los partidarios de al Sisi probablemente sigan proporcionando un “salvavidas” de apoyo, al menos por un rato. Este dinero podría ayudarle a comprar tiempo, pero ciertamente no generará estabilidad.
La historia ha demostrado que la supresión de los islamistas solo provoca más extremismo e inestabilidad. Durante las décadas de 1970 y 1980, los casos de Argelia, Siria, Pakistán y Egipto sirvieron como abrumador ejemplo de insurgencia islamista que podría agotar a al Sisi y a sus partidarios en la región.
La llegada de al Sisi a la presidencia podría ser una de las principales causas de inestabilidad e inseguridad en la región y probablemente provoque el surgimiento de más extremistas y radicales.
Por lo tanto, es importante que la comunidad internacional, particularmente Estados Unidos y la Unión Europea, no den credibilidad a las elecciones fraudulentas que lo llevarán al poder.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Khalil al Anani