Por Chelsea J. Carter, CNN
(CNN) — Zahra Hassan sujeta con una mano un bolso que combina con su blusa roja y su falda con bies azul.
Con la otra sostiene un rifle AK-47.
La pequeña mujer de 25 años observa a través de su hijab color azul con velo mientras los hombres vestidos de militares le enseñan cómo quitar el seguro al rifle, apuntar y disparar.
Entonces llega su turno. Se coloca en posición, apunta el AK-47 hacia unas palmas datileras y jala el gatillo. ¡Bang! Se desconcierta un poco cuando siente que el arma descarga una ronda de balas.
“Luego le pones el seguro y bajas el arma”, le dice el hombre. Ella sigue sus instrucciones.
Este es el primer día de cinco en un curso que la Brigada Badr —una poderosa milicia chiita que tiene aproximadamente 10.000 miembros— imparte a las esposas, madres, hermanas e hijas de sus elementos.
Zahra no está entrenando para ir al frente de la batalla contra el Estado Islámico en Iraq y Siria (ISIS) y sus aliados sunitas, sino para defender su hogar en caso de que el grupo terrorista logre llegar a Bagdad y desate los combates sectarios en las calles.
Zahra dice que como la mayoría de los hombres de su familia dejaron su hogar para luchar contra ISIS y sus aliados, ahora no tiene más opción que aprender a luchar.
“Tengo que hacer esto”, dice.
Más de 450 mujeres han recibido el entrenamiento desde que el grupo empezó a impartirlo este año, medida que se tomó luego de que ISIS iniciara la batalla por la ciudad de Falluja, en la provincia de Anbar, batalla que fue el indicador de lo que estaba por ocurrir en Iraq.
Miles de mujeres están esperando, dice el mayor Kareem Abdullah de la Brigada Badr en su oficina en un complejo fortificado en Yarmouk, un vecindario parte chiita y parte sunita en Bagdad.
La cantidad de voluntarias aumentó radicalmente en junio, luego de que ISIS tomara Mosul (la segunda mayor ciudad de Iraq) y emprendiera la marcha hacia la capital de Iraq. Juraron que atacarían la ciudad de más de siete millones de habitantes y que derrocarían al gobierno predominantemente chiita.
“Estamos entrenando a estas mujeres para prepararlas en caso de que (ISIS) llegue a su vecindario”, dijo Abdullah. “Ellas serán quienes tendrán que defender su hogar”.
Recuerdos de la violencia pasada
Zahra recuerda la violencia sectaria —chiitas contra sunitas, a veces vecino contra vecino— en el punto más álgido de la guerra de Iraq que casi destrozó al país.
Su hermano mayor —Ali Hassan, de 36 años— estaba entre las miles de personas a las que se reportó como desaparecidas durante los combates.
La última vez que lo vio fue la mañana del 28 de mayo de 2007, cuando salió de su casa en Mahmoudiya, ciudad predominantemente sunita con unos 500.000 habitantes a la que llaman El portal a Bagdad por su proximidad con la capital iraquí.
Ella no sabe qué le pasó, pero ella y su familia creen que fue víctima de las luchas sectarias.
“Tal vez alguien lo secuestró”, dice mientras mira el arma que tiene en la mano. “Tal vez lo mataron en una explosión”.
Si le preguntas a cualquiera de las mujeres que están en el centro de entrenamiento de la Brigada Badr —y que tienen entre 14 y 60 años— si hay un mártir en su familia, si algún familiar ha muerto en los combates, casi tres cuartas partes levantan la mano.
Si les preguntan si alguna conoce a algún mártir, todas levantan la mano.
Jaffar Hassan es el hombre de uniforme militar que instruye a las mujeres. No es familiar de Zahra Hassan, pero ella podría ser su hija.
Para cuando termina la semana, dice, las mujeres serán lo suficientemente diestras como para protegerse y, si fuera necesario, para matar.
Una adolescente aprende a proteger a su familia
Ageel Fadhil, de 14 años, está recargada en el tronco de una palmera mientras escucha a Hassan. Tiene un AK-47 en su regazo.
Su tierna edad es evidente por la hijab blanca que usa. Las otras mujeres son mayores y usan hijabs de colores oscuros. Su madre, Shama, ya sabe cómo usar el arma. Ella es una agente de la Policía iraquí, una de las miles de mujeres a las que se entrenó para ello cuando las fuerzas armadas estadounidenses reestructuraban a las fuerzas armadas iraquíes.
También fue una de las primeras en completar el entrenamiento de la Brigada Badr y hoy ayuda a enseñarles a las mujeres del centro a manejar las armas.
Ageel debe aprender a proteger a su familia, específicamente a su hermano de siete años, Ali, dice. “Cuando su padre y yo estemos trabajando, ¿qué va a hacer ella si alguien llega a la casa a matarlos?”.
Dice que como son las vacaciones de verano, la mayoría de las amigas de Ageel están viendo la televisión y leyendo revistas. Les pidió que se ofrecieran como voluntarias como ella, pero solo unas cuantas lo hicieron, cuenta.
Cuando toca el turno a Ageel para disparar, se coloca al frente del grupo.
“Entonces apunto así y me preparo para disparar”, dice Hassan mientras levanta el AK-47 y lo apunta hacia los árboles. “Entonces disparo”.
El instructor le entrega el rifle a Ageel, quien sigue las instrucciones. Ella jala el gatillo. ¡Bang!
Buen tiro, le dice.
Su madre, quien cubre su cabeza con una pañoleta de camuflaje verde que combina con su uniforme, sonríe y le da unas palmaditas en la espalda.
No es lo que una madre desea para su hija, dijo Shama Fadhil. “Pero en Iraq esta es la realidad”.
Para cuando termina la lección, Ageel parece estar más tranquila con el AK-47 y lo carga en el brazo, justo como ha visto que lo hacen los soldados en la calle.
Pero, ¿podrá matar a alguien? ¿Podrá apuntarle a alguien y jalar el gatillo?
Ella piensa un momento en las preguntas y luego mira momentáneamente a su madre antes de responder.
“Si Dios lo quiere, sí”, responde.