Por Ivan Watson y Greg Botelho
IRBIL, Iraq (CNN) — La gente de la religión yazidí del norte de Iraq debe tomar una decisión imposible: quedarse y arriesgarse a que los insurgentes islamistas los maten o huir por el desierto y enfrentarse al hambre y la sed.
Es difícil imaginar el sufrimiento que la minoría yazidí ha soportado durante las últimas semanas mientras huyen de los militantes de ISIS en las montañas remotas, escarpadas y desoladas.
“Con mis propios ojos vi que los perros se comían los cadáveres”, contó a CNN uno de esos yazidíes, de nombre Tariq. “No es una crisis. Es una catástrofe”.
Los yazidíes son descendientes de los kurdos y profesan una antigua religión preislámica; son pocos pero tienen un gran sentido de la comunidad.
Ahora, algunos están bajo sitio o bajo fuego; ISIS los ataca porque no sucumben a sus demandas de convertirse al islam o atenerse a las consecuencias. Otros, como Tariq, se las han arreglado para encontrar un refugio, aunque aún les preocupa encontrar los recursos necesarios para sobrevivir.
En donde quiera que estén y sin importar lo que hagan, los yazidíes no se sienten seguros ni libres.
Ciertamente no están en casa.
‘No teníamos nada’
La pesadilla de Tariq, de 33 años, empezó a las nueve de la mañana del 3 de agosto, en su aldea, Tal Benat-Sinjar. Fue entonces cuando él y otras personas empezaron a recibir mensajes de las aldeas vecinas: les decían que Daish —el término árabe para ISIS— había llegado.
Las opciones eran simples: quedarse, convertirse al islam y unirse a ISIS; quedarse y arriesgarse a morir o a caer en la cárcel —como ocurrió con la familia de un hombre (tres mujeres y cuatro niños), según relata Tariq—, o huir con la esperanza de encontrar algún lugar en donde pudieran vivir a salvo o al menos libres, lejos del alcance de ISIS.
Más de 300 yazidíes, entre ellos Tariq, eligieron la tercera opción.
Su primer refugio fueron las ruinas abandonadas de una pequeña aldea que se había usado para arrear ganado y se encontraba junto a una fábrica de cemento.
Un mensajero de ISIS los alcanzó para darles un ultimátum: que se convirtieran antes del mediodía del día siguiente o morirían.
Tariq y sus vecinos volvieron a escapar, esta vez hacia el monte Sinjar. Siguieron un camino zigzagueante por cinco kilómetros hasta la cima desolada de la montaña.
Los cientos de yazidíes —entre ellos muchos ancianos y niños— se tienen unos a otros. Pero no tienen gran cosa porque escaparon con poco más que la ropa que llevaban puesta y el pan que llevaban en la mano.
Los militantes de ISIS frustraron cualquier oportunidad de reabastecerse ya que rodearon los caminos que llevan a la montaña.
“Hubo un momento en el que 15 personas compartieron seis litros de agua”, recordó Tariq. “No teníamos nada”. La gente se caía de hambre.
Si los combatientes de ISIS no mataban a los yazidíes, los mataría el sitio.
El padre de Tariq, de 80 años, fue una de las víctimas: murió a los dos días de estar atrapados en la cima de la montaña a causa del calor extremo y la falta de alimentos y agua.
No fue el único. Tariq dijo que contó más de 500 cuerpos; algunos de ellos dejaron de ser los seres queridos de alguien para volverse comida para los perros hambrientos.
“Vi que la gente se caía de cansancio y hambre”, dijo a CNN.
Al menos Tariq está vivo. Los combatientes del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) —al que el departamento de Estado de Estados Unidos considera un grupo terrorista a pesar de que también son enemigos de ISIS— lograron romper el sitio para que Tariq y otros yazidíes pudieran escapar.
El viaje subsiguiente los llevó por el norte de Iraq hacia la frontera con Siria y luego de vuelta a Iraq. Su última parada —por ahora— es una aldea de la provincia de Dhok que, de acuerdo con Tariq, está “en medio de la nada”.
No obstante, aunque están a salvo por ahora, el peligro no se ha terminado.
Primero que nada, ISIS no ha retrocedido. Las fuerzas armadas estadounidenses señalaron el sábado 9 de agosto que los militantes habían “atacado indiscriminadamente” a los yazidíes cerca de los montes Sinjar, lo que provocó que Estados Unidos emprendiera ataques aéreos.
Los ataques no son la única razón por la que la vida de los yazidíes está en peligro. Miles carecen de agua o alimentos, especialmente bajo el calor abrasador del verano iraquí.
“Más de 20,000 familias siguen varadas en la montaña o en zonas más remotas”, dijo Tariq. “Si nadie les lleva alimentos o agua a tiempo, se enfrentarán a la muerte”.
Ivan Watson reportó desde Irbil; Greg Botelho escribió este artículo en Atlanta. Con información de Anas Hamdan.