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Por Lilian Leposo y Nima Elbagir

CIUDAD DE ZANGO, Liberia (CNN) — En un cementerio de una aldea del norte de Liberia no hay ritos funerarios religiosos ni tradicionales. No hay ceremonia ni duelo, no hay familiares ni adioses.

No hay más que un grupo de hombres vestidos con algo parecido a un traje espacial; arrojan cuidadosamente un cadáver en una tumba y solo se detienen para arrojar cualquier cosa que llevaran puesta y que hubiera entrado en contacto con el difunto.

Estos hombres forman parte del equipo de reacción al ébola de ese país; su misión específica es enterrar a cualquier persona que se sospeche que haya muerto a causa del virus.

El virus se propaga por el contacto con la sangre y los fluidos corporales de las personas infectadas, incluso un cadáver lo puede transmitir.

Para ayudar a combatir la propagación de la enfermedad, el gobierno liberiano instruyó a sus ciudadanos que no entierren a alguien que muera a causa del ébola o que se sospeche que se contagió.

Durante varios meses, los liberianos ignoraron la instrucción porque temían que sus comunidades los rechazarían si reconocían que algún familiar había muerto de ébola; sin embargo, en el condado de Lofa —zona cerodel brote en el país— casi todos han sido testigos del sufrimiento devastador y de las numerosas muertes a causa del virus.

Ahora, cada vez que se sospecha que alguien de la comunidad murió a causa del virus, llaman al equipo de reacción al ébola para que vayan a enterrar el cuerpo con seguridad.

Entierros seguros

“Cuando empezó, no fue tan fácil”, dice Alpha Tamba, coordinador del grupo de reacción al ébola en el condado de Lofa. “Fue un poco difícil que las comunidades revelaran las muertes. La gente prefería ahuyentarnos”.

“Debemos estar agradecidos porque las comunidades, a través de los esfuerzos de los líderes locales, ya nos están revelando las muertes”, explica.

Hoy llamaron al equipo a una aldea porque una mujer murió por causas desconocidas. Tal vez no haya muerto a causa del letal virus, pero los aldeanos no correrán ningún riesgo.

El equipo de salud del condado de Lofa llega con guantes, batas, lentes protectores y blanqueador diluido. Se ponen trajes que los cubren de la cabeza a los pies para que no haya piel expuesta. En sus manos se ponen tres capas de guantes y aseguran los extremos en las muñecas con cinta transparente.

Antes de entrar a la casa para recoger el cuerpo, uno de ellos entra y rocía blanqueador en la casa. Solo entonces, el resto del equipo puede entrar para colocar el cadáver en una bolsa hermética de polietileno y queda listo para que lo entierren.

Los lamentos rasgan el aire mientras el equipo funerario sale de la casa con el cuerpo sobre una camilla. Algunos de los dolientes son familiares de la muerta; por su propia seguridad solo pueden llorarla desde lejos.

Un pueblo abandonado

A unos kilómetros de la aldea se encuentra la ciudad de Zango. La mayoría de las casas quedaron abandonadas, las puertas están trancadas y las ventanas cubiertas con tablas.

Algunos de los habitantes abandonaron la ciudad con tanta prisa que su ropa y sus tapetes siguen colgados en los tendederos.

Kazalee Johnson, trabajadora comunitaria, dijo a CNN que las casas vacías pertenecen a personas que murieron a causa del ébola o a quienes huyeron por temor de contraer el virus.

Johnson cuenta que perdió a su hermana —quien tenía ocho meses de embarazo—, a su hermano, a su sobrina y a muchas, muchas otras personas. Son demasiadas como para nombrarlas.

“Murieron. Murieron”, dijo. “Muere tanta gente… las casas que están a su derecha e incluso las casas que están a su izquierda. Todos se fueron”, dijo Johnson.

Es difícil imaginar otra zona del condado de Lofa que haya sido tan afectada como esta.

Pero entonces recordamos la ciudad de Barkedu: de las más o menos 1,000 muertes relacionadas con el ébola en Liberia, tan solo el 20% ocurrió en esta ciudad.

Zona de cuarentena

Barkedu tenía más de 8.000 habitantes y ahora está en cuarentena: nadie puede entrar ni salir.

El aislamiento le está pesando a la comunidad.

“Desde que empezamos a recibir la muerte a causa del ébola… todas las actividades cesaron”, dice Musa Sessay, el jefe del pueblo. “Porque aquí nos dedicamos a la agricultura y no ha habido agricultura”.

“Necesitamos comida, realmente necesitamos medicamentos. Pero lo más importante son los medicamentos porque el hospital está cerrado, no hay trabajadores de salud”, cuenta.

Así es la vida en Lofa: la gente está encerrada, temerosa y sola.

Ni siquiera los trabajadores de salud se libran de los efectos devastadores del ébola.

A veces, cuando los llaman para investigar un caso, llegan solo para descubrir que la víctima es uno de los suyos.

Pesadillas sobre el ébola

Una de las clínicas locales tuvo que quedar en aislamiento luego de que todos los empleados contrajeran el virus. Solo uno de ellos sobrevivió.

“Es muy desalentador. Estás trabajando por el equipo en el frente y de pronto los ves caídos. Día tras día mueren”, cuenta Tamba, quien reconoce que su estresante trabajo le provoca pesadillas.

“A veces nos vamos a la cama y no soñamos con otra cosa que el ébola, ébola, ébola… nada más”, explica.

“Varias veces he soñado que me contagio, me veo en el centro de manejo de casos”.

Pero a pesar de todas las malas noticias, dice que ha empezado a escuchar buenas nuevas: cada vez hay más sobrevivientes al ébola, personas que dieron positivo en la prueba de detección del virus pero como lo reportaron a tiempo, y gracias a los esfuerzos de los equipos médicos, se recuperaron.

Esos resultados positivos dan esperanza a Tamba mientras él y otros trabajadores de la salud siguen explicando incansablemente a la comunidad cómo prevenir la infección.

“Es difícil enfrentar al ébola, pero esta es la situación en la que estamos”, dice. “Debemos hacer todo lo posible para expulsar al ébola de nuestro país”.

“Ni quedarse en casa ni huir de del ébola son la solución, así que tenemos que enfrentarlo. Tenemos que combatirlo. Tenemos que reducirlo a cero”.