El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, delineó su estrategia para combatir a ISIS.

Por Simon Tisdall, especial para CNN

Nota del editor: Simon Tisdall escribe sobre asuntos internacionales y es editor asistente del diario británico The Guardian. Fue editor internacional de The Guardian y The Observer y corresponsal en la Casa Blanca y editor de la sección de Estados Unidos en Washington, D.C.

LONDRES (CNN) — El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, planea extender la campaña militar contra los terroristas de ISIS en Siria y reforzar el apoyo estadounidense a los rebeldes sirios que combaten al presidente de ese país, Bachar al Asad, lo que representa una intensificación considerable que conlleva el riesgo de arrastrar a Estados Unidos y a sus aliados a una guerra regional sin fin.

En el discurso que dio el miércoles 10 de septiembre por la noche y que se televisó en cadena nacional, Obama señaló que su estrategia de extender los ataques aéreos y recurrir a las fuerzas terrestres locales (mas no a las tropas de combate estadounidenses) para luchar contra los extremistas también conocidos como ISIL y el Estado Islámico en Iraq y Siria era fundamentalmente diferente a las políticas anteriores que la Casa Blanca ha implementado y que provocaron que Estados Unidos librara dos guerras terrestres en Medio Oriente en dos décadas.

Pero, como lo ha demostrado repetidamente desde 2008, Obama es un guerrero renuente y carece de experiencia en conflictos armados. No cabe duda de que John F. Kennedy también entendía cuáles eran los riesgos cuando empezó a enviar a los asesores estadounidenses a Saigón a principios de la década de 1960. Al igual que JFK, tal vez esté iniciando una lucha que no pueda terminar y que continuará por una cantidad indeterminada de años.

Obama, quien llegó a la presidencia blandiendo el estandarte de la paz y en cambio, ha demostrado recientemente que en este aspecto es ligeramente distinto a sus predecesores, tales como Ronald Reagan o George W. Bush. El tono de su discurso fue nacionalista y grandilocuente. Dijo que la primacía estadounidense era “la única constante en un mundo incierto”. Prosiguió: “nuestras bendiciones interminables representan una carga duradera. Sin embargo, como estadounidenses, recibimos de buen grado nuestra responsabilidad de liderar”.

En el caso de Obama esto suena un poco falso. Al enfrentarse al clamor de la derecha creciente e ignorante respecto a su supuesta debilidad e indecisión en temas mundiales, el Obama delYes We Can (sí podemos) se ha transformado, poco a poco y sin quererlo, en Barack el Bombardero.

Obama prometió en 2008 que pondría fin a la guerra en Iraq y Afganistán, que llegaría a un nuevo acuerdo con el mundo musulmán, que renovaría las relaciones con Rusia y que lograría un desarme nuclear real. Seis años más tarde, la mayoría de sus planes están en ruinas, derribados como si fueran un avión que volaba confiado sobre el este de Ucrania… y está en peligro de desandar el camino andado.

“He pasado cuatro años y medio trabajando para poner fin a las guerras, no para iniciarlas”, dijo Obama en 2013 cuando explicó por qué había decidido no castigar a al Asad por sus ataques con armas químicas.

Ahora, y al parecer para responder a sus críticos republicanos, para publicar su indignación por la decapitación de los dos periodistas estadounidenses y con la mira puesta en las elecciones intermedias de noviembre, Obama está avivando un conflicto generacional. Tiene potencial para agravar aún más la guerra civil en Siria; arrastrar a los países vecinos como Turquía e Irán y a aliados como Gran Bretaña y Francia, y provocar que ISIS se vuelva una amenaza para el territorio estadounidense y europeo, cosa que, de acuerdo con Obama, no ocurre.

La estrategia de Obama, tal como se planteó el miércoles, está llena de huecos. El régimen de al Asad considerará que los ataques contra los bastiones de ISIS en Siria son la reivindicación de su vieja afirmación de que la verdadera guerra es contra los yihadistas y los terroristas y no contra una oposición civil legítima.

Obama está apostando a que el notoriamente fraccionado Ejército Libre de Siria se vuelva una fuerza mucho más eficaz de lo que ha sido y a que el Congreso estadounidense lo respalde con 500 millones de dólares más en recursos.

Por otro lado, al Asad podría decidir que se opondrá a la intervención estadounidense y tiene las aeronaves y los sistemas de defensa aérea para hacerlo. ¿Qué hará Obama si el Ejército sirio derriba y captura a los aviadores estadounidenses? Francia ya manifestó que tiene reservas respecto a involucrarse en un combate en Siria porque es diferente a Iraq. Seguramente Rusia, aliada de al Asad, y otros países miembros de la ONU manifestarán sus dudas usuales acerca de la legalidad de una acción de esa clase.

Si las guerras terrestres se ganan, invariablemente se ganan en el terreno, no en el aire. Prueba reciente de ello podría ser el caso de Afganistán (desde 2001 en adelante), el de Iraq (2003) y el de Libia (2011). Pero las fuerzas de Obama comprenderán, inicialmente al menos, una combinación desorganizada y no probada de soldados iraquíes (a quienes ISIS hizo huir a principios de 2014 durante su ofensiva en Mosul), peshmerga kurdos, rebeldes sirios, milicianos chiitas y, posiblemente, tribus sunitas moderadas.

No inspira confianza el hecho de que Obama haya enviado 1,100 soldados estadounidenses de vuelta a Iraq para facilitar los ataques aéreos y ayudar a entrenar a las fuerzas locales y que ahora esté dispuesto a enviar 475 más. Es probable que sean demasiado pocos como para marcar una diferencia definitiva. Así que, como se demostró en Vietnam, el llamado para enviar más refuerzos tal vez no tarde en llegar.

Obama confía en gran medida en que el nuevo gobierno multiétnico en Bagdad una al dividido país para enfrentar a ISIS. Esta semana, envió a John Kerry, su secretario de Estado, para reforzar su determinación. Los líderes mundiales como David Cameron, primer ministro de Gran Bretaña, señalaron que su participación en los ataques aéreos depende de que el gobierno iraquí adopte una estrategia coherente y efectiva.

Sin embargo, el nuevo primer ministro de Iraq, Haider al Abadi (chiita al igual que Nouri al Maliki, su predecesor), no hace milagros. El país está dividido política, religiosa y geográficamente. El gobierno kurdo de Irbil (los nuevos chicos buenos según Occidente) ha usado a ISIS para afianzar sus pretensiones de independencia de facto (y tomar territorios adicionales en los alrededores de Kirkuk). Aunque se acordó la creación de un nuevo gobierno nacional, la agenda secesionista de los kurdos se opone radicalmente a los objetivos del gobierno iraquí.

Los sunitas desconfían con toda justificación del auténtico significado de las promesas de compartir el poder. Hasta ahora no hay una señal convincente de que se emprenderá un segundo Despertar Sunitaconcertado con el que se enfrentarán a ISIS de la misma forma en la que se enfrentaron a al Qaeda en 2007, bajo la tutela del general estadounidense David Petraeus. Los sunitas temen que una vez que las cosas se calmen, la mayoría chiita los dejará al margen una vez más.

Hasta ahora, otro de los elementos clave de la estrategia de Obama (la construcción de coaliciones regionales) no impresiona. El expresidente George Bush padre demostró durante los años previos a la primera Guerra del Golfo, en 1991, que se pueden construir alianzas sólidas cuando unió a los ejércitos árabes con los estadounidenses y los europeos. En contraste, la “coalición medular” antiISIS que Obama anunció durante la cumbre de la OTAN en Gales no contempla a un solo país árabe y toma en cuenta a un solo país colindante: Turquía.

Es probable que Irán, que ha respaldado tácitamente los ataques aéreos estadounidenses en contra de ISIS en Iraq, interprete de forma distinta los ataques en el territorio de su aliado al Asad y se disponga a contrarrestarlos. Eso podría afectar las frágiles negociaciones nucleares entre el gobierno iraní y Occidente que llegarán a su punto culminante en noviembre.

Se prometió que se reclutará a más participantes para las fuerzas de Obama cuando la Asamblea General de la ONU se reúna a finales de septiembre.

Sin el respaldo evidente y práctico de Arabia Saudita y otros Estados del golfo Pérsico, tales como Jordania y Turquía, los musulmanes de todo el mundo podrían empezar a pensar que la campaña de bombardeos que Obama pretende emprender para evitar que ISIS encuentre un refugio seguro es una intervención de las potencias occidentales en Medio Oriente totalmente cuestionable.

¿Obama logrará lo imposible y provocará que la gente sienta empatía con ISIS? En vista de su endeble estrategia y su desempeño hasta ahora, no se puede descartar nada.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Simon Tisdall.