Por Rina Mussali
Nota del editor: Rina Mussali es analista, internacionalista y conductora de Vértice Internacional y de la serie 2014: Elecciones en el Mundo, en el Canal del Congreso. Síguela en su cuenta de Twitter: @RinaMussali
(CNNMéxico)— El proceso electoral brasileño ha dado giros inesperados, arrojando cada vez más incógnitas en torno a un contexto insólito que se destazará el 5 de octubre en una primera vuelta electoral.
El fallecimiento del candidato Eduardo Campos, del Partido Socialista Brasileño (PSB), en un accidente aéreo fue el acto más sorpresivo que permitió la entrada de Marina Silva a la carrera presidencial, la contrincante que le está quitando el sueño a la misma presidenta Dilma Rousseff.
Un duelo entre dos mujeres —ambas exministras y allegadas de Lula da Silva— que obligan a sus maquinarias políticas a enfilarse hacia una segunda ronda electoral.
La campaña electoral no se pudo despegar de las protestas sociales como producto de la fiebre mundialista del futbol, la recesión económica y los escándalos de corrupción —el último, de Petrobras—. El alza de precios de los productos y servicios, especialmente del boleto de autobús, ensalzaron los ánimos ciudadanos y generaron una ola de revueltas iniciadas desde 2013.
Ni siquiera la euforia mundialista pudo ocultar el descontento, por el contrario, el movimiento Pase Libre evidenció el derroche multimillonario en estadios y otras instalaciones deportivas, la oportunidad capitalizada por los jóvenes indignados y las clases trabajadoras que han puesto en entredicho la capacidad económica del Estado para materializar la revolución de las expectativas, la generación de una nueva clase media que demanda satisfactores básicos pero que encuentra su punto más flojo en el estancamiento de su bolsillo.
Bajo la vitrina internacional, Brasil se quedó cojo en presumir sus grandes logros y aspiraciones globales, pronto se desenmascararon las asignaturas pendientes que arrastra la misma presidenta Rousseff, especialmente la marcha de la locomotora brasileña, la economía que de acuerdo a cifras del Banco Mundial, se ha ralentizado al perder 1,7 puntos del 2011 al 2012 y para 2013 tan solo recuperó 1,5. En los últimos años de la presidencia de Lula (2009-2010), la economía creció 8.3 puntos, ¡el comparativo es dramático!
Hay que recordar que Lula le heredó a Dilma un país con un posicionamiento internacional ascendente, sobre todo por las condicionantes favorables de la economía mundial y por los índices de la reducción de la pobreza. En 2001, el 37.5% de los hogares brasileños se encontraban en pobreza, para 2011 estos se habían reducido a 20.9 según la CEPAL.
El expresidente brasileño no solo logró paliar la pobreza extrema sino aumentar significativamente la clase media, gracias a programas sociales tan destacados como Hambre Cero y Bolsa Familia. Sin embargo, el triunfalismo de la clase política brasileña encuentra actualmente sus hoyos negros en la inflación, desempleo, endeudamiento y la desigualdad entre personas y regiones.
La sociedad brasileña se muestra cansada de la clase política y económicaque está tejida bajo una red de complicidades, la patología de la corrupción, impunidad y compra de votos que nos hablan de una crisis de representación y de la desconfianza de la sociedad frente a sus gobernantes.
Aún cuando Dilma Rousseff promete cambios dentro de su política oficialista —los cinco pactos nacionales: reforma política, responsabilidad fiscal y mayores apoyos a la salud, educación e infraestructura— lo cierto es que la candidata antisistema, Marina Silva, quien desplazó al senador Aecio Neves del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), representa el voto de los inconformes, del desencanto y ascenso social. Por si fuera poco esta figura pudiera convertirse en la primera presidenta brasileña de raza negra.
A pesar de la avalancha de apoyo que Marina Silva obtuvo durante los primeros meses de su nombramiento como candidata, las últimas encuestas del Instituto Datafolha ubican a Rousseff con 40% de las intenciones del voto, 13 puntos encima de los pronósticos para Silva.
Los sondeos marcan que para la primera vuelta ambas mujeres serán las preferidas del electorado, pero en la segunda vuelta los resultados aun no son claros, aunque Datafolha pronostica de manera atrevida que Silva podría ganar el 47% de los votos sobre el 43% previsto para Rousseff.
Las incógnitas siguen abiertas. No se sabe si Marina Silva contará con apoyo partidista en el Congreso para que apoyen su programa de gobierno y si tendrá la capacidad de conciliar los temas duros de la agenda política y económica. Y es que en materia de política exterior se pronostica un vuelco inesperado en las relaciones internacionales.
Mientras que la presidenta busca revitalizar el Mercosur y no concentrar su interés con Estados Unidos y la Unión Europea (UE), la exministra del Medio Ambiente pudiera hacer cambios sustantivos en materia comercial e implementar una política más aperturista con otros países, una propuesta escandalosa si tomamos en cuenta que ningún miembro del Mercosur puede negociar unilateralmente acuerdos de comercio con terceros Estados, según lo establece su primer artículo.
Una interrogante más nos arroja esta coyuntura: ¿cuál es la posición de Lula da Silva frente a esta pugna de mujeres? Aunque es de todos conocido los problemas de salud que enfrenta, él no descarta sus intenciones de buscar la presidencia en 2018. Por eso Dilma Rousseff es su delfín político, pero hasta ahora no se sabe a ciencia cierta si la continuidad oficialista es la mejor opción para Brasil o bien el expresidente está forzando las condiciones para su retorno a la política bajo una futura campaña presidencial.
Las opiniones expresadas en este texto pertenecen exclusivamente a Rina Mussali.