Por Stephen Fabes, para CNN
(CNN) – En un día olvidado en 2004, el Cerro Negro, un volcán de color negro como el hollín en Nicaragua, recibió a un visitante inusual.
En la empinada ladera de la montaña, un hombre estaba agachado en el pedregal de basalto, abriéndose camino hacia arriba.
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En su espalda tambaleaba un pequeño refrigerador, recientemente tomado del minibar de un hotel.
Daryn Webb tenía un plan, y para ser alguien decidido a deslizarse sobre un refrigerador por la ladera de un volcán activo, asumimos que también se sentía bastante optimista.
No quedó registrado qué sucedió cuando Webb alcanzó una altitud adecuadamente arriesgada, saltó a bordo de su refrigerador e inició su ambicioso descenso, aunque sobrevivió para idear más planes descabellados.
A ninguna de las personas que he conocido les convence el refrigerador.
Quizá no era lo suficientemente resistente como para descender rápidamente por la ladera de un volcán, o quizá el viaje tuvo un final lento y decepcionante.
Sin desanimarse, el siguiente experimento de Webb en Cerro Negro involucró un colchón y más adelante, su puerta principal.
Quizá debido a que estaba entrando mucho viento a su casa y le quedaban pocos aparatos, con el tiempo reunió algunas herramientas y madera, e improvisó la primera tabla para volcanes del mundo. Más adelante logró descender por el mismo volcán de forma más exitosa.
Condiciones únicas para la diversión
Casi una década después, un sucesor al prototipo de Webb está metido debajo de mi brazo mientras camino por la maleza bañada por el sol bajo el cono del Cerro Negro.
Delante de mí, una cadena de 20 participantes en el descenso en tablas por el volcán se dirige a la cima. Ellos son un fuerte contraste naranja frente al oscuro basalto; todos estamos vestidos con brillantes overoles como los que utilizan los reos.
Mientras hago el ascenso (la caminata hasta la cima toma más o menos una hora), destrozando con mis botas la quebradiza roca formada por la lava que se ha enfriado, una suave brisa interrumpe el intenso calor.
El sol brilla en lo alto, y no hay nubes en el cielo.
Es difícil pensar en un lugar más dramático dónde hacer el descenso, y está a punto de serlo un poco más.
“¡Miren esto chicos!” grita Jessie, nuestro guia de Quebec, quien tiene rastas en el cabello, a medida que se dirige a un grupo de rocas, bajo el cual se filtra vapor hacia el aire espeso.
A poca distancia de nuestros pies, el mundo arde.
Cerro Negro es un bebé en términos geológicos; de hecho, se trata del volcán más joven en toda Centro América. Ésta es una distinción importante en un área donde hay tantos volcanes.
Desde su nacimiento en 1850 ha hecho erupción en 23 ocasiones; la última fue en 1999, justo antes de que el deporte del descenso en tablas ganara popularidad.
Jessie nos recuerda que el Cerro Negro no solo tiene una apariencia amenazante; realmente lo es.
Ya debería haber hecho nuevamente erupción.
Este es probablemente el único lugar del mundo en el que puedes reservar un tour para practicar el descenso en tabla por el volcán. Existen algunos informes de personas que han intentado algo similar en Vanuatu, pero el deporte no se ha afianzado ahí.
Al no ser ni muy grande ni muy pequeño como para descender a toda velocidad (aproximadamente 457 metros desde el pico hasta la base), las condiciones suaves y desoladas del Cerro Negro hacen que sea el lugar ideal para llevar a cabo una locura como ésta.
“Hasta donde sabemos, practicar el descenso en tablas solo es posible en el Cerro Negro”, dice Timothy Brauning de la empresa Bigfoot, que dirige los recorridos para practicar el descenso en tablas. “En partes de Suramérica, y en otras partes del mundo, existe algo llamado ‘sandboarding’, pero esto no se compara al descenso en tablas por un volcán”.
“Debido a la superficie del volcán y a las condiciones climáticas constantes del lugar, podemos hacer el descenso a velocidades de hasta 95 km/h”.
“Cuando el volcán hace erupción, los vientos predominantes empujan toda la ceniza y las piedrecitas a un lado del volcán, mientras la erupción real ocurre al otro lado del mismo, lo que crea una superficie lisa en el lado oeste del volcán”.
“Tres, dos, uno, ¡ahora!”
Finalmente, todos llegamos a la cima de una cresta, la cual forma una curva alrededor del punto de lanzamiento.
Al este se levantan otros picos de la cadena volcánica Los Maribios, y a la distancia, brilla el Pacífico.
Una mancha de color negro azabache cubre el lado oriental de la montaña (un flujo de lava que se enfrió luego de la erupción de 1999) mientras la mayor parte de la tierra que lo rodea es una extensión abrasadora y sofocante y ardiente.
La ciudad de León también se encuentra abajo; ésta es la más grande del país después de la capital. Además, es el punto de lanzamiento de tours como el que organiza Bigfoot.
Desde nuestra perspectiva, el ángulo de la pendiente parece ser demasiado salvaje como para hacer el descenso, aunque Eric Barone podría tener otra opinión.
El francés hizo el descenso por la pendiente en bicicleta en 2002, y logró un record mundial de 172 kph sobre grava, después de lastimar y quebrar, según Jessie “casi todo lo que te puedas quebrar”. Se refería a los huesos.
“¿A quién le toca?”, pregunta Jessie.
Risitas nerviosas interrumpen nuestro silencio.
Entonces, una chica avanza hasta el frente, se pone los lentes y se sienta sobre la tabla. Ésta es rectangular y está hecha de contrachapado, reforzada con fórmica y con metal montado en la parte inferior.
Hay una cuerda de la que puedes sujetarte.
Las otras variaciones de las tablas son construidas por compañías individuales de viajes que operan fuera de León.
Jessie da instrucciones sencillas con brusquedad: “Codos adentro, pies hacia adelante, estás listo”.
Mientras la chica y la tabla descienden, se escucha un sonido de madera que aplasta las rocas; luego, toma impulso y de pronto es una mota naranja perseguida por una marca de humo, como la estela de un avión.
Luego es mi turno.
“¿Listo?”
“Sí”.
“Tres, dos uno, ¡vamos!”
Esparciendo grava
La tabla se desplaza hacia adelante y esparce grava, el mundo se inclina hacia abajo, el aire sopla a mi paso.
Pronto me doy cuenta de que estoy a punto de resbalarme, pero estoy demasiado comprometido, así que no me molesto en frenar con mis pies, y en cambio, dejo que el borroso paisaje pase a mi lado a una velocidad vertiginosa.
Luego, en lo que resultará ser mi máxima velocidad, la tabla se desliza hacia un lado.
El basalto tiene poco en común con otras superficies en las que podrías encontrar una tabla con un temerario en la cima: nieve y arena, por ejemplo.
Es duro, abrasivo y caerte boca abajo sobre él arruinará el resto de las fotos de tus vacaciones.
Veo la caída con mucho tiempo de anticipación, y halo el equivalente al asiento eyectable del descenso en tabla, haciéndome a un lado.
Cuando golpeé la superficie me agaché y solo me tomó un segundo darme cuenta de que no me había roto “todo lo que te puedes romper”.
De hecho, estoy bien.
Vuelvo a la tabla, me tomo un segundo para apreciar el panorama desde un nuevo nivel a medio camino, y me impulso por segunda vez.
Récords de velocidad
De vuelta en el camión, veo cómo descienden los otros.
Algunos chocan, pero nadie termina en el suelo, ni se oyen gritos que no sean de euforia.
En un punto cercano veo a nuestro conductor blandiendo una pistola de velocidad estilo policial, y cuando todos nos reunimos en el camión, se revelan las máximas velocidades.
“Primer lugar: Stephen, 65 km/h”.
¡Soy el primer lugar!
El australiano que se lleva el segundo lugar se ve devastado.
Gano tan solo una pulsera naranja, pero es el prestigio lo que cuenta.
Dura hasta que alguien nos recuerda el récord del recorrido: 97 km/h (60 mph)
En el camino de vuelta a León, le agradezco en silencio a todas las personas inspiradas del mundo: aquellas cuyas mentes recorren todo tipo de tangentes arriesgadas, como las laderas del Cerro Negro.
Aquellos que admiran no solo la estética de la naturaleza, sino también las posibilidades.
Y sobre todo a los que ven volcanes activos y piensan: “¿Me pregunto si podría descender por el volcán sobre mi refrigerador?
Puedes hacer reservaciones para deslizarte por el volcán a través de varias empresas locales, entre ellas Bigfoot, con sede en León. El costo de 29 dólares incluye transporte, equipo de seguridad y alimentación.
La entrada al parque tiene un costo adicional de 5 dólares. Los tours se llevan a cabo todos los días, durante todo el año, si el clima lo permite.
Stephen Fabes es un médico y escritor independiente británico que se especializa en viajes de aventura. Actualmente, está viajando en bicicleta a través de seis de los continentes y escribe en el blog cyclingthe6.com.