Por Pablo Majluf
Nota del editor: Pablo Majluf es periodista y maestro en Comunicación por la Universidad de Sydney, Australia. Escribe sobre comunicación y cultura política. Es coordinador de información digital del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY). Las opiniones de Majluf son a título personal y no representan el criterio o los valores del CEEY. Síguelo en su cuenta de twitter @pablo_majluf
(CNNMéxico)– El radicalismo oportunista manipula a la opinión pública hacia una peligrosa suposición: que el Estado mexicano es policiaco y asesino. Esa acusación no tiene sentido. La evidencia apunta a que tenemos un Estado débil y enclenque, menos culpable por obra que por omisión.
Revisemos los datos para evitar conjeturas.
Uno de los mejores estudios al respecto es el Rule of Law Index, o Índice de Estado de Derecho, elaborado por el World Justice Project. El reporte mide a 99 países en varias categorías relativas al Estado de derecho: desde restricciones al poder gubernamental y transparencia de gobierno, hasta la garantía de derechos fundamentales, orden y seguridad.
Casualmente, las categorías en las que México sale mal calificado son precisamente aquellas en las que un Estado represivo calificaría muy bien. Dicho de otro modo, el Estado mexicano ni siquiera tiene las herramientas necesarias para ejercer una represión sistemática a gran escala. Prueba de ello es la existencia de autodefensas, organizaciones subversivas, crimen organizado, anarquistas, empresarios oligopólicos y sindicatos omnipotentes; grupos que, en un Estado verdaderamente represivo, no tendrían lugar.
En orden y seguridad, por ejemplo, ocupamos ni más ni menos que la posición 96 de la lista, sólo por encima de Afganistán (97), Nigeria (98) y Pakistán (99). Estamos hablando de la función básica del Estado. Si el Estado mexicano fuera asesino, no calificaría junto a Estados fallidos, sino junto a aquéllos demasiado fuertes, como Singapur (2), Uzbekistán (5),Emiratos Árabes Unidos (9),Malasia (12) y demás paladines de la coerción.
Ahora bien, no digo que se necesite un Estado policiaco para garantizar la seguridad y el orden. Hay países democráticos y liberales -Dinamarca (3), Suecia (6), Alemania (13), Australia (14)- que lo hacen sin problemas. Simplemente digo que los regímenes autoritarios lo hacen con excelencia, pues en ello reside su naturaleza misma, acaso su razón de ser; mientras que los débiles, como México, reprueban de forma magistral.
Lo mismo es cierto a la inversa. Los rubros en los que mejor salimos, son precisamente aquellos en los que un Estado asesino estaría al final; por ejemplo, en restricciones al poder del gobierno. Si bien ahí nuestra calificación es enteramente mejorable –lugar 48– estamos lejos de los países represivos: Rusia (89), Irán (90), China (92), Uzbekistán (97) y Venezuela (99).
Asimismo ocurre en transparencia de gobierno -nuestra mejor categoría- donde ocupamos el lugar 32. No, tampoco es una buena calificación, y quizá soy demasiado optimista, pero le aseguro que si México fuera un Estado asesino, compartiría el final de la lista con los adeptos históricos de la infamia: Rusia (67), China (74), Uzbekistán (78), Bielorrusia (79), Irán (90), y Venezuela (97).
Para resumir el reporte, en México no hay Estado de derecho, el llamado imperio de la ley. Tenemos un Estado débil, no circunscrito en la justicia, irresponsable ante sus ciudadanos. Por eso existen grupos que se disputan el poder de facto. No al revés.
Decir que el Estado mexicano limita intencional y sistemáticamente las libertades políticas, económicas, sociales y culturales a través de la tortura y el asesinato, es una falacia impúdica. Vaya a un país verdaderamente autoritario si no me cree.
Cuidado con las manipulaciones. Este tipo de eslóganes irresponsables son los que pueden generar una auténtica crisis política. Sobra decir que a veces ésa es exactamente la intención. Nada nos haría más daño. La ciudadanía, y sobre todo los medios, deben evitar lógicas antagónicas; no sólo en aras de la armonía, sino de la verdad, pues la mentira invariablemente justifica el fanatismo…enemigo acérrimo de la democracia.
Las opiniones expresadas en este texto pertenecen exclusivamente aPablo Majluf.