Por Antonia Crane
(CNN) — No soy ni una prostituta feliz ni una triste stripper. No tengo un novio en la cárcel, no tengo hijos ni soy adicta a las drogas. Soy escritora, profesora y stripper.
Si 10.000 horas fichadas como stripper me hacen una experta, entonces soy la mejor. Hace veintidós años seguí a una amiga a uno de los más antiguos y sórdidos clubes de Tenderloin, San Francisco, porque parecía un trabajo interesante que podría ofrecer un alivio financiero y empoderamiento sexual.
Al principio, mi objetivo era pagar el alquiler y mi exorbitante cuota de la universidad, mientras derribaba el patriarcado paso a paso, en cada baile de regazo. Estaba estudiando la teoría feminista post-estructural y el movimiento de los derechos civiles, y el stripping complementó el arte y la literatura que estaba explorando en ese momento.
Me di cuenta que podría hacer mucho dinero actuando en el escenario y girando sobre los regazos haciendo uso de mi feminidad y mi conocimiento del baile para así ganar suficiente dinero y tener tiempo para estudiar y escribir. Como un trabajo secundario temporal, el stripping sería como trabajar en una cafetería, limpiar casas o servir de modelo de desnudos para pintores.
Mi plan era hacer stripping durante un mes o dos, pagar algunas cuentas y dejarlo como si nada hubiera pasado con un colchón en el banco. ¿Por qué no?
Todas las strippers (o trabajadoras sexuales o bailarinas, como algunas prefieren llamarse) que he conocido asumen que solo van a hacer stripping un fin de semana para pagar una gran cantidad de multas de estacionamiento o para comprar un boleto de avión, pero no es eso lo que sucede.
En realidad, las strippers nunca renuncian. Somos como fantasmas, arrastrando nuestras cadenas de club en club y de ciudad en ciudad.
Nos cambiamos el nombre, nos hacemos implantes, nos aplicamos Botox, usamos frenos, nos hacemos tatuajes, nos bronceamos con aerosol, nos teñimos el cabello y nos trasladamos de un club a otro para empezar otra vez nuevo como la chica nueva. El dinero de la chica nueva es adictivo, la atención sexual es halagadora y la rapidez con que se obtiene efectivo es estimulante.
En el trabajo, vacilaba entre el aburrimiento y la ansiedad, disfrutaba de mi relativo anonimato y de los desvelos; todos estos, elementos transitorios más parecidos a los de una carrera de apuestas que a cualquier otro tipo de trabajo de servicio que he tenido. Tenía la libertad de trabajar cualquiera de las noches que tuviera disponible y mis turnos generalmente eran de 4 a 5 horas. Me fui totalmente libre de impuestos: una contratista privada sin beneficios, pero con mucha libertad. A veces, incluso conocí a hombres que se volvieron mis amigos.
Mientras hacía stripping, continué con mi educación y tenía muchos otros trabajos, pero siempre regresaba al stripping porque me generaba mucho más dinero por mi tiempo y era muy buena en ello.
Es cierto que las mujeres siempre ganan mucho más que los hombres en la industria para adultos, pero no existe tal cosa como el dinero fácil . Es un trabajo difícil, que no es adecuado para todos.
Tener habilidades sociales, buenos modales y una actitud optimista son la clave, y la capacidad de seducir a un extraño es una forma de arte. A veces, mi intenso enfoque ha hecho que me destaque del montón. La gerencia me ha llamado piraña, estafadora y merodeadora. He logrado desentenderme de muchas propuestas de matrimonio de borrachos. He rechazado a muchos hombres ricos “en busca de acuerdos”.
Que gané mucho más dinero haciendo stripping a los 42 que lo que alguna vez he ganado dando clases, escribiendo, asesorando a jóvenes sin hogar, sirviendo mesas o atendiendo el bar, es un problema derivado del sexismo y de vivir en una cultura machista, no un problema de la industria del sexo.
¿Habrá una reacción violenta por parte del mundo académico debido a mi desvío en la industria del sexo? Espero que no. Muchos escritores que admiro, incluyendo a William Burroughs, Kathy Acker, Michelle Tea y Stephen Elliott, han vivido y escrito sobre estilos de vida alternativos y han llegado a ser respetados académicos.
Estoy segura que con arduo trabajo y tenacidad, puedo mantenerme a mí misma haciendo lo que realmente amo más: enseñar literatura, escritura creativa y composición.
Algunos dicen que la industria del sexo existe debido a la misoginia y al sexismo. Algunas feministas piensan que los hombres tienen el dominio sobre las mujeres porque gastan dinero en los clubes y utilizan ese poder para manipular y subyugar a las mujeres, pero es más complejo que eso. He tenido a hombres que lloran mientras he bailado en su regazo, desconcertados por sus fracasos como padres, hijos, amantes y esposos.
En muchas ocasiones me he sentido como la más potente y necesitada en ese contexto.
También me he sentido agotada por mi propia conformidad cuando ha significado más dinero, el cual necesitaba con desesperación en el momento. Aunque es poco común encontrar el amor en un club de striptease, lo que encuentras allí es una intimidad más simple: la conexión humana, compasión, deseo y caricias.
Existen clubes de striptease porque la gente se siente sumamente sola. Caminamos por ahí con estos nudos gigantes en nuestros corazones, como un calambre que no puede estirarse. Nos tira y afloja todo el día mientras estamos en el trabajo, rodeados por personas, aparatos y nuestros familiares que no nos escuchan como antes solían hacerlo, destacando nuestros propios fracasos para establecer fácilmente una conexión con la gente de una manera significativa.
Lo que he aprendido sobre la humanidad durante el extenso tiempo en que he ejercido como bailarina es que somos una cultura que está muriendo de soledad en un frenesí por dejarse de sentir así. Las trabajadoras sexuales ofrecen un respiro a esa soledad. He aprendido que todos podrían estar librando una gran batalla, cuidando a un cónyuge enfermo, preocupado por su hija adicta a las metanfetaminas o luchando con una condición médica.
He aprendido que el tiempo y la bondad son más importantes que los grandes pechos.
Los hombres vagan en los clubes de striptease no para engañar a sus cónyuges (estadísticamente, los engaños se dan en el lugar de trabajo convencional. He conocido a miles de hombres que tienen aventuras con sus compañeras de trabajo, secretarias y asistentes), pero para sostener una cerveza y tener a una persona que los escuche, necesitan pagarle a una mujer que no requiera nada de ellos emocionalmente.
No les voy a contar sobre las noches que me rechazaron e insultaron, cuando me robaron y amenazaron, noches en las que no gané dinero o en las que perdí mi tiempo con tipos que no pagaron. Como en cualquier otro trabajo, esas cosas son parte del negocio y yo no soy víctima.
En esta transición, mientras más me mantengo en el área de la escritura independiente y mi carrera de enseñanza, más feliz soy. Espero poder construir toda una vida fuera del club de striptease para que no necesite volver a bailar. Así lo deseo pues estoy muy ocupada escribiendo y dando clases, creando otros momentos de alegría y conexión humana en el aula y en la página. Deseo crecer tanto en ese campo que no tenga necesidad de caer nuevamente en los regazos, pero hasta que eso ocurra, seguiré haciendo strip.