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Por LZ Granderson

(CNN) – Todavía recuerdo el frío que se apoderó de mí el día en que mi profesor de historia de la escuela secundaria le mostró a la clase un documental sobre el Holocausto.

Millones de judíos fueron aislados, acorralados y finalmente asesinados sistemáticamente por el régimen nazi. Se trata de una mancha terrible en la historia de la humanidad, una que rara vez se plantea a la ligera. El Holocausto es un acontecimiento que los museos reconocen, las películas dramatizan y las escuelas secundarias como a la que asistí hace casi treinta años enseñan.

Y, sin embargo, a pesar de que estuve expuesto continuamente a la narración del Holocausto, no fue sino hasta veintitantos años que supe que Hitler también había aislado, acorralado y asesinado a los hombres gay y a las lesbianas durante este tiempo.

En este momento puedo escuchar la pregunta: ¿y eso qué importa?

Ya me había graduado de la escuela secundaria cuando supe que algunos de los grandes portavoces del movimiento del Renacimiento de Harlem y los derechos civiles, como Lorraine Hansberry, James Baldwin y Bayard Rustin, eran miembros de la comunidad LGBT.

Fue en la universidad cuando escuché por primera vez el nombre de Harvey Milk. Trabajaba como periodista cuando me hablaron de Dave Kopay, el ex corredor de la NFL, quien reconoció públicamente que era homosexual en su autobiografía de 1977, “The Dave Kopay Story” (La historia de Dave Kopay).

Y ahora el coro de voces pregunta: ¿Y qué?

Me siento orgulloso al decir que, a lo largo de los años, he acumulado una biblioteca personal decente. La mayoría son libros de historia: biografías presidenciales, guerras, movimientos de justicia social.

Y, sin embargo, no fue sino hasta esta semana (gracias a David Mixner, quien durante mucho tiempo ha sido activista por los derechos civiles), que supe que el Congreso una vez debatió acerca de aprobar una ley que obligaba a los hombres gay a usar tatuajes y a aislar en campos de reclusión a quienes fueran VIH positivos. Sí, al igual que los judíos. Al igual que los hombres gay que estaban junto a los judíos en la Alemania nazi, pero que desde entonces han desaparecido de nuestros libros de historia.

Es aquí donde el cínico se pregunta: ¿quién necesita saberlo?

Con el vuelco de “no preguntes, no digas”, los cambios radicales en la igualdad dentro del matrimonio, la presencia de las personas abiertamente LGBT que trabajan en la Casa Blanca, en la televisión, incluso en el deporte profesional, puede haber algunos que crean que la homofobia ya no existe. De manera muy similar, otros creyeron que la quema de sostenes acabó con el sexismo y que la elección del presidente Barack Obama fue la sentencia de muerte del racismo.

Uno de los directores ejecutivos más poderosos del planeta ha anunciado que se enorgullece de ser gay, y aunque no estoy seguro de que “valiente” sea la palabra correcta para calificar la proclamación de Tim Cook, sigue siendo algo importante.

Él está aquí.

Así como lo estuvo Hansberry, Rustin y Milk… trabajando en favor del bien común, cambiando el curso de la historia mundial, entretejidos en la trama de la humanidad.

Las voces podrían preguntar: ¿y eso qué diferencia hace? Permitan que la ausencia de las personas LGBT en la continua narración de nuestra historia sea la respuesta.

Porque si ser gay, lesbiana, bisexual y transexual realmente no importaba, ¿por qué entonces debemos luchar para que se reconozcan nuestras contribuciones?

¿Por qué entonces enfrentó resistencia esta medida, cuando en 2011 California se convirtió en el primer estado en requerir que nuestras historias se incluyeran en los libros de historia? El asambleísta conservador de ese estado, Tim Donnelly, describió el día en que el proyecto de ley fue aprobado con la palabra “triste”, como si simplemente enterarse de que un grupo de personas existiera, infringiera sus derechos constitucionales.

Para ser honesto, el anuncio de Cook no es una gran sorpresa para cualquiera que haya estado prestando atención a los rumores. Pero al admitir su verdad de manera tan pública, Cook no solo desaprueba la tendencia que muchos miembros de la comunidad LGBT nacidos en la posguerra aún tienen que ocultar, sino también se niega a permitir que su silencio lo obligue a ocultarse

Cuando los profesores de historia de las escuelas secundarias hablen de él, conocerán toda su historia y la podrán compartir.

En el futuro, los cánticos de “¿a quién le importa?” acompañarán a casi todas los personajes notables que eligen hablar de su orientación sexual públicamente. Incluso entre las personas LGBT, encogerse de hombros no será tan poco común, como lo hubiera sido si los debates acerca de los campos de reclusión hubieran ocurrido en la década de 1880 y no en la de 1980.

Sí, el país es diferente, y ser gay ya no es algo escandaloso.

Pero es un error confundir ese progreso considerando que el anuncio de Cook no tiene importancia. Durante demasiado tiempo, la historia de la comunidad LGBT se ha depurado de nuestra educación, sus contribuciones han sido borradas y su existencia ha sido relegada a la esquina poco iluminada de las librerías bajo el título “Estilo de vida alternativo”.

No somos un “estilo de vida”. Somos un pueblo, y estuvimos allí.

Y estamos aquí.