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Por Meg Urry

Nota del editor: Meg Urry es profesora de la cátedra Israel Munson de Física y Astronomía de la Universidad de Yale y directora del Centro de Astronomía y Astrofísica de Yale. Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a la autora.

(CNN) — Parece que la marcha hacia el espacio está cobrando velocidad. Mars One, la misión no lucrativa, anunció que planea establecer un asentamiento humano en Marte para 2025, objetivo que ha atraído a más de 200.000 postulantes para el viaje sin retorno (cantidad que hasta ahora se ha reducido a 705 candidatos). Antes de que la SpaceShip2 de Virgin Galactic se estrellara en octubre de 2014, casi mil turistas espaciales potenciales habían gastado casi un cuarto de millón de dólares (unos tres millones 625.000 pesos) por la promesa de pasar unos minutos en la gravedad cero suborbital.

Pero los futuros astronautas deben pensarlo detenidamente: el espacio es un lugar muy peligroso e impredecible.

Desde hace décadas, los científicos espaciales han usado una amplia gama de experimentos satelitales sofisticados para estudiar el entorno entre la Tierra y el Sol. Demostraron que hay partículas de energía que viajan regularmente hacia la Tierra, usualmente expelidas desde manchas colosales en la superficie del Sol.

El primer satélite estadounidense, el Explorer I, se puso en órbita en 1958 y descubrió los “cinturones de Van Allen”, dos anillos de partículas altamente energéticas (electrones, protones y positrones) que rodean la Tierra. Los humanos no sobrevivirían a la exposición prolongada en esta región, aunque la protección efectiva (como la que se usó en las misiones Apolo) puede reducir la dosis de radiación.

En 1961, el pionero de la física espacial, James Van Allen, dijo: “…un organismo vivo no podría sobrevivir a este grado de daño por radiación. Por ende, todos los intentos de vuelos espaciales tripulados deben mantenerse lejos de estos dos cinturones de radiación hasta que se haya desarrollado un medio adecuado de protección para los astronautas”.

Eso va por partida doble para los potenciales viajeros a Marte, cuyo viaje tomará más de medio año en comparación con las pocas horas que los astronautas del Apolo pasaron viajando entre los cinturones.

Los terrícolas se libran gracias a la protección que brinda el campo magnético de la Tierra, que repele y canaliza las partículas con carga eléctrica como una especie de escudo de fuerza de Star Trek. Pero si se aventuran a salir, el poderoso campo magnético, las partículas y la radiación los encontrarán. Incluso los aviones que hacen rutas largas sobre los polos reciben un exceso de radiación espacial.

Podríamos pensar que el Sol es un vecino amable, benévolo e incluso esencial. Y lo es. Pero también es un acelerador de partículas en constante cambio, violento y radical, como se puede ver en este video que cubre tres años de actividad solar en tres minutos.

Gracias a las investigaciones espaciales especializadas, ahora sabemos mucho más sobre la forma en la que las partículas se aceleran en las violentas tormentas solares y sobre los cinturones de Van Allen. Con todo, el nuevo programa Living with a Star de la NASA, diseñado para estudiar los efectos del Sol en la Tierra, tanto benéficos (como el calor, la luz y la energía) como dañinos (como las colosales tormentas de partículas que emanan de las manchas solares), sigue arrojando descubrimientos sorprendentes.

En la inauguración de la Conferencia Plenaria de la Fundación Kavli en la convención de la Sociedad Astronómica Estadounidense que se celebró en Seattle, el profesor Dan Baker, de la Universidad de Colorado en Boulder, describió los nuevos descubrimientos de las sondas espaciales gemelas de Van Allen, que son parte del programa Living with a Star.

Entre los nuevos descubrimientos, a casi seis décadas de que el Explorer 1 identificara los dos cinturones de Van Allen, está un tercer cinturón de radiación transitoria. Como dijo Yogi Berra, “puedes observar mucho si tan solo miras”.

Otro descubrimiento emocionante es una especie de campo magnético impenetrable que brinda una barrera inesperadamente poderosa contra las partículas de mayor energía. La explicación física de este campo aún no está completa, aunque los científicos han propuesto algunas teorías factibles.

Sin embargo, la física nos indica que las partículas interactúan con los campos. Una tormenta solar superpoderosa podría alterar (y tal vez romper) la “barrera impenetrable” que encontraron las sondas Van Allen.

Desde hace años, a los científicos les ha preocupado que una llamarada solar inusualmente intensa, algo conocido como Evento de Carrington, pueda sobrepasar la capacidad de protección del campo magnético de la Tierra.

Los científicos estiman que los eventos como el Carrington ocurren entre el 10 y el 15% de las veces en un ciclo solar de 11 años, lo que significa que es razonablemente probable que ocurra. De hecho, en julio de 2012 la Tierra se salvó por poco de una intensa llamarada solar de nivel Carrington. Si la actividad solar se hubiera presentado una semana antes, habría sido devastador para los satélites y las comunicaciones.

“Si hubiera golpeado, seguiríamos recogiendo los pedazos”, dice Baker.

Todo esto debería servir para poner de relieve una realidad importante: el espacio no es un lujo. Al contrario, es vital para nuestro presente y podría ser incluso nuestro destino.

“Todos dependemos del espacio todos los días y de formas incontables. Debemos entender absolutamente cómo se comporta el entorno espacial y debemos ser capaces de predecir su comportamiento”, dice Baker. “Las inversiones en las misiones científicas de la NASA para estudiar el espacio palidecen en comparación con el costo de no entender los procesos espaciales”.

Tiene toda la razón.