Por Rina Mussali
Nota del editor: Rina Mussali es analista, internacionalista y conductora de ‘Vértice Internacional’ y de la serie ’2015: Elecciones en el Mundo’, en el Canal del Congreso. Síguela en su cuenta de Twitter: @RinaMussali.
(CNNMéxico) — El 2 de diciembre de 2014, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, disolvió la XIX Legislatura de la Knesset, tras 22 meses de funcionamiento y a más de dos años de su debida conclusión, llamando a elecciones anticipadas este 17 de marzo. Así, se da continuidad a una tradición poco común: desde 1988, ya sea por acuerdo entre partidos o por decisión del primer ministro, la Knesset no termina su mandato de cuatro años.
Este cisma en la estabilidad política israelí se veía venir: la falta de consenso de la coalición gobernante en torno al proyecto de ley para reafirmar la naturaleza de Israel como un Estado judío, los divisionismos frente a la iniciativa de ampliar la construcción de asentamientos en territorios ocupados y el manejo fiscal incentivaron la despedida de dos figuras incómodas para el primer ministro: Yair Lapid, ministro de Finanzas del partido Yesh Atid, y Tzipi Livni, ministra de Justicia del partido Hatnuá. Con esta jugada, Netanyahu mostraba sus ambiciones para conseguir una nueva reelección y una posible cuarta victoria electoral.
El mapa político israelí es complejo de entender, especialmente con la amplia y variada plataforma política: partidos laicos, religiosos, de derecha, centro e izquierda nutren a esta sociedad plural, heterogénea y democrática. Los temas que juegan en cada contienda electoral están relacionados con las fronteras, los territorios en disputa, la seguridad, las propuestas socioeconómicas y los asuntos religiosos que, bajo distintas lecturas ideológicas y diferentes dosis y matices, desigualan a los partidos políticos.
La gran sorpresa electoral que ha sacudido el panorama político israelí, y dado un vuelco estrepitoso al partido gobernante Likud, es la alianza entre Isaac Herzog del Partido Laborista y Tzipi Livni del partido Hatnúa bajo la Unión Sionista. Cabe subrayar que, hasta hace unos cuantos meses, el mundo atestiguaba el poder indiscutible de Netanyahu y la crisis de liderazgos en Israel. Nadie pensaba que otras personalidades de peso y talla pudieran desafiar al primer ministro, sobre todo por la caída estrepitosa del partido centrista Kadima en años anteriores. Hoy existe una posibilidad real de derrotar a Netanyahu.
Un referéndum para Netanyahu
Las elecciones de este 17 de marzo serán un referéndum inevitable para Netanyahu, quien codicia su cuarto periodo como primer ministro. Sin embargo, gran parte de la sociedad israelí se muestra fatigada por la política de seguridad del partido Likud, que ha descuidado los temas económicos y sociales. El Banco Mundial reporta un decrecimiento paulatino en la economía israelí de 2010 a 2013, periodo en el que pasó de 3.8 a 1.4 puntos. La contracción económica, la crisis de la vivienda, el encarecimiento de la vida y la desigualdad de los ingresos definen cada vez más el hartazgo ciudadano.
¿El voto de castigo será la guía de los comicios generales? ¿El fortalecimiento de la oposición y los gritos de “¡Cualquiera menos Netanyahu!” dejarán entrever a una sociedad que sopesará más la economía —su bolsillo— que la seguridad?
Los sondeos no han permitido observar un ganador claro. En los primeros días de marzo, diversas encuestas (Walla! e Israel Hayom) marcaban un empate virtual entre la Unión Sionista y el Partido Likud; sin embargo, aquellas realizadas entre el 10 y el 12 de marzo (Dialog-Haaretz Poll, Midgam-Army Radio Poll, Midgam-Channel 2 Poll, Panels-Knesset Channel Poll y TRI Poll) le daban el triunfo a la Unión Sionista por tres o cuatro escaños. Una posible victoria de la fórmula laborista generaría una diferencia significativa para Israel y para el mundo, sobre todo porque las conversaciones de paz con los palestinos están totalmente congeladas; un cambio de color en el gobierno israelí oxigenaría la solución de dos estados y contrarrestaría el aislamiento internacional de Israel.
Los errores de Netanyahu resaltan en la política exterior. Incluso, Europa parece molesta y sigue una línea poco amistosa con Israel, haciendo todo lo posible para regresarlo a la mesa de negociaciones. Suecia fue el primer país miembro de la Unión Europea (UE) que reconoció al Estado palestino, aunque otros países como Polonia, Eslovaquia y Hungría lo hicieron antes de unirse al bloque. En 2014, varios países hicieron votaciones simbólicas en sus parlamentos, como Reino Unido, Francia, España e Irlanda, las cuales no modifican sus posicionamientos diplomáticos pero sí muestran la impaciencia de la región por la resolución del conflicto.
Además, las fricciones personales con Barack Obama —siendo Estados Unidos el aliado más importante de Israel— quedaron al desnudo cuando Netanyahu dirigió un polémico discurso en el Capitolio el pasado 3 de marzo, dos semanas antes de la celebración de las elecciones anticipadas. Su propósito principal —además de descarrillar las negociaciones nucleares entre Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania— fue dirigirse al público israelí para captar más votos y romper el empate virtual con la fórmula laborista.
El desaire a Obama que se cocinó secretamente entre el primer ministro de Israel y John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes, se cobró con la ausencia de más de 50 legisladores demócratas que esquivaron su presencia. Fue Netanyahu quien rompió el consenso bipartidista en el Capitolio, pues no dejemos de lado el pacto tácito que existe entre EU e Israel: su apoyo incondicional independientemente de si Israel es gobernado por partidos de derecha o izquierda.
Con su presencia en el Capitolio, Netanyahu cabildeó para que los republicanos aprueben nuevas sanciones económicas en contra de la República Islámica de Irán, una divisa que Obama no puede materializar en medio de las pláticas que sostiene con el régimen de Teherán y cuando el mundo occidental mantiene la guerra en contra del terrorismo y el Estado Islámico. Un Irán con capacidad nuclear desencadenaría una nueva ola armamentista en la región empezando por Arabia Saudita y Turquía, que no se quedarán con los brazos cruzados en esta nueva etapa nuclear de proliferación.
Las opiniones expresadas en este texto pertenecen exclusivamente a Rina Mussali.