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(CNN) – Flanqueado por amigos en una concurrida calle del centro de Bagdad, Asa’ad al-Yassiri saca un pedazo de papel deshilachado. Es su autorización para recibir tratamiento médico, permitiéndole salir de las fuerzas armadas iraquíes para curar una herida de bala en su brazo izquierdo.

Su contingente estuvo entre los últimos en retirarse de Ramadi tras una ofensiva de ISIS.

Se siente desilusionado por la forma en que salieron de esta ciudad clave, especialmente por el misterio que rodea la orden de retirada y por el hecho de que anteriormente a los prisioneros de ISIS se les perdonó la vida al no ser ejecutados.

En la cruel y oscilante lucha por el territorio y el poder que ha existido entre el Estado Islámico y los gobiernos centrales de Damasco y Bagdad, Ramadi se ha convertido en el último campo de batalla de Iraq.

Según informó la Organización de las Naciones Unidas, desde que la ciudad fue tomada en la provincia de Ambar a principios de este mes, casi 55.000 personas han huido. La mayoría de los desplazados se dirigieron a Bagdad, a unos 120 kilómetros (75 millas) al este.

Excavadoras equipadas con explosivos

ISIS ha demostrado ser un enemigo obstinado de los militares iraquíes… y ese fue nuevamente el caso en la batalla en la que se encontró al-Yassiri.

Al-Yassiri y su contingente fueron posicionados justo al oeste de la ciudad, en un campo abierto y usaban bermas para cubrirse. Los hombres, alrededor de 140 distribuidos a lo largo de este frente en particular, fueron divididos en unidades más pequeñas de aproximadamente dos docenas.

ISIS, el cual se autodenomina Estado Islámico, había dirigido los ataques hacia algunas de las posiciones a ambos lados de la unidad de al-Yassiri y dentro de la ciudad.

“Había tres bombas a un costado de la ruta que destruyeron a dos vehículos Humvee y mataron a cinco de nosotros. Luego se acercaron a nosotros con excavadoras equipadas con explosivos”, dice.

El tiroteo se prolongó durante horas y sus últimos momentos fueron capturados en un video de un teléfono celular. Un soldado contraataca, detrás de una berma. Justo al lado de él se encuentra un cuerpo, el de un compañero muerto en combate.

El caos continúa a medida que se desencadenan más tiroteos. El comandante de Al-Yassiri llama por radio para pedir apoyo aéreo y les gritaba a sus hombres: “¡Luchen, héroes, luchen!”

La unidad contraataca

Alguien grita una advertencia: “Se acercan por el otro lado”.

Los combatientes de ISIS avanzaban hacia ellos desde cuatro direcciones distintas. La unidad que se suponía que los protegería parecía haber desaparecido. Ellos estaban vulnerables y expuestos.

Alguien grita para que lleven más municiones. Al-Yassiri salta de un transporte blindado de personal y corre hacia el soldado.

“La bala golpeó mi chaleco antibalas en un ángulo e hirió mi brazo”. Él cayó al suelo. Otro soldado lo arrastró hasta ponerlo a salvo.

Momentos más tarde, se escuchó otro grito desolador: “no hay municiones, no hay municiones”. Luego de eso, se les dio la orden para retirarse.

Al-Yassiri dice que no le quedó más remedio que obedecer.

“Teníamos mártires y heridos, pero dijimos que no nos retiraríamos, estamos acostumbrados a ver la sangre de los mártires y no hemos liberado la tierra”, dijo. “Sin embargo, el convoy se retiró, así que también tuvimos que retirarnos”.

Falta de liderazgo

Al-Yassiri se siente resentido, enojado y desilusionado. Dos semanas antes de la caída de Ramadi, él dice que su unidad capturó una posición de ISIS y mató a seis de sus combatientes. A dos se les ve incendiados en un video. Otros siete fueron capturados, entre ellos cuatro extranjeros, admitiendo que fueron torturados para obtener información.

“Escuché que mi oficial interrogó a uno de ellos y le preguntó cómo habían podido colocar artefactos explosivos improvisados entre nuestras torres de vigilancia si se encuentran a tan solo 100 metros de distancia una de la otra”.

“Uno de ellos respondió: ‘Alumbramos con la linterna hacia la torre. Sabemos que solo hay 28 soldados, que tienen turnos de cinco horas y que no cuentan con suficientes municiones. Si un soldado no nos dispara, nos arrastramos y colocamos la bomba’”.

“Queríamos matar a los siete que capturamos”, continúa. “Pero no podíamos porque nuestro comandante ya había informado a nuestro cuartel general que habían sido capturados”.

Él se eriza ante la noción de que los soldados iraquíes como él no tienen la voluntad de luchar. Él culpa al liderazgo militar y a las fallas logísticas por dejarlos sin el reabastecimiento y el apoyo adecuados.

Él cree que la orden de retirarse fue una traición. El gobierno iraquí ha dicho que emprendió una investigación para averiguar qué fue lo que salió mal y cómo fue emitida la orden, pero hasta ahora, nadie ha dado una explicación viable.

“Quiero dejar el ejército y lo haría, si supiera que no me metería en problemas”, dice Al-Yassiri. “Quiero unirme a las milicias y regresar a la lucha”.