Un hombre suelta una paloma en La Habana el 1 de julio de 2015

Nota del Editor: Jorge Gómez Barata es columnista, periodista y exfuncionario del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y exvicepresidente de la Agencia de noticias Prensa Latina. Las opiniones expresadas en este texto corresponden exclusivamente al autor.

Pertenezco a una generación y a una condición social para la que la ruptura con Estados Unidos, el establecimiento del bloqueo, y la alianza con la Unión Soviética no fueron desgracias. No fue igual para todos los cubanos.

Los pobres, que en Cuba eran la inmensa mayoría, vivieron mejor sin Estados Unidos que con ellos. Los otros no. La diversidad de intereses se manifestó con fuerza avasalladora. Asistida por la Unión Soviética, que obtuvo importantes saldos políticos, la Revolución se sostuvo y avanzó porque abrió una era de prosperidad e inclusión, aunque introdujo credos que muchos no compartieron, se opusieron y marcharon.

La nación se dividió: unos con Estados Unidos, otros sin ellos y contra ellos. La lucha y sus consecuencias han sido tremendas. Quien diga que el bloqueo fracasó es porque lo ha visto de lejos. Lo que fracasó fue el propósito de neutralizar o derrotar a la Revolución, que incluso sobrevivió a la debacle de la Unión Soviética y del socialismo real.

El tiempo pasó y los cubanos con él, hasta llegar al punto en que los que se fueron y los que permanecieron, junto a los que llegaron después y optaron por lo uno o por lo otro, celebraron cuando los presidentes Raúl Castro y Barack Obama acordaron pasar la página. Pasar la página es una imagen perfecta, porque no borra las anteriores ni sugiere un retroceso, sino lo contrario.

Ninguno de los presidentes proclamó la victoria ni admitió la derrota. Sin embargo, no hay empate, y sí una complicada dialéctica propicia para nuevos comienzos. Ahora no vamos a las trincheras, salimos de ellas, no para emprender nuevas batallas, sino para tratar de que no haya ninguna más. No es un armisticio ni una tregua, queremos paz.

Nunca pensé vivir para ver este momento, aunque ello no me impide disfrutarlo. Formé filas entre los necios (en el estilo de Silvio Rodríguez), y estaba preparado para lo peor. Me hace feliz que haya ocurrido lo contrario. Incluso declaro que me gustaría que regresara la determinación con que entonces nos confrontamos, y se avanzara en la normalización con la misma velocidad con que antes se procedió. Comprendo que no es posible, porque deshacer es más fácil que rehacer.

No creo que sea casual, y aunque estoy seguro de que no fue planificado, celebro la voluntad estadounidense de levantar el cerco y abrir el juego, cuando en Cuba prevalece una voluntad de actualización.

Desde mi punto de vista parece probable que se inicie otra era de prosperidad que, administrada desde la madurez adquirida, pueda lidiar exitosamente con las complejidades de una nueva relación política con Estados Unidos, e insertarse en los entresijos de la economía global.

No hace falta hacerse ilusiones. Cuba se enfrenta a esos desafíos en condiciones económicas desventajosas, y en momentos en que la crisis y los ajustes dan lugar a tensiones sociales diversas. Es bueno saber que la sociedad apoya a la dirección política en las dos vertientes: actualización económica y normalización de las relaciones con Estados Unidos, que dicho sea de paso significa normalizarlas también con medio mundo.

Esas y otras son las circunstancias en medio de las cuales, en los próximos días, llegaran a Cuba John Kerry, secretario de Estado norteamericano, y el papa Francisco. Es bueno que ocurra cuando quienes protagonizamos las rupturas vivimos para ver el reencuentro, que de nuestro lado conducen Fidel y Raúl. Todos conocen la historia y están conscientes de los desafíos y esperanzas de la nueva era. Allá nos vemos.