(CNN Español) – En menos de dos minutos, Johny, un colombiano de 26 años, cruza el río Táchira para pasar a Venezuela. Aunque la frontera entre los dos países está cerrada desde hace ya una semana, hay un paso conocido como La Platanera por donde decenas de personas cruzan ilegalmente hacia Venezuela para intentar recuperar las posesiones que dejaron atrás cuando la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) los sacó de sus hogares y les dijo que tenían que regresar a Colombia.
Johny –quién no quiso que se revelara su apellido– vivía en la zona fronteriza conocida como La Invasión, y fue deportado el sábado pasado junto a sus dos hijos y a su madre.
Son las 9 de la mañana y Johny, como cientos de colombianos deportados, esperaba que las autoridades venezolanas ‘permitieran’ el paso hacia ese país. Es un proceso informal: los agentes de la GNB que están en ese lugar avisan que pueden pasar y se retiran por un tiempo.
Tras cruzar el río y avanzar brevemente a través de una planicie de tierra con algunos arbustos, Johny señala una casa a la derecha. Es su hogar. Una de las paredes de la construcción está marcada con una ‘D’. Los habitantes de los pueblos fronterizos han relatado que la GNB marca las casas de los colombianos en Venezuela con una ‘D’ o con una ‘R’. La ‘D’ significa que la casa será demolida, la ‘R’ que ha sido revisada.
“Esa es mi casa, pero yo no voy a entrar ahí”, dice señalando el lugar y sin dar más explicaciones continúa avanzando con prisa por la via polvorienta.
La Invasión parece un pueblo fantasma. Uno de los pocos pobladores que nos encontramos en el camino nos advirtió sobre la cámara. “Si la ven grabando la acusan de espionaje”.
Johny camina cinco minutos a toda prisa y entra a otra casa donde viven sus dos hermanas. El lugar está vacío, salvo por unos torsos de maniquíes y unos costales llenos y apilados contra una pared.
“Aquí teníamos un taller de costura”, explica. “Pero ya no hay nada, se llevaron todo, las máquinas…todo”.
El tiempo apremia: si los agentes de la Guardia Nacional Venezolana que se han ausentado de la frontera reaparecen y lo encuentran del lado de Venezuela lo dejarán “encerrado”, como dice Johny, y no podrá transportar sus pertenencias.
Johny quiere llevar a Colombia todo lo que pueda, y espera que sus dos hermanas y su primo puedan cruzar el río junto a él. Desde que fue deportado, el hombre se ha hospedado con sus hijos y su madre en la casa de unos familiares en Colombia.
En la última parada de este recorrido, Johny entra a la casa de su primo y allí recoge un colchón que se pone sobre la espalda para emprender el viaje de regreso.
Tan pronto toca tierra colombiana, el hombre deja su carga a la orilla del río y corre para atravesarlo de nuevo. La visita a Venezuela duró sólo 15 minutos. Johny se dirige otra vez hacia La Invasión; no hay tiempo que perder y aún le falta traer las demás piezas de la cama y una ropa para su mamá.
Un militar colombiano, que coordinaba la misión humanitaria de la Segunda División del Ejército y que pidió no ser identificado, estimó que unas 600 personas transitaron por la frontera en esta jornada, tratando de salvar lo poco que les quedaba.
Pero como el paso es ilegal y no hay un registro oficial, no se puede tener certeza, según explicó el oficial.
“Aquí hay patria”
Muchas personas regresan a Colombia con tanques de agua, tejas de zinc, lavamanos, bultos de cemento, colchones, armarios, camas, ropa, animales. En la mitad del río, cientos de oficiales de Ejército y la Policía de Colombia ayudaban a regresar a sus compatriotas.
A la orilla del río encontramos a Yorladi Arias, una mujer colombiana, madre de dos hijos, que acaba de cruzar el río en este éxodo. Ella denunció que oficiales venezolanos acusaron a su hijo de ser paramilitar, por eso le tocó salir “antes de que se lo lleven”, relata ella.
Pero Yorladi es optimista, dice que a pesar de la tragedia puede salir adelante porque tiene un país que la recibe.
“Todavía se puede, vamos para adelante. Lo más importante es que tenemos patria a dónde llegar”, agrega sonriendo.
José Rodríguez, venezolano de padres colombianos que vive en La Invasión, dice que a pesar de que a él no le tocó salir de su tierra, le duele lo que pasa con sus hermanos colombianos.
“Mi familia y yo sentimos rabia, dolor, impotencia todo lo que está pasando”, dice él.
Ya han pasado más de 40 minutos desde que se abrió este paso furtivo en la frontera y muchas personas continúan llegando a Colombia.
A Johny –que en este lapso hizo cuatro viajes de ida y vuelta– sólo le queda traer unos tablones para armar un “cambuche” (un campamento improvisado) y traer a otros siete familiares que aún están en Venezuela.
Mientras el hombre atraviesa el río una vez más, en la orilla del lado venezolano una mujer abraza a su mamá y se despide llorando, porque sabe que con el cierre fronterizo y la creciente tensión entre ambos países no podrá volver a verla en algún tiempo.
No por lo menos hasta que los gobiernos de Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro lleguen a un acuerdo sobre los pobladores de la frontera, que son tan colombianos como venezolanos.