Washington (CNN) – El huracán político de Donald Trump no es ningún accidente. Se ha estado gestando en el Partido Republicano durante décadas.
Sí, la fuerza salvaje que azota la contienda republicana por la Casa Blanca es un reflejo de la furia actual de las bases en contra del gobierno y de un levantamiento en contra de los líderes del ‘establishment’ del partido que ya ha acabado con figuras como el expresidente de la Cámara de Representantes, John Boehner y su número dos, Eric Cantor.
Y al menos se trata de un fenómeno individual basado en el carismático atractivo del mismo Trump. El desenvuelto virtuosismo del multimillonario y su dominio de las redes sociales lo ha conectado con una molesta porción de los votantes republicanos de una manera que ningún otro candidato ha manejado y será puesto a prueba de nuevo en el último debate del Partido Republicano del año, transmitido por CNN desde Las Vegas el martes por la noche.
Sin embargo, la tempestad deTrump se ha estado desarrollando durante mucho tiempo. Los críticos del Partido Republicano argumentan que el partido ha sido la causa de su intervención desestabilizadora al no aplacar las controversias como las afirmaciones que él ayudó a alimentar en relación a que el presidente Barack Obama no nació en Estados Unidos o la retórica explosiva sobre los inmigrantes ilegales. Esta atmósfera contenciosa le ha restado valor al debate sobre la naturaleza del auténtico conservadurismo que muchos partidarios habían esperado en la contienda electoral de 2016.
Varios comentaristas conservadores han rechazado la noción de que el Partido Republicano en sí es el responsable del atractivo de Trump. Ellos argumentan, por ejemplo, que el magnate de los bienes raíces no es un verdadero creyente, sino que simplemente ha secuestrado al partido para llegar a una comunidad de votantes trabajadores principalmente blancos que se resisten a la ola de cambios en los Estados Unidos de Obama. Y ellos tienen un punto: el sentimiento en contra del ‘establishment’ que él exacerba efectivamente es anterior a la llegada de Trump al ámbito político.
El trauma actual del Partido Republicano se extiende al menos hasta los años noventa, si no es que antes. Radica en una transformación que transformó al Partido Republicano de ser un partido de gobierno de consenso que producía presidentes como Dwight Eisenhower y George H.W. Bush en un partido de rebelión en el que la mayoría de personas están consumidas por un enojo contra los líderes del partido que creen, habitualmente hacen maniobras para impedir que verdaderos conservadores ganen la nominación.
Gingrich inicia una revolución
El catalizador para el dominio en contra del ‘establishment’ en el partido podría haber sido otro desenvuelto republicano con un estilo de lanzar bombas en su retórica y un desdén por las élites del partido.
El republicano por Georgia, Newt Ginrich, lideró una insurgencia en contra del liderazgo republicano en la Cámara de Representantes, decidido a prescindir de la comodidad que abarcaban tanto los partidos Demócrata como Republicano en el Congreso durante décadas. Gingrich no solo tomó el control de su partido; en 1994, dirigió al Partido Republicano para que se apoderara de la Cámara de Representantes por primera vez en 40 años, y se convirtió en presidente de la Cámara en lo que fue un contragolpe contra el presidente demócrata Bill Clinton, quien se encontraba en problemas. Su golpe pasó a la historia como la “Revolución republicana”.
El siguiente punto de inflexión se produjo seis años después, cuando muchos activistas creyeron que George W. Bush instalaría un verdadero gobierno conservador en la Casa Blanca. Sin embargo, el presidente no. 43 resultó ser una profunda decepción para muchos votantes conservadores alrededor del país, lo que alimentó la furia contra las élites del Partido Republicano que ha aumentado en la campaña de Trump por las elecciones de 2016.
Bush respaldó un compromiso por la inmigración que a la larga fue infructuoso; sus oponentes lo ridiculizaron como amnistía para los inmigrantes indocumentados, aumentó la deuda por medio de guerras por las que no se pagó, lo cual también dio lugar a una enorme expansión del gobierno y presidió una crisis financiera en la que miles de millones de dólares fueron canalizados para rescatar a los bancos, mientras los estadounidenses comunes y corrientes perdían sus casas y sus empleos.
Si le sumas a esto dos campañas presidenciales por los nominados John McCain y Mitt Romney —a quienes muchos conservadores veían como los dinosaurios del ‘establishment’ republicano—, una industria de levantamiento político alimentada por las redes sociales y los súper Comités de Acción Política que permitían que los estadounidenses desafiaran a los jefes del partido, el eco de la programación de derecha por radio y la programación partidista por televisión, el escenario estaba listo para que estallara la ira acumulada de las bases.
A ese turbulento caldero entró un presidente negro, una cultura que adoptaba cada vez más los valores sociales liberales y un Congreso controlado por el Partido Republicano incapaz de detener una legislación importante como Obamacare y acciones de la Casa Blanca que muchos vieron como una extralimitación ejecutiva peligrosa respecto a temas nacionales de importancia fundamental.
Hoy en día, los republicanos furiosos no confían en sus líderes ni en su gobierno. Esto divide al partido entre, por un lado, activistas que creen que las concesiones sobre los principios políticos conducen solo a victorias demócratas y debería ser despreciado incluso si amenaza con impulsar a la economía por un precipicio fiscal y, por otro lado, conservadores en Washington que ven las concesiones como un mal necesario para que el país siga funcionando. Este último grupo quiere implementar al menos los objetivos republicanos modestos que son posibles en un gobierno dividido y les preocupa que la retórica y las políticas de Trump puedan hundir al Partido Republicano.
De hecho, el sentimiento en contra del ‘establishment’ alimentado por el advenedizo Gingrich y por congresistas que adoptaron al Tea Party, el cual se levantó durante la presidencia de Obama en lugar de enfrentar la derrota en las primarias ha dado lugar a posibles electores del Partido Republicano que no se interesan particularmente en el partido en sí, y sin duda no cuando se compara con su lealtad hacia Trump.
Votantes furiosos con el Partido Republicano
“El hecho de que ellos salgan y lo apuñalen por la espalda de esta forma… ¿sabes qué? Ya estoy cansada del Partido Republicano”, dijo Paula Yoel de Nuevo Hampshire en el programa “New Day” de CNN, exigiendo más respeto hacia Trump por parte de los líderes del ‘establishment’.
Steve Stepanek, un legislador local que preside la campaña de Trump en Nuevo Hampshire, dijo que las personas estaban cansadas con los miembros del ‘establishment’ del partido que trataban de dictar los términos de la contienda presidencial.
“Creo que en su éxito y popularidad, Donald Trump es un ejemplo de que las personas están cansadas de las máquinas políticas de ambos partidos”, le dijo Stepanek a CNN.
El avance de Trump radica en el hecho de que no le ofrece a estos votantes planes o promesas detalladas sobre lo que hará. En cambio, él simplemente se ha posicionado como el vehículo más franco y abierto para las quejas de este bloque de votantes, quienes creen que se atreve a proponer acciones, como prohibir que los musulmanes entren a Estados Unidos, que ellos también apoyan, pero ningún político convencional se atreverá a expresar.
De hecho, la división entre las dos facciones del Partido Republicano se ve exacerbada por el sentimiento de muchas figuras del ‘establishment’ que sienten que Trump no es un verdadero conservador en absoluto, sino que simplemente ha secuestrado al Partido Republicano para aprovecharse de un conjunto de votantes molestos, trabajadores administrativos, personas en envejecimiento y votantes que no tienen una educación tan buena y se han establecido en la base del partido.
Aunque Trump una vez podría haber sido visto como un chiste dentro del partido, el humor ha desaparecido. Con su llamado a prohibir que los musulmanes viajen a Estados Unidos, entre otras polémicas que ha iniciado, el favorito amenaza a ocasionar un profundo daño en las probabilidades del partido de ganar su primera elección presidencial en 12 años; esta quizá es la razón por la que desencadenó una condena tan inusualmente amplia en el Partido Republicano, el cual ha menudo se ha mostrado cansado de desafiarlo.
Sin embargo, algunos candidatos se han mostrado cada vez más dispuestos a hacerlo. Jeb Bush, quien una vez fue el favorito del ‘establishment’, el exgobernador de Florida, ha calificado a Trump de ser “desquiciado”, mientras otro candidato, el senador por Carolina del Sur, Lindsey Graham, dijo que era un “fanático xenófobo, religioso y que hace comentarios injustos sobre la raza”. Algunos funcionarios republicanos y analistas que se inclinan a la derecha incluso han sugerido que el hombre que lidera las encuestas del Partido Republicano tiene tendencias fascistas.
Aun así, los posibles electores de los que Trump está haciendo uso es un grupo que el mismo Partido Republicano creó, según Heather Cox Richardson, una profesora de Boston College que escribió una historia del Partido Republicano titulada “To Make Men Free”.
Trump tuvo éxito, dijo, al descubrir esto.
“Él se encuentra sobre todos los vendedores y le vende a un grupo de votantes, un grupo de clientes, si lo prefieres. Él simplemente es capaz de interpretarlos increíblemente bien”, dijo Richardson. “Él ha construido esta enorme base de seguidores que lo adora porque él dice lo que ellos han estado pensando, pero lo que los líderes republicanos de la corriente dominante han estado evadiendo”.
La coalición de Trump descansa en una molesta base del 25% al 35% del electorado del Partido Republicano que ha resultado ser más resistente y fiel a él de lo que muchos expertos políticos predijeron.
La furia es evidente en las encuestas que reflejan el estado de ánimo de los votantes que han recurrido a candidatos “externos” como Trump y el neurocirujano Ben Carson en esta temporada de campaña. Solo el 11% de los republicanos y votantes con tendencia republicana dijeron que la experiencia era el factor más importante al elegir un candidato presidencial, según una encuesta del Washington Post/ABC News publicada el mes pasado. Más o menos el 52% dijo que traer un cambio a Washington era más importante. Tan leal es el ejército de Trump que el 68% de sus partidarios votarían por él si lanzara una candidatura independiente, según una encuesta de USA Today y la Universidad de Suffolk.
Los críticos del Partido Republicano creen que las controvertidas invectivas de Trump en contra de los mexicanos, musulmanes y varias mujeres prominentes es un ejemplo de que el Partido Republicano está cosechando lo que sembró luego de fomentar una rebelión que condujo a dos triunfos consecutivos en las elecciones intermedias en 2010 y 2014. Esas victorias ayudaron a obstruir la presidencia de Obama, pero luego obstaculizó el liderazgo del Partido Republicano en sí, ya que los nuevos miembros del Congreso resultaron ser imposibles de controlar una vez llegaron a Washington.
Algunos liberales también argumentan que la tolerancia del Partido Republicano del “birtherism” —las afirmaciones hechas por Trump y otros en relación a que Obama no nació en Estados Unidos— y una “estrategia del sur” que usa la raza como un garrote para preservar el dominio del Partido Republicano entre los votantes blancos en estados conservadores alimentó el explosivo impulso político de Trump.
Los republicanos señalan a Obama
Los conservadores rechazan tal narrativa, y ven el propio estilo de gobierno de Obama y su agenda como algo que en gran medida impulsa la frustración de las bases… aunque muchos en la base del Partido Republicano piensan que es el fracaso del partido, a pesar de controlar el Congreso, por frustrar los planes de Obama, lo que igualmente representa un problema. De cualquier forma, sin duda existe un poco de evidencia en relación a que Trump se ha aferrado al fervor en contra de Washington del Tea Party y a los problemas que los miembros animados de un grupo al principio asumieron estar preocupados por temas económicos pero que los científicos políticos demostraron, representaban un conjunto más amplio de creencias.
Por ejemplo, su decisión de hacer que la oposición a la inmigración ilegal fuera una base de su campaña parece ser particularmente sagaz y lo ha ayudado a conectarse con el visceral descontento que electrifica el movimiento conservador.
Un estudio realizado por tres investigadores de Harvard en 2011 encontró que la inmigración era tanto una fuerza motivadora para los votantes del Tea Party como los déficits y el gasto. Más o menos el 80% de los votantes del Tea Party dijeron que la inmigración ilegal era un “problema muy serio”.
El estudio realizado por Vanessa Williamson, Theda Skocpol y John Coggin también identificó que el cambio social en Estados Unidos personificado por Obama —embriagador para sus partidarios— es profundamente inquietante y casi aterrador para los votantes del Tea Party.
El discurso base de Trump, la banda sonora de rock suave que resuena en sus mítines y sus promesas de hacer que “Estados Unidos sea un gran país de nuevo”, parecen remontarse a una nación más simple, menos diversa y más tradicional, antes de que los trabajos administrativos migraran a China y el poder estadounidense fuera temido en el mundo.
“Creo que la mejor explicación para la popularidad de Trump es este cambio y el desequilibrio que estamos viendo en la sociedad estadounidense”, dijo Dan Shea, un profesor de ciencias políticas en Colby College en Maine, quien ha estudiado la polarización del electorado.
Shea dijo que el ascenso de Trump era una extensión natural del levantamiento de la era del Tea Party, nacido en la dislocación de la Gran Recesión, las secuelas de dos guerras y el cambio radical en temas como los derechos de los gay.
“Al mismo tiempo que el Tea Party se levanta, tenemos una mujer presidenta de la Cámara (Nancy Pelosi), un presidente abiertamente gay de un importante comité del Congreso (Barney Frank) y un afroamericano en la Casa Blanca con un nombre extraño.
Él continuó de esta manera: “Existe un último intento de traer de vuelta a algo que una vez tuvieron. Luego, esto conduce a Trump, quien es un verdadero candidato externo”.
En esta lectura de la cultura cambiante de Estados Unidos, el ascenso de Trump es visto por algunos comentadores conservadores como alguien que está fuera del movimiento en sí. Como tal, él empieza a verse más como un oportunista y un clásico populista que como un candidato motivado por una ideología central.
“El ‘Trumpism’ no tiene nada que ver con el conservadurismo. Él no es un conservador. La mayoría de las posiciones públicas más prominentes que ha defendido van en contra de la ortodoxia conservadora”, dijo Matt Lewis, un comentarista conservador y autor del libro “Too Dumb to Fail: How the GOP Betrayed the Reagan Revolution to Win Ellection (And How It Can Reckaim Its Conservative roots)”, el cual será publicado el próximo mes.
“Lo que tenemos ahora mismo es que la clase blanca trabajadora está muy asustada y molesta”, continuó. “Creo que esto tiene que ver con la mala economía y creo que tiene que ver con el cambio tecnológico y la globalización, el ascenso de ISIS y el terrorismo”.
Él también afirmó lo siguiente: “Existe un fenómeno que se está llevando a cabo que no tiene nada que ver con el conservadurismo aparte del hecho de que el Partido Republicano en esencia se ha convertido en el hogar de facto de los blancos de la clase trabajadora”.