(CNN) – Japón y Corea del Sur han llegado a un acuerdo sobre la antigua cuestión de las ‘mujeres de confort’, el término utilizado para describir a las esclavas sexuales que el ejército japonés usó durante la Segunda Guerra Mundial.
El ministro de asuntos exteriores japonés, Fumio Kishida, dijo que su gobierno dará 1.000 millones de yenes (8,3 millones de dólares) a un fondo para ayudar a quienes sufrieron.
El ministro de asuntos exteriores de Corea del Sur, Yung Byung, dijo que mientras Tokio cumpla con su parte del acuerdo, Seúl considerará que el problema ha quedado resuelto “de manera irreversible”.
Además, los dos gobiernos “se abstendrán de criticarse y culparse el uno al otro en la sociedad internacional, incluso en las Naciones Unidas”, dijo Yun en una rueda de prensa conjunta el lunes.
Kishida dijo que el primer ministro japonés, Shinzo Abe, “expresa de nuevo sus más sinceras disculpas y remordimiento a todas las mujeres que fueron sometidas a inconmensurables y dolorosas experiencias y sufrieron incurables heridas físicas y psicológicas como ‘mujeres de confort’”.
Ayuda previa y críticas
Japón ayudó a establecer el Fondo para las Mujeres Asiáticas en 1995, el cual es sostenido por fondos gubernamentales y provee asistencia a quienes fueron ‘mujeres de confort’.
Pero Tokio se había resistido a darle una compensación directa a las víctimas, lo que dio lugar a que activistas y antiguas ‘mujeres de confort’ dijeran que los líderes japoneses estaban evitando admitir oficialmente lo que había sucedido.
Hoy, solo unas cuantas docenas de esas mujeres aún están vivas.
Historia de una ‘mujer de confort’
Kim Bok-dong era una niña de 14 años cuando los japoneses llegaron a su pueblo en Corea.
Indicó que le dijeron que no tenía opción aparte de dejar su hogar y a su familia a fin de apoyar la campaña de la guerra al trabajar en una fábrica de costura.
“No podíamos optar por no ir”, dijo la mujer de 89 años a Will Ripley de CNN este año. “Si no íbamos, nos consideraban traidoras”.
Pero en lugar de ir a una fábrica de costura, Kim dijo que ella terminó en burdeles de militares japoneses en media docena de países.
Allí, dijo Kim, ella fue encerrada y recibió órdenes de cometer actos que ninguna niña adolescente —o mujer— debería ser obligada a cometer.
Ella describió lo que parecían días interminables en los que soldados hacían cola afuera del burdel, el cual era llamado una “estación de confort”.
“Nuestro trabajo era revitalizar a los soldados”, dijo. “Los sábados, ellos comenzaban a hacer cola a mediodía. Y terminaba hasta las 8 p.m.”.
Kim calculó que cada soldado japonés tomaba alrededor de tres minutos. Normalmente se dejaban puestas sus botas y sus medias, y terminaban apresuradamente para que el próximo soldado pudiera tener su turno. Kim dice que era deshumanizante, agotador, y a menudo insoportable.
“Cuando terminaba, ni siquiera podía levantarme. Esto fue así durante mucho tiempo”, dijo. “Para cuando el sol se ponía, no podía usar mi parte inferior del cuerpo en absoluto”.
Kim cree que los años de abuso físico dejaron una marca permanente en su cuerpo.
“No hay palabras para explicar mi sufrimiento”, dijo. “Incluso ahora. No puedo vivir sin medicamentos. Siempre estoy adolorida”.