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Nota del Editor: Jorge Gómez Barata es columnista, periodista y exfuncionario del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y exvicepresidente de la Agencia de noticias Prensa Latina. Las opiniones expresadas en este texto corresponden exclusivamente al autor.

En 1969, cuando los astronautas estadounidenses Neil Armstrong y Edwin Aldrin desembarcaron en la Luna, no tomaron posesión de ella ni la incorporaron a la Unión Americana. Ocurrió así porque establecer colonias en ultramar no fue una necesidad ni un estilo de ese país. Las excepciones resultaron fallidas. Tal vez las autoridades de entonces estimaron que no tenían ese derecho. ¿Existe ahora?

La pregunta es pertinente porque en noviembre, 46 años después, el presidente Barack Obama firmó la “The US Commercial Space Launch Competitiveness Act o Space Act”. En español: “Ley de competitividad comercial de los lanzamientos espaciales de EE.UU.” o “Ley del Espacio”. Según la legislación, todo material encontrado por ciudadanos o empresas estadounidenses en la Luna, los asteroides o en el espacio exterior, les pertenece.

¿Y si hubieran lunáticos o marcianos?

Probablemente rusos y chinos, así como potencias y países emergentes con acceso al espacio exterior harán lo mismo, y puede que los imiten los habitantes de otras galaxias. A nadie le consta que existan, aunque tampoco lo contrario. Si los hubiera, ¿en cuál de las cortes celestiales se dirimirán las reclamaciones?  ¿Habrá otra fiebre de oro en la Luna? ¿La codicia promoverá nuevas guerras?

No importa que la Luna se encuentre a unos 384.000 kilómetros de la Tierra. Si hay allí negocios o dinero, los emprendedores resolverán como llegar. Así ocurrió hace más de 150 años, cuando en California y en los territorios de Klondike, Yukon y otros se descubrió oro.

Aunque no tanto como la Luna, California, en la costa del Océano Pacifico, era entonces un territorio remoto y de difícil acceso, sin caminos, ferrocarriles ni facilidades portuarias, a unos 4.000 kilómetros de los centros urbanos del país, concentrados en la costa este, a 24.000 kilómetros de Asia y a alrededor de 12.800 de Sudamérica.

La aplicación extraterritorial de legislaciones de cualquier país a los cuerpos celestes o al espacio exterior, es una apuesta que corta el aliento, porque la instauración de la ley necesita de la razón y no pocas veces, también de la fuerza.

En cualquier caso, pasar de la exploración del espacio exterior a la conquista y de la observación a la apropiación, es una historia aún por escribir. Estamos avisados. La ambición es uno de los motores del progreso y la codicia, una mala consejera.