(CNN) – Ha provocado torrentes de insultos, incitado la furia de las bases republicanas, ha desafiado sin miedo los tabús de género, raza y religión, así como también ha desconcertado a los expertos una y otra vez.
En un desenfrenado carnaval de incorrección política que ha durado seis meses, Donald Trump ha fusionado su mensaje al estado de ánimo de sus furiosos partidarios como ningún otro candidato y ha desafiado las convenciones de un juego político bajo cuyas normas él debería haber desaparecido hace mucho tiempo.
Pocos en la política del Partido Republicano creían, cuando Trump lanzó su improbable candidatura a la Casa Blanca en junio, que aún sería un factor —y mucho menos el factor— a finales de año.
Sin embargo, el multimillonario ha encabezado las encuestas nacionales desde que entró en la contienda y en la más reciente encuesta de CNN/ORC, llevada a cabo la semana pasada, él estaba en un 39%, el doble de su rival más cercano. También está bien posicionado en los estados de votación anticipada; es decir, un inicio lleno de dolores de cabeza para las élites del Partido Republicano que temen que su apropiación del partido podría condenarlo a la derrota el próximo noviembre.
Mientras que su campaña se prepara para nuevas pruebas en el nuevo año, es un buen momento para evaluar hasta qué punto el movimiento político de Trump ha llegado, qué nos ha enseñado sobre el estado de la política estadounidense a medida que inicia el 2016 y sobre lo que hemos aprendido sobre el hombre en sí.
Trump, político perspicaz
Pregúntales a las personas que están en un mitin de Trump por qué el empresario multimillonario es su héroe y escucharás un refrán común: él no es como la gente normal de Washington porque dice cosas que la mayoría de personas tienen miedo de decir.
Trump insiste con frecuencia que no es un político en lo absoluto y su imagen como un novato externo sin compromisos con las élites del Partido Republicano es crucial para su atractivo.
Sin embargo, a pesar de su falta de experiencia y que ha asumido riesgos, Trump fue el político que mayores logros obtuvo en el campo republicano durante gran parte del 2015.
“Él es un animal político único que conoce su audiencia y utiliza la controversia como arma política mejor que cualquier otra persona que alguna vez hayamos visto”, dijo el estratega político republicano, Ford O’Connell.
Trump ya ha demostrado que posee uno de los atributos políticos más valiosos: la habilidad de sentir que algo está causando agitación en el electorado antes que cualquier otra persona.
Su posición de línea dura sobre la inmigración —algo que es contrario al deseo de los líderes republicanos que quieren llegar a los votantes hispanos— alcanzó un punto óptimo entre los miembros del Partido Republicano.
Además, al final del segundo período de la presidencia del demócrata Barack Obama, la cual está enraizada en los matices, la sensibilidad cultural y la retórica magistral —los conservadores dirían corrección política obsesiva—, muchos republicanos han ansiado que alguien fuera de la corriente política principal lo diga tal como es. Ellos también ven a Obama como el presidente más partidista y polarizador de su vida, aun cuando Obama se queja de que los republicanos han tratado de frustrarlo todo el tiempo y hacer que el compromiso sea imposible.
Trump astutamente reconoció que un partido preparado para la rebelión —que parece odiar a sus propios líderes, incluso más de lo que desprecia a Obama— recibiría muy bien a un demagogo como él.
Además, cada vez que parece estar desapareciendo o que uno de sus rivales está obteniendo buena atención mediática, simplemente enciende un nuevo escándalo que les roba la atención y compra un par de días de atención mediática gratuita, ya sea por un llamado para prohibir que los musulmanes ingresen a suelo estadounidense después de los ataques terroristas o por una pelea con Megyn Kelly, estrella de Fox News, después de un debate en el que recibió críticas mediocres.
Una y otra vez, Trump ha logrado hacer que sea imposible para los conservadores llegar a su derecho mediante la adopción de un enfoque extremo en algunos de los temas más emotivos del partido. Él ha prometido construir un muro a lo largo de la frontera y hacer que México lo pague. Mientras otros candidatos avivaron los temores de que recibir refugiados sirios podría ser un caballo de Troya para grupos extremistas, solo Trump se comprometió a evitar que los musulmanes ingresaran al país.
Los rivales de Trump también deben tener cuidado con el aguijón de su lengua. Los candidatos que lo enfrentaron, como el exgobernador de Texas, Rick Perry, el gobernador de Wisconsin, Scott Walker, y el senador por Carolina del Sur, Lindsey Graham, están fuera de la contienda. El comentario de Trump en relación a que el exgobernador de Florida, Jeb Bush, es un candidato de “baja energía” ha perseguido al alguna vez favorito republicano de 100 millones de dólares.
El contundente magnate de bienes raíces entra en peleas y ataca a sus oponentes con entusiasmo, lo cual atrae a algunos votantes y hace que contender contra él no sea divertido.
Además, ha apaciguado una gran responsabilidad que ayudó a condenar al candidato republicano Mitt Romney en el 2012: él ha convertido su fortuna en un activo, argumentando que lo libera de las personas millonarias con información privilegiada que controlan el sistema político.
Así que, aunque él es un político novato, Trump de ninguna manera es un novato en la política.
El entretenimiento es soberano
Todas las campañas necesitan un poquito de sentido de teatralidad. Pero con Trump, el sentido de teatralidad es el centro de toda la campaña.
En lugar de promesas y engaños de propuestas de políticas mordaces, Trump promete hacer que los enemigos se acobarden, se jacta de lo rico que es, les ofrece a los niños un paseo en su helicóptero y promete que “Estados Unidos sea grande otra vez”. Todo es parte del espectáculo.
Desde que John F. Kennedy entró en un estudio con un Richard Nixon de quijada profunda para un debate presidencial en 1960, la política y la televisión han sido inexorablemente concurrentes.
Los presidentes ahora pasan por los programas de televisión nocturnos, buscan nuevas audiencias en línea y tratan de evitar los medios de comunicación tradicionales en su conjunto.
La política, por supuesto, siempre ha sido una actuación artística. Los presidentes admirados como George Washington, Abraham Lincoln, Franklin Roosevelt y Ronald Reagan entendieron la importancia de la teatralidad de su trabajo.
Sin embargo, Trump, la exestrella de “The Apprentice”, ha llevado eso a otro nivel: él ha borrado la línea entre la política y el entretenimiento.
Luego de seis meses de vulgaridades de Trump, el día en que según se dice el presidente Bill Clinton degradó su mandato al responder una pregunta en MTV sobre si usaba boxers o calzoncillos parece pintoresco en comparación.
En efecto, Trump ha convertido la campaña presidencial en un episodio del audaz programa de televisión que también representa su vida en el ojo público.
Además, se ha abierto paso de la manera más rápida posible en el torrente de su enojada base política, llegando a más de 5 millones de seguidores en Twitter.
Sin embargo, él no es simplemente un maestro de las redes sociales. Trump también maneja el establecimiento de los medios tradicionales como nadie más lo hace. En una época en que los políticos se esconden detrás de capas de ayudantes de “comunicaciones”, Trump da la impresión de que siempre está accesible.
Él rara vez se digna a aparecer en un estudio como un candidato normal, prefiriendo en cambio llamar a programas de cable o convocar a los entrevistadores al vestíbulo de la Torre Trump en Manhattan para una audiencia frente a una reluciente escalera mecánica dorada. Pero él trata de estar disponible para las entrevistas largas, aparentemente improvisadas, a veces casi a diario.
Sus críticos lo podrían despotricar como un misógino y fanático, pero es innegable que el espectáculo político de Trump ha hecho que sus rivales republicanos deseen que sus transmisiones salgan al aire.
Cada vez que parece que se ha sobrepasado —ya sea atacando a los mexicanos o condenando el descanso que Hillary Clinton tomó para ir al baño durante el debate como algo “repugnante”— logra salir bien librado.
De hecho, su personaje familiar como una celebridad grandilocuente parece protegerlo de la censura que habría condenado a un político normal… por ejemplo, cuando planteó preguntas sobre el heroísmo del senador John McCain como prisionero de guerra en Vietnam, cuando se burló de un periodista discapacitado e hizo comentarios poco halagadores sobre el rostro de su rival republicana, Carly Fiorina.
Es una rutina que no ha salido muy bien con algunos operadores del Partido Republicano.
“El tipo obviamente está jugando con la dinámica de esta gente, ya que mientras más grandilocuente y descabellado parece, más lo disfrutan”, según el asesor republicano y crítico de Trump, Rick Wilson, le dijo a Don Lemon, de CNN.
“Él es un hombre aniñado disfrazado de un candidato. Este es un tipo que está haciendo una rutina cómica de insultos tipo Borscht-Belt disfrazado como un candidato presidencial”, dijo Wilson.
¿Qué tan ofuscada está la clase dirigente del Partido Republicano sobre la amenaza de Trump?
La mirada de desconcierto y frustración en el rostro de Bush en el último debate republicano lo decía todo, mientras que el hijo y hermano de presidentes les imploraba a los votantes que comprendieran que necesita un candidato “serio” para los tiempos difíciles.
Una vez Trump fue considerado como una atracción secundaria. Seis meses después de su campaña, ahora todos los demás en el campo republicano son la atracción secundaria.
La clase dirigente ya no tiene el control
En caso de lograr la nominación del Partido Republicano, Trump anularía todo lo que pensamos que sabemos de los precedentes históricos y la tradición de la política de la campaña, la cual dicta que los candidatos externos se desvanecerían y los favoritos de la clase dirigente en última instancia llegarían a la cima.
Cuando se postuló a la Casa Blanca, Trump fue tratado como una broma en Washington. La frase clave era considerada como su propia corriente de conciencia haciéndola pasar como un discurso de declaración, en el que vilipendió a los mexicanos como “violadores”, cuestionó la inteligencia de Bush, etiquetó a los líderes estadounidenses como estúpidos y declaró que “el sueño americano está muerto”.
“No hay manera de describir lo que pasó”, dijo el analista político de CNN, S.E. Cupp, en la televisión inmediatamente después del discurso. Por su parte, las élites del Partido Republicano se alinearon para condenar el tono de Trump y predecir que pronto se hundiría por debajo de un campo republicano repleto de talento conservador generacional.
Pero seis meses después, Trump aún encabeza las encuestas luego de forjarse un papel como el campeón de un sector descuidado desde hace mucho tiempo por el electorado que cada vez más ha perdido las esperanzas en los políticos convencionales. Su iconoclastia evidentemente ha apelado eso, por lo que él ha dominado una contienda en un partido cada vez más conservador, a pesar de poca evidencia de que él es un conservador auténtico.
De hecho, en el pasado, Trump ha adoptado posiciones que la base conservadora consideraría como apostasía sobre el aborto, la atención médica mediante contribuyente único y la política exterior.
Aunque su base política —desdeñosa del sistema político tal como es— no es una que se garantice que se exhiba en una noche fría en Iowa en febrero, es un distrito electoral que el Partido Republicano necesita urgentemente. De ahí, el horror de los dirigentes del partido en relación a la idea de que Trump podría dejar el partido y organizar una campaña de un tercer partido.
El intrépido promotor inmobiliario ha surgido como el recipiente perfecto para el descontento sector demográfico de clase trabajadora, principalmente blanca, que ve cómo la nación cambia ante sus ojos… volviéndose más joven, más racialmente diversa, más cosmopolita y, en muchos casos, más liberal, como lo demuestra el cambio en cuestiones como el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Existe una sensación de que la nación y los valores que ha defendido están desapareciendo y está impulsada por una era de dislocación económica después de la Gran Recesión y la eliminación de los empleos de la clase obrera. Esos son factores que hacen que el mantra de Trump de “Hacer grande a Estados Unidos otra vez” tenga un atractivo especial.
“Él sabe quién es su base. Los hombres blancos que son menos propensos a haber alcanzado una educación universitaria… ellos consideran todo el sistema como corrupto y no quieren más la política de siempre”, dijo O’Connell, consultor del Partido Republicano.
Agrégale a este grupo una parte de los conservadores descontentos que creen fervientemente que la mayoría republicana que han enviado a Washington son dirigidos por una clase dirigente irresponsable que no ha logrado frenar lo que consideran un presidente transformacional y no es difícil entender por qué Trump ha acaparado el mercado político.
Matt Schlapp, presidente de la Unión Conservadora Americana, dijo que Trump y otros candidatos antisistema se están beneficiando de un sentimiento de exasperación entre los conservadores frente a anteriores líderes del Partido Republicano a quienes consideran como entregados por la clase dirigente.
“Hemos nominado a John McCain y Mitt Romney. También puedes hacer el argumento que ellos fueron asignados con letras mayúsculas por la clase dirigente. Ellos eran los candidatos favorecidos, eran los candidatos elegidos. Fueron destruidos”, dijo Schlapp.
“Los conservadores están tomando eso en cuenta y consideran que necesitamos un modelo diferente”.
Los mensajes oscuros atraen
Donald Trump también ha demostrado que una estrategia de sembrar división y miedo aún crea una conexión con una unión generalmente latente en la política estadounidense.
Según el diccionario Merriam Webster, un líder político que trata de ganar apoyo al hacer declaraciones falsas y promesas y al utilizar argumentos basados en la emoción más que en la razón es un demagogo.
Para algunos críticos, Trump se está acercando cada vez más a la rica tradición de furiosos populistas como el sacerdote de radio de 1930, el reverendo Charles Coughlin, el agitador comunista, el senador Joseph McCarthy, el gobernador de Alabama George Wallace y Huey Long de Luisiana, quienes se apoderaron de los agravios enconados en la sociedad para buscar el poder al enfrentar a los sectores de la población contra los otros.
Michael Signer, profesor y abogado de la Universidad de Virginia que ha escrito un libro sobre el tema, dijo que la postura de los demagogos como líderes de las masas, desencadena grandes oleadas de emoción, usan esa creciente sensación para beneficio político y amenazan con incumplir con las normas de gobernanza.
“A pesar de su deslumbrante imagen anterior, Trump comenzó a ser un demagogo cuando empezó a tratar de liderar a una ‘mayoría silenciosa’ de votantes furiosos, en su mayoría blancos, de clase media y baja”, dijo Signer.
“Realmente cruzó la línea cuando empezó a duplicar los engaños, como la mentira sobre los ‘miles’ de personas que festejaban el 9/11 en Jersey City, tolerando la violencia, demonizando a grandes cantidades de personas y, ahora, haciendo a un lado la libertad de religión de los musulmanes”.
Es la era del ‘truthiness’
Daniel Patrick Moynihan seguramente se está revolcando en su tumba.
Uno de los clichés más vetustos de Washington, a menudo atribuido al fallecido senador, es que un político tiene derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos.
Sin embargo, Trump —de ninguna manera el único infractor en este desenfrenado ciclo electoral— ha bombardeado con una letanía de falsedades que podría haber destrozado cualquier campaña normal.
Su secreto es nunca disculparse.
De hecho, él le impone la carga de la prueba a sus acusadores cuando se le desafía sobre sus afirmaciones, por ejemplo, de que miles de musulmanes en Nueva Jersey festejaron la caída de las torres gemelas.
Él ha afirmado con escasa evidencia que México envía criminales a través de la frontera con Estados Unidos. Él sugirió que la Casa Blanca quería aceptar 200.000 refugiados sirios cuando la cifra real es de alrededor de 10.000.
El sitio web de comprobación de hechos, Politifact, clasificó una lista de 77 declaraciones de Trump en el 2015 y se encontró que el 76% de las mismas eran en su mayoría falsas, falsas o mentiras absolutas.
Las frecuentes desviaciones de la verdad por parte de Trump parecen ser alentadoras o al menos hace que sea aceptable que otros candidatos jueguen libremente con los hechos.
Su compañera republicana Carly Fiorina afirmó incorrectamente que en un video de Planned Parenthood, los espectadores pudieron ver a “un feto totalmente formado en la mesa, con el corazón latiendo y moviendo sus piernas”.
La principal candidata demócrata, Hillary Clinton, afirmó recientemente que ISIS estaba usando videos de la retórica anti-musulmana de Trump como una herramienta de reclutamiento, y se negó a pedir disculpas a pesar de que no se ha encontrado ninguna evidencia que respalde lo que dijo.
A este ritmo, la industria de verificadores de hechos que surgen en torno a las campañas para frenar a los políticos que son desafiados ante los hechos quedará fuera del negocio.
Impacto de Trump en el 2016
Podría ser difícil para Trump aceptarlo, pero aun así es posible que su estelar 2015 podría no contar para nada una vez que los votos empiecen a ser contabilizados en febrero.
Si bien es indiscutible que Trump ha cambiado la política de este año, solo su desempeño en las urnas determinará si realmente altera la manera en que los estadounidenses eligen a sus presidentes.
Si fracasa en ganar el caucus de Iowa el 1 de febrero, donde se enfrenta a Ted Cruz, el senador de Texas que está aumentando sus índices rápidamente, y luego se queda corto en la nominación de Nuevo Hampshire, la autoimagen de Trump como un triunfador se llevaría un golpe y su campaña podría estar en problemas. Su deseo de continuar y la viabilidad de su desafío externo serían cuestionados.
Sin embargo, una victoria en las elecciones primarias anticipadas comenzaría a desacreditar la sabiduría convencional —y las esperanzas de las élites del Partido Republicano— que la ampliamente ridiculizada clase dirigente comenzaría a unir en torno a una alternativa al franco multimillonario. Trump podría ganar impulso y podría ser difícil de detener. En ese caso, las elecciones presidenciales posiblemente nunca vuelvan a ser las mismas.
“Si Trump termina ganando la nominación, él podría terminar dándole un giro completo a la politiquería presidencial tradicional”, dijo O’Connell.
Incluso si él se queda corto, algunos de los conservadores principales creen que Trump ya ha establecido un precedente que podría allanar el camino para candidatos más ortodoxos en el futuro.
“El concepto de que un extraño, o una persona de negocios o personalidad de los medios de comunicación, gane la presidencia ya no es una fantasía”, dijo Schlapp de la Unión Conservadora Americana.