Ana Pacheco tenía 14 años cuando se unió a la guerrilla. No le importó que uno de sus hermanos, combatiente de las FARC, se lo desaconsejara. Tampoco le importó que sus padres hubieran perdido dos fincas a manos del grupo insurgente, ni el dolor que les causaría que otro de sus nueve hijos se fuera al monte. A ella, lo único que le importaba era el “camuflado”.

“Cuando uno es del campo ve pasar todo el tiempo a la guerrilla por la casa. Yo los veía y decía: ¡tan chévere el camuflado (uniforme), qué chévere como lo portan! Me veía metida en uno, entonces decidí unirme. Era una niña, no sabía bien qué pensaban”, dice esta mujer que nació en La Uribe, Meta, en el centro de Colombia, un municipio de 16.000 habitantes cuya historia ha estado atada a varios episodios del conflicto colombiano.

Este reportaje hace parte del especial 'Los rostros de la reconciliación' sobre las historias de paz en Colombia. Haz clic aquí para ver más

Hoy, 12 años después, Pacheco, desmovilizada y desvinculada de las FARC, es una de las muchas caras de una Colombia que mira hacia un posible posconflicto, en el que miles de personas que alguna vez combatieron a lo largo de medio siglo intentan reinsertarse a una sociedad que pretende hacer la paz, no sólo con los grandes acuerdos, sino en el día a día.

Su caso no es el habitual. Es la historia de una niña guerrillera que entró al conflicto sin saber muy bien por qué y que en su edad adulta, gracias a un desnudo y a un reality, se ha convertido en una cara conocida en el proceso de reconciliación.

El poder de un uniforme

De su infancia, Ana recuerda el río Duda, la escuela y el tiempo que pasaba con sus ocho hermanos. A orillas de ese mismo río, en 1984, en Casa Verde se firmaron los Acuerdos de la Uribe, un pacto de paz entre la guerrilla de las FARC y el gobierno del entonces presidente Belisario Betancur, que daría paso al nacimiento de la Unión Patriótica (UP), un grupo político consolidado principalmente por el Secretariado de las FARC pero también por el subversivo Ejército de Liberación Nacional (ELN) y partidos políticos de izquierda. La UP sufrió la desaparición, tortura y exterminio sistemático de cientos de sus miembros, entre ellos dos candidatos presidenciales: Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa.

Fue en ese mismo valle del río Duda, unos cuantos kilómetros hacia el sur, donde en 1990 el presidente César Gaviria ordenó atacar Casa Verde, el entonces campamento madre de las FARC, con un fuerte operativo del ejército que dejó al menos 69 muertos y 130 heridos de los dos bandos. Aunque fue un golpe significativo contra la guerrilla, sus fuerzas no mermaron, y el episodio abrió las puertas al capítulo más sangriento del grupo insurgente en los años 90.

Ana tenía un año entonces.

Cuenta con franqueza que la fascinación por esa imagen de poder que proyectaba el uniforme la llevó a la guerrilla. Es precisamente eso lo que recuerda de su primer día como guerrillera. “Cuando llegué me entregaron la dotación y lo vi y dije, ‘¡guau!, qué bonito’. Me lo pongo, me queda un poco grande, pero pues nada, ahí con las medias y las botas ya cuadra”.
Pero la vida en el monte poco o nada tenía que ver con su anhelo infantil de ponerse el uniforme, ser poderosa y hacer parte de algo.

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De niña guerrillera a modelo
02:46 - Fuente: CNN

“Es como tan ilógico que la guerrilla a nosotros nos quitó dos fincas… y yo ir a caer allá en las filas de las FARC, es como… ¿por qué pasó?”.

Ana es exguerrillera, pero también víctima del conflicto colombiano. Según cifras de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR), el 48% de los combatientes se vinculan a los grupos como menores de edad. Se considera que son presionados, no tienen otra opción, o terminan en las filas de los grupos por decisiones ingenuas.

El entrenamiento de tres meses rompió el encanto y empezó a pensar en huir. Pensó en eso mucho tiempo, pero el castigo de las FARC para los desertores es la muerte, y no se puede confiar en nadie.

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“El monte es duro para una mujer. Cuando te dan permiso de bañarte tienes que hacerlo en ropa interior frente a todos, y tu camuflado también lo tienes que lavar así. Es difícil ir al baño… eso no son baños, son ‘chontos’, letrinas, porque tienes que hacer tus necesidades ahí agachada con otra persona al lado. A mí me tocaba dormir con tres hombres más, pero nunca me hicieron nada. Hay que hacerse respetar como mujer … es complicado”.

Ana siempre fue guerrillera de tropa, de base, lo que quiere decir que nunca estuvo en combate y que entre sus labores estaba cocinar y “montar guardia”. Eso sí, advierte, que nunca vigiló a un secuestrado ni mató a nadie.

“Cuando estaba en la guerrilla le tenía miedo a una toma, a estar hablando con los compañeros y que de repente un helicóptero [del ejército] llegara… y uno piensa, ya… hasta aquí llegué”.

El día que Ana huyó de la guerrilla la habían mandado a un pueblo a hacer trabajo de inteligencia. Fue con un compañero y debían averiguar qué decían los informantes y cuál era la actividad del ejército.

“Le dije a mi compañero ‘vete para un lado, yo me voy para el otro, nos encontramos en tal punto’. Me voy yo por mi lado y de repente digo … me tengo que ir de acá. Y me fui”, recuerda. Tenía 16 años.

La fama sin fusil

Ahora a Ana la reconocen en la calle. Millones de colombianos la han visto en revistas y en la televisión. No llegó a ser una prominente comandante en las FARC, su rostro no apareció en los organigramas de la guerrilla, entre los más buscados, ni su entrega fue televisada.

Doce años después de haberse puesto el camuflado en algún lugar remoto de la geografía de Colombia, Ana se volvió célebre cuando en noviembre de 2015 se desnudó en Bogotá para la portada de SoHo, una revista de fotos eróticas y periodismo narrativo.

Lo hizo para hablar sobre el tema que ha puesto los ojos del mundo sobre Colombia: el acuerdo de paz que, según el presidente Juan Manuel Santos, podría firmarse este mes de marzo y que pondría fin a más de 50 años de conflicto armado en el país.

“Es mil veces mejor desnudarse para unas fotos que ponerse un camuflado e irse para el monte”, asegura.

Las fotos causaron revuelo en el país. Medios nacionales e internacionales querían hablar con la exguerrillera que desnuda e imitando la mítica foto de John Lennon y Yoko Ono había posado con una exdetective del DAS, la extinta agencia de inteligencia colombiana, quien dedicó sus días a perseguir a las FARC.

En enero de 2016, Ana fue una de las 15 participantes de ‘Bailando con las estrellas’, un concurso de danza en el que las parejas deben interpretar distintos ritmos cada semana y los jurados van eliminando participantes hasta escoger al ganador.

Y aunque recibió mucha atención y elogios, tanto por las fotos como por el concurso, también sintió el rencor de la sociedad colombiana polarizada por décadas de violencia. En sus redes sociales, Ana pudo ver por qué uno de los retos más grandes que tiene el posconflicto es la reconciliación.

“Me decían de todo. Unos me decían groserías, que era una guerrillera, que era mala, matona, que debía tener sangre en las manos”.

El duro camino a casa

Días después de haber desertado de la guerrilla y haber llegado a Bogotá en un bus, su familia le dijo que debía entregarse a las autoridades y empezar el proceso de reintegración.

Por ser menor de edad la enviaron a una sede del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). Lo que vivió los años siguientes, afirma, fue peor que el monte.

“No me dejaban ver a mi familia, y me habían prometido que podía verlos. Yo era muy rebelde y me regañaban, por eso me escapé de ese lugar”.

“En el ICBF conocí a un desmovilizado del ELN, me enamoré …. y quedé embarazada. Pero lo que yo viví con él no se lo deseo a ninguna mujer. Creo que fue peor que estar en la guerrilla. Estuve con él hasta que la niña cumplió 3 años”.

Después de eso Ana se mudó al Huila, en el centro del país. Conoció al que hoy es su marido y tuvo otra niña. Dice que está feliz y que es un hombre que la apoya en sus proyectos. Incluso cuando le dijo que iba a posar desnuda para una revista nacional. Han pasado 10 años desde que Ana huyó del monte, y su camino ha estado marcado por alegrías y tristezas.

Ana entró a un proceso que siguen todos los desvinculados de los grupos armados desde hace 13 años, cuando se fundó la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) y que pretende prepararlos para que su vida se lleve a cabo de manera digna y en el marco de la sociedad.

Es un proceso que, según la agencia, le toma a cada persona un promedio de seis años. Cada desmovilizado le cuesta al Estado un promedio de 7 millones de pesos por año (cerca de 2.400 dólares), pero los gastos que genera cada persona presa por alimentación, seguridad e infraestructura, son casi el doble, afirma la ACR.

Desde 2003 cuando nació la ACR, se han desvinculado de los grupos armados cerca de 60.000 personas, de las cuales 47.000 ya terminaron su proceso y ahora viven en el país como cualquier otro colombiano.

Ana Pacheco

Como parte del programa de la ACR, Ana estudió hasta quinto de primaria, hizo 80 horas de servicio comunitario, recibió asesoría psicosocial por casi ocho años y un subsidio de 180.000 pesos por mes durante los primeros 30 meses de su proceso. Cumplir con estos requisitos la certifica como reintegrada, y califica para recibir educación superior, técnica o tecnológica, o puede presentar un proyecto productivo de acuerdo a sus intereses y habillidades y que le pueden financiar para comenzar su microempresa.

Si todo sale bien, Ana pronto recibiría sus máquinas de coser. “Podría hacer mi propia marca de ropa. Por qué no”, dice sonriente.

Ninguna de sus dos hijas sabe que fue guerrillera. “Están muy chiquitas, pero cuando tengan una edad avanzada les voy a explicar. Y sé que van a entender. Pero por ahora no les he contado nada. Ellas lo que dicen es que su mamá es modelo”.

No están tan equivocadas, pues antes de posar para SoHo, esta exguerrillera fue promotora de una marca de cosméticos y ahora volverá a protagonizar una campaña de la marca en asociación con la ACR, en la que posará junto a indígenas, afrodescendientes y campesinas para las imágenes que quieren mostrar la “belleza real” y que también hablarán de la reconciliación.

La vida después del monte

Si los negociadores de la guerrilla y del gobierno colombiano llegan a un acuerdo definitivo, miles de guerrilleros dejarán sus armas y saldrán del monte para volver a la sociedad.

“Va a ser duro para ellos así como fue duro para mí. Pero todo en esta vida es posible. Qué más bonito que se firme la paz, yo siempre hablo de paz a donde voy. Reconciliémonos, ya no más guerra, qué chévere que ellos lleguen acá a vivir cosas distintas, porque hay muchos que ni siquiera saben escribir. Acá tenemos una nueva vida, tenemos metas, sueños por lograr”.

“Para nosotros la guerra ha significado dolor, porque si no fuera por la guerra, mis padres estarían bien. Ha sido de sufrimiento… dos de mis hermanos están en la cárcel por haber estado en la guerrilla”, reconoce Ana.

“Yo adonde voy hablo de la paz. Digo que nuestros campesinos sufren, les quitan las tierras. Para mí es algo muy importante, porque mis hermanos llevan dos y 14 años en la prisión y si se firma la paz podrían salir”.

Ana ahora tiene 26 años, se describe como una persona humilde, del campo, “y además soy una desvinculada de las FARC… eso es algo mío”. Dice que ya no le teme a nada, ni a los helicópteros, “sino a Dios” e igual que cuando era una niña en La Uribe dice que conserva el sueño de ser famosa, pero “por ayudar a mis padres”.

Su ingenua y pueril decisión la marcó para siempre y está convencida de que ha recibido una segunda oportunidad. “Yo creo que hasta una tercera oportunidad”.