(CNN) – Antes de competir en los Olímpicos de Río de Janeiro, Yusra Mardini y los otros nueve atletas que componen el equipo olímpico de refugiados recibieron una carta del papa Francisco.
“Les extiendo mi agradecimiento y les deseo éxito. Que su valor y su fuerza se manifiesten a través de los Juegos Olímpicos y que sirvan como grito por la paz y la solidaridad”, escribió el papa.
Poco después de que se dieran a conocer los detalles de la carta, Mardini, de 18 años, se zambulló en la alberca olímpica y ganó su ronda de clasificación en 100 metros mariposa, aunque no nadó lo suficientemente rápido como para llegar más lejos.
A los 14 años, Mardini nadó con el equipo sirio en los campeonatos mundiales de natación en piscina corta en 2012. Pero como su hogar quedó destruido por un conflicto que persiste, ella y su hermana decidieron huir del país en agosto de 2015.
De Líbano se dirigieron a Turquía y luego viajaron en lancha a Grecia… pero esta empezó a hundirse lentamente durante el viaje. Mardini tuvo que saltar al agua y gracias a sus habilidades de natación –y a sus conocimientos de técnicas de supervivencia–, ayudó a que sus ocupantes llegaran a salvo a la costa griega.
“Pensé que sería una verdadera lástima que me ahogara en el mar porque soy nadadora”, resumió a los reporteros hace unos meses. Ahora vive y entrena en Alemania.
Dejar todo atrás
“Estos refugiados no tienen hogar, no tienen equipo, no tienen bandera, no tienen himno nacional”, dijo Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional, cuando anunció los nombres de los atletas seleccionados en julio.
El COI trazó el plan en marzo y creó un fondo de entrenamiento de dos millones de dólares, además de que seleccionó a un puñado de atletas refugiados.
“Les ofreceremos alojamiento en la Villa Olímpica junto con los demás atletas del mundo”, dijo Bach.
En el equipo que llegó a Río hay 10 atletas que compiten en tres disciplinas. La mitad son refugiados de Sudán del Sur, dos huyeron de Siria, dos de la República Democrática del Congo y uno de Etiopía.
Bach agregó: “Estos atletas refugiados le mostrarán al mundo que a pesar de las tragedias inimaginables que han vivido, cualquiera puede contribuir a la sociedad a través de su talento, su habilidad, su fuerza y el espíritu humano”.
De Kakuma a Río
Cinco de los atletas crecieron en el campamento de refugiados de Kakuma, en Kenia y luego se incorporaron a un proyecto especial de atletismo.
Tegla Loroupe fue una de las principales maratonistas de Kenia. La corredora de 43 años ahora dirige una fundación que se dedica en parte a ayudar a los atletas refugiados a entrenar. Ella es la líder del equipo de refugiados en Río.
En 2015, la fundación de Loroupe llegó al campamento de Kakuma y comenzó una serie de pruebas para los habitantes.
En el campamento, situado en el extremo noroccidental de Kenia, cerca de la frontera con Uganda y Sudán del Sur, hay más de 180.000 personas.
A su regreso de un viaje a Kakuma, en enero, Pere Miro, funcionario del COI, dijo que parecía que el deporte era una de las cosas que mantenían en pie a los refugiados en un entorno tan hostil. Kakuma tiene más de cien equipos de futbol y varios equipos de basquetbol.
Ahora también tiene cinco atletas olímpicos.
Yiech Pur Biel había vivido en el campamento desde hacía una década cuando la fundación Tegla Loroupe llegó a hacer las pruebas. El atleta de 21 años, originario de Sudán del Sur, fue lo suficientemente bueno como para que lo seleccionaran para ir al centro de entrenamiento de Loroupe (aunque en el campamento no tenía zapatos) y ahora representará al equipo de refugiados en la carrera de 800 metros en Río.
Lo acompañará James Chiengjiek, quien escapó de Sudán del Sur para evitar que lo reclutaran para combatir en una guerra civil que ha cobrado millones de vidas a lo largo de varias décadas. Llegó a Kakuma en 2002.
El atleta, que hoy tiene casi 30 años, ha pertenecido al equipo de Loroupe desde 2013 y competirá en los 400m en Río. Paulo Lokoro, quien abandonó Sudán del Sur para encontrarse con su madre en Kakuma en 2004, competirá en los 1,500 m.
La fundación de Loroupe envió a Río a dos competidoras de Sudán del Sur. Anjelina Nadai Lohalith, de 21 años, es una de ellas: llegó a Kakuma a los seis años y comenzó a correr en una de las escuelas del campamento.
En una entrevista con los organizadores de Río 2016, hace unos meses, Lohalith contó lo sorprendida que estaba de que la hubieran seleccionado para entrenar para los Olímpicos.
“La selección fue como una simple prueba”, dijo, “pero de repente dijeron: ‘te vas a quedar a entrenar’”.
Lohalith competirá en los 1,500 m y la acompañará Rose Lokonyen, corredora de 800 m. Lokonyen, de 23 años, vivó en Kakuma desde 2002 y hasta 2015, año en el que se incorporó al equipo de Loroupe; sus padres regresaron a Sudán del Sur en 2008.
Lo más curioso es que el sitio al que estos refugiados consideraron su hogar durante varios años pronto desaparecerá del mapa. El gobierno keniano informó que cerrará Kakuma por cuestiones de seguridad nacional, aunque no especificó la fecha y no se sabe qué pasará con los habitantes.
Por ahora, habrá tiempo para reunirse y estar al tanto de lo que pasa con sus cinco antiguos vecinos.
‘Sería una pena que me ahogara’
El atleta de 25 años estaba por incorporarse al equipo sirio que competiría en Londres 2012, en los 100 m mariposa. Pero en 2011, tras los bombardeos en su ciudad natal, Alepo, y ante la posibilidad de que el ejército lo reclutara, decidió irse con su hermano a Turquía.
Al igual que Mardini, Rami Anis es otro nadador consumado.
Cuatro años después, le prohibieron a Anis que compitiera con sus compañeros de equipo por estar refugiado. Recurrió a unos traficantes para que lo llevaran en un viaje aterrador en lancha inflable hacia Grecia y de allí viajó a Bélgica, en donde finalmente le concedieron asilo en diciembre de 2015.
“Este es el sueño de cualquier atleta”, dijo Anis en una conferencia de prensa que se llevó a cabo antes de los Juegos de 2016. “Cuando era niño soñaba con participar en las Olimpiadas y nuestro sueño era participar en las Olimpiadas, representando a mi país”.
“Sin embargo, me enorgullece participar aunque lo haga como atleta olímpico refugiado. Obviamente pienso en mi patria, Siria, y espero que para Tokio 2020 no haya refugiados, no hay nada más querido y entrañable en mi corazón que la patria”.
Ahora, Anis entrena en el Real Club de Natación de Gante, bajo la dirección de la exestrella belga, Carine Verbauwen. Cuando seleccionaron a Anis, Verbauwen dijo: “Si se hubiera quedado en Siria, si no hubiera guerra, habría participado en las Olimpiadas. Creo que esto es justicia”.
Anis ha tratado de pasar desapercibido antes de su debut olímpico. Verbauwen dice que se ha quejado de que tras varios meses de tratar de olvidar lo que le ha pasado, ahora le piden que reviva su travesía una y otra vez. Su lema es sencillo: ahora, “la alberca es mi hogar”.
‘Imposible’
A sus 36 años, Yonas Kinde es, por mucho, el miembro de más edad del equipo olímpico de refugiados. Kinde relata que vivió en Etiopía hasta que las dificultades políticas y económicas hicieron que fuera “imposible” seguir siendo atleta en su país.
Kinde abandonó Etiopía en 2012 y viajó a Luxemburgo, en donde ha trabajado como taxista y sigue entrenando como corredor de fondo. Participará en el maratón de Río.
“Esta oportunidad es especial para mí”, dijo Kinde cuando lo seleccionaron para el equipo en junio. “He ganado muchas carreras, pero no tengo nacionalidad para participar”.
Liberarse en Brasil
Los últimos dos miembros del equipo de refugiados no tendrán que viajar tan lejos para participar por primera vez en unos Olímpicos.
Cuando decidieron escapar, Yolande Mabika y Popole Misenga pertenecían al equipo congolés de judo que participó en los campeonatos mundiales de 2013 que se celebraron en Río.
Misenga, de 24 años, vio cómo asesinaban a su madre cuando tenía seis años; luego escapó al bosque para evitar los combates en Kisangani, su ciudad natal. Lo rescataron una semana después y aprendió judo en una casa en Kinshasa, la capital. Mabika, de 28 años, se involucró en el judo exactamente de la misma forma cuando la evacuaron a la misma ciudad.
Sin embargo, la vida como miembro del equipo de judo de la delegación de la República Democrática del Congo no brindaba mucho alivio de la difícil situación que se vivía en casa. Ambos atletas relatan que sus entrenadores los agredían y los encerraban en jaulas si perdían. A veces no les daban de comer.
Cuando los campeonatos de 2013 estaban a punto de terminar, Mabika y Misenga huyeron hacia un barrio del norte de Río y pidieron asilo político. Allí se quedaron y lo más probable es que el público de su hogar adoptivo les extienda una calurosa bienvenida cuando comiencen las competencias.
“Parecía que los trataban como subhumanos”, dijo Geraldo Bernardes, su entrenador, al diario británico The Guardian. “Aquí todo el mundo los apoya”.
Misenga se casó con una brasileña y tiene un hijo de un año. Competirá en la categoría de 90 kilos y Mabika en la categoría femenil de 70 kg.
“Quiero ganar una medalla para inspirar a los refugiados de todo el mundo”, dijo Misenga a los organizadores de Río mientras se preparaba para los Olímpicos. “Después quiero quedarme en Río. Dios hizo que este fuera un lugar mágico”.
Más allá del equipo de refugiados
En los Olímpicos de Río no solo habrá refugiados en el equipo oficial. Raheleh Asemani, la taekwondoín iraní, estuvo en la selección preliminar para el equipo de refugiados, pero le concedieron la ciudadanía belga y representará a su nuevo país en Río. Ya ganó una medalla de bronce para su nuevo equipo en los campeonatos europeos.
Otro ejemplo es Tsegai Tewelde, quien competirá en el maratón representando a Reino Unido. El atleta de 26 años creció en Eritrea y pidió asilo político hace ocho años. A los ocho años, Tewelde resultó herido en una explosión de una mina terrestre. Un amigo suyo murió y él aún tiene cicatrices del incidente.
Tampoco es la primera vez que se forma un equipo de refugiados, aunque es la primera vez que el COI accede a hacerlo.
A principios de la década de 1950, un grupo llamado Unión de Deportistas Libres del Este de Europa, que se organizó en Hungría y contaba con el respaldo secreto de Estados Unidos, intentó crear un equipo de atletas exiliados de Europa del Este para participar en los Olímpicos en el punto más álgido de la Guerra Fría.
El COI rechazó la propuesta. Al enterarse de que habían rechazado la solicitud de los atletas, el funcionario húngaro Anthony Szapary, quien apoyaba el plan, escribió en una carta al diario estadounidense The New York Times que “ahora les impiden participar en el evento deportivo más importante del mundo por ‘elegir la libertad’”.
En Río no será así.