(CNN) – Cada mes, miles de turistas visitan De Wallen, el distrito rojo de Ámsterdam. En medio de estrechos callejones, puentes y canales pasean junto a los coffee shops y las famosas trabajadoras sexuales que se exhiben detrás de grandes vitrinas.
Es aquí donde Toos Heemskerk-Schep comenzó su carrera como trabajadora social y donde conoció el problema del tráfico humano.
Hoy, ella es la cabeza de Not for Sale in The Netherlands (No a la venta en Holanda), sección de la ONG estadounidense dedicada a proveer oportunidades de largo plazo para los sobrevivientes de la esclavitud y la explotación modernas.
Pero no todas las personas que trabajan en De Wallen están allí en contra de su voluntad. Desde que la prostitución fue legalizada en el año 2000, la ciudad ha logrado un equilibrio manteniendo el espíritu liberal que permite que el sexo se venda abiertamente, dando un marco legal para que las trabajadoras sexuales puedan vivir de eso y frenando la criminalidad.
Ahora, el fenómeno de la gentrificación -o elitización residencial- está surtiendo efecto. El mercado inmobiliario en Ámsterdam se ha convertido en un imán para invertir. El panorama social está cambiando. Las famosas vitrinas rojas están cerrando. Pero en un recorrido por el distrito rojo, Heemskerk-Schep explica lo que encontró antes de la plena legalización de la prostitución.
“Cuando comencé, en 1995, tolerábamos la prostitución en esta área”, dice. “Era sencillamente increíble lo que sucedía en ese tiempo”.
Apunta su dedo hacia una calle cercana a la Iglesia Vieja de Ámsterdam, el edificio más antiguo de la ciudad y uno de los puntos más turísticos. “Esa zona estaba llena de niñas nigerianas, niñas que habían venido del Estado Edo, que comenzaron con una deuda de 40.000 dólares que tenían que pagarles a sus traficantes”.
“Poco después de que cayó la Cortina de Hierro, de repente nos encontramos con un grupo entero de niñas de Europa del Este que estaban en Holanda. Fue solo cuando puse mis pies en estas calles y cuando hablé con esas niñas que comencé a aprender y a conocer sobre su situación”.
Heemskerk-Schep señala otra calle cercana: “La calle detrás mío era una calle donde solo trabajaban chicas húngaras. En ese momento, y todavía, se me acercan para contarme que están siendo explotadas o son víctimas del tráfico de personas”.
“Cuando eran llevadas por la Policía a una casa segura yo pensaba que estaba bien que estuvieran en una casa segura, pero me preguntaba qué pasaría con ellas. ¿Cómo podrán reconstruir su futuro? ¿Cómo podrán adquirir habilidades para reintegrarse en la sociedad?”.
‘Haz el bien, come bien’
Heemskerk-Schep se sentía frustrada y quería hacer mucho más que el trabajo social permitido en la zona. Eso la llevó a colaborar con la Fundación Not For Sale. Así surgió la idea de construir un restaurante rentable, donde los sobrevivientes del tráfico de personas pudieran capacitarse, aprender y trabajar al lado de profesionales.
Después de cuatro años de planeación, el restaurante Dignita abrió sus puertas en 2015. Su lema es: Haz el bien, come bien.
El restaurante ya tiene una clientela fija en la zona. Vive de donaciones y de los ingresos que genera el negocio. Hasta el momento, 162 aprendices se han unido al programa.
Las que se gradúan lo hacen con mucho más que un diploma. La interacción normal y diaria en un ambiente seguro les ayuda a superar los traumas del pasado, dice Heemskerk-Schep.
“Enfocarse sólo en el entrenamiento laboral no es suficiente. Es muy importante que también se vuelvan parte de nuestra comunidad”.
Hanan es una de las estudiantes que terminó con éxito el programa. La joven, que viene de África del Norte, es hoy muy querida por sus compañeros, se siente cómoda en ese contexto y es conocida por hacer chistes con los empleados del restaurante.
Pero las cosas eran muy distintas cuando llegó a Dignita para comenzar con el entrenamiento.
Contar la historia completa de cómo terminó en Holanda es algo que todavía le cuesta mucho trabajo. Explotada como empleada doméstica, aún es muy duro hablar de ese periodo en su vida sin que comience a llorar. Dignita, asegura, le salvó la vida.
“Cuando llegué al refugio del gobierno fue muy difícil. Quise matarme muchas veces. No tenía energía ni ganas de hacer nada. Luego me preguntaron si quería entrar al programa. No sabía lo que era Not For Sale… pero después lo pensé y les dije que probaría solo por un día, para saber qué era. Fui feliz allí y luego volví. Cuando estoy en la cocina soy feliz. Antes, me sentía como una flor sin agua. Pero cuando comencé el entrenamiento, recuperé toda mi energía”.
Para Hanan, la capacitación ha sido inspiradora y ahora sueña con convertirse en chef.
“Queremos ser su voz”
Uno de los primeros platos que aprenden a preparar es una sopa. Dos veces a la semana, es llevada en bicicleta del restaurante a la Tienda Dignita y al centro de información en el distrito rojo. Desde allí, un grupo de voluntarios entrega los pedidos a las trabajadoras sexuales, detrás de las vitrinas.
“Lo de la sopa y cualquiera cosa que hagamos acá es sólo una oportunidad de estar en contacto con ellas, de acercarnos a ellas y también de aprender de ellas”, dice Heemskerk-Schep.
“El hecho es que ahora tengo a tres jóvenes viniendo de las vitrinas que han sido explotadas, que han sido forzadas a trabajar como prostitutas. Y aunque tenemos un sistema que legalizó la prostitución, eso no quiere decir que ya no haya crimen en ese negocio. Todavía hay muchas niñas que son explotadas y es por ellas que queremos estar ahí, que queremos ser su voz”.
Heemskerk-Schep sueña con que el modelo autosostenible del restaurante Dignita vaya más allá de Ámsterdam y con ayudar a más mujeres como Hanan.
“Si alguien te da la mano y te dice que te levantes y te unas, debes unirte”, dice Hanan. “Not For Sale me dio esa mano y confié en ellos y decidí seguirlos. No tenía fuerzas pero fui. Hoy ya no estoy en cama. Ya me levanté. Es maravilloso”.