Una niña siria duerme mientras su familia huye de la sitiada ciudad de Alepo hacia la frontera con Turquía, el 6 de febrero de 2016.

Nota del editor: Gayle Tzemach Lemmon es integrante del Consejo de Relaciones Exteriores y autora de “Ashley’s War: The Untold Story of a Team of Women Soldiers on the Special Ops Battlefield” (La guerra de Ashley: La historia no contada de un equipo de mujeres soldado en el campo de batalla de las fuerzas especiales). Las opiniones expresadas en esta columna son solo las de la autora.

(CNN) – “Si tú crees que miles de yazidis atrapados en una montaña es terrible, espera a que Aleppo caiga”. Esas palabras vienen de un oficial de la administración Obama enfocado en política siria. Era 2014.

Ahora mismo el mundo está viendo una catástrofe humanitaria en metástasis conocida como la guerra civil siria desarrollándose en tiempo real. Pero el desastre no debería sorprender a nadie: es el resultado natural de una serie de decisiones políticas que llevaron al actual estancamiento diplomático.

Paso por paso, el acceso humanitario se ha convertido en un arma. Como un trabajador humanitario del Comité de Rescate Internacional me dijo el mes pasado, “lo muy natural de acceso humanitario ha sido casi redefinido en Siria”.

La guerra civil siria ha dejado al descubierto la falta de voluntad para intervenir y detener la muerte de civiles en sus camas y en las calles en un conflicto que los ha dejado atrapados en sus casas. Cada vez que quienes están cerca de la guerra creen que se han hundido en lo tan bárbaramente bajo, como nunca pudieron imaginarse -desde el ataque con bombas a convoyes de ayuda a pueblos en la hambruna-, las cosas se ponen mucho peor.

“Antes, cuando Aleppo era bombardeado por el régimen, la gente solía meterse a los sótanos para esconderse”, dice Kholoud Helmi, un fundador del diario sirio clandestino Enab Baladi. “Desde hace poco el régimen está usando misiles que pueden alcanzar sótanos”.

Uno de los amigos de Helmi en Aleppo afirma que él solía decir a sus hijos que no podían salir a jugar a las calles con otros niños porque él temía que en cualquier momento tendría que llevarlos al sótano para escapar de los bombardeos.

“Desde que los misiles que se están usando ahora matan en los sótanos, él les dice a los niños que salgan a jugar a las calles porque quiere que se diviertan, ya que podrían morir en cualquier minuto”, dice Helmi. “En cualquier minuto un misil puede dar en ellos en la calle o en el sótano. La situación es terrible y la gente está muriendo en grandes números en Aleppo y nadie está tomando más medidas”.

Para muchos en Estados Unidos que han trabajado en política siria por años, el abrumador sentido de frustración ha hecho que el derramamiento de sangre sea imposible de ver, en parte porque es predecible.

Los fantasmas de la guerra en Iraq rondan Washington, pero la cuestión es qué lección tiene que ofrecer. Lo que ocurre sin lugar a dudas es que el conflicto ha evitado que la administración Obama se comprometa con recursos para detener la carnicería. Funcionarios en Washington que por años han argumentado a favor de una intervención mayor nunca podrán probar su hipótesis: que una acción estadounidense adicional haría que las cosas en el terreno mejoraran, no que empeoraran. Y por tanto el estatus quo ha prevalecido. Y ese estatus quo consiste en hacer poco para abordar las raíces del conflicto, y en vez de ello lograr un gran acuerdo para ayudar a los refugiados que sufren e los efectos de la guerra.

En tanto, la carnicería continúa. Hemos alcanzado el momento sobre el cual hablé hace dos años con el funcionario de la administración Obama: el asedio de Alepo, el lugar al cual muchos sirios huyeron buscando seguridad durante los últimos años de conflicto, luego de ser forzados a dejar otros pueblos y ciudades a través del país.

La ONU alguna vez habló sobre la responsabilidad de proteger. En 2009 dijo que, frente a los crímenes de guerra, cuando un Estado fallaba en proteger a su población, entonces la comunidad internacional debía prepararse para tomar acción colectiva en una “forma decisiva y oportuna”.

Sin embargo, no hay nada decisivo y oportuno sobre cómo el mundo ha tomado el problema sirio, que se ha convertido en el escenario donde los actores regionales y globales buscan sus propios objetivos, con madres y padres sirios atrapados en ciudades bajo ataques, pagando el precio. Pero esta pieza no solo es sobre los objetivos políticos en disputa, es sobre la miseria compartida de los que están en el terreno y cómo la comunidad internacional les ha fallado.

¿Cómo es la vida en Aleppo ahora? Bombardeos a plena luz del día. Hospitales abrumados por el número de heridos y muertos. Servicios de agua y comida menguando. Suministros médicos limitados a casi nada, dejando a la anestesia casi como no existente y a bebés muriendo sin ventiladores en pisos sucios en las pocas instalaciones atestadas que siguen de pie.

Y todo eso está ocurriendo en tiempo real mientras el infierno de la vida y la muerte en una ciudad es capturado en redes sociales y compartido con el mundo.

Es solo que el mundo parece que ya dejó de ver. Y la comunidad internacional ahora se muestra impotente frente a lo que el embajador británico ante la ONU calificó como “crímenes de guerra”.

La canciller alemana Angela Merkel ahora quiere un alto el fuego mientras habla de un bombardero que es “muy, muy brutal y claramente haciendo blanco en civiles”. Pero inclusive Merkel dice que ella está “escéptica de que en la actual situación se pueda implementar una zona de exclusión aérea, es claro que ahora depende del régimen de Asad y también de Rusia para que se tomen los pasos y mejorar las oportunidades de un alto el fuego y de ayuda humanitaria”.

Ha habido patrones por años, solo que ahora el número de muertos está aumentando, y los actos bárbaros se han vuelto más crudos.

Para quienes están en el terreno en Aleppo y otras áreas bajo asedio, está claro que nadie está preparado para detener la carnicería que muchos están viendo y que también predijeron. Las imágenes pueden estar en teléfonos y pantallas al alcance, pero la solución para terminar el derramamiento de sangre sigue muy lejana.

“La mayoría de nosotros no queremos perder la fe, pero al final, si miras la situación, es desesperanzador y no puedes hacer nada, por lo que solo nos queda ver”, dice Helmi, quien vive en el sur de Turquía, a donde huyó luego de que sus amigos y compañeros reporteros fueron detenidos y asesinados. “La gente está muriendo y la situación se está volviendo peor y peor”.

Sin un fin a la vista. Y sin un plan para ayudar a esos niños de Aleppo que enfrentarán la muerta cada vez que salgan a la calle a jugar.