Nota del editor: Mario Aguilera es un periodista chileno y jefe de prensa del Ministerio de Defensa. Fue detenido en 1974 por la Dirección de Inteligencia Nacional de la dictadura de Augusto Pinochet, acusado de ser opositor al régimen. Estuvo desaparecido durante 40 días, en los que sufrió torturas. Tras permanecer casi un año en calidad de prisionero de guerra, fue expulsado del país a Francia. Después de vivir 15 años en el exilio, regresó a Chile, donde desde el año 2014 plasma sus memorias en el texto “Caballito de Mar”, que fue llevado a las tablas por la Compañía Ciclo Teatro. Esta columna incluye partes de ese texto.
La bandera que hasta 1973 flameó en el Palacio de La Moneda regresó a su lugar de origen este año en la víspera del décimo aniversario de la muerte de Augusto Pinochet y del Día Internacional de los Derechos Humanos. Un anónimo la sacó hace 43 años desde un cajón del Palacio de Gobierno algunos días después del bombardeo que terminó con el gobierno de Salvador Allende. Había perdido sus colores, pero estaba allí con su estrella y el escudo del emblema nacional. Ya han pasado 43 años: la historia, los hechos, la gente, los victimarios y las víctimas vuelven a recordar lo que ocurrió en Chile.
En septiembre de 1973, lo que era el sueño de muchos, hacer cambios sin violencia y mejorar las condiciones de vida de los más pobres de un plumazo se convirtió en pesadilla; miles de chilenos opositores al régimen militar sufrieron las peores consecuencias: muertos, desaparecidos, torturados, prisión o exilio fueron algunas de las consecuencias que debieron sufrir los opositores a la dictadura.
Los seguidores de Pinochet y algunos de sus familiares se congregaron para conmemorar la fecha en el fundo donde se encuentran las cenizas del exuniformado llegaron en buses gritando consignas a 10 años de su muerte. Ya son menos los políticos que llegan a la cita, tampoco su viuda, que luego deberá enfrentar a la justicia para aclarar el destino de inmuebles que le fueron entregados cuando su marido encabezaba el gobierno militar.
En muchos otros lugares de Santiago y de regiones, exposiciones fotográficas, música, testimonios y piezas de teatro recordaban a las víctimas de la dictadura al cumplirse un nuevo Día Internacional de los Derechos Humanos que fueron brutalmente violados bajo las órdenes de Pinochet: las paradojas del calendario reunieron en un mismo día la muerte de Pinochet y el aniversario de la firma en 1948 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Declaración que podría ser solo un texto de buenas intenciones, una regla de vida para entendernos mejor. Es difícil imaginar que alguien pueda realizar los hechos que allí se enumeran; en Chile y lamentablemente en otros países son o fueron una cruda realidad.
Habían pasado 40 años del golpe de Estado y el 12 de agosto de 2014, aniversario de la fecha en la que fui detenido, comencé a contar lo que me tocó vivir en los diferentes centros de detención y tortura por los que debí pasar.
“Abrí los ojos y todo estaba muy oscuro, me había quedado dormido sin darme cuenta, pero rápidamente logré despertar y supe dónde estaba. Todo estaba más negro, tenía la vista vendada. No era sueño, era cansancio, demasiadas tensiones para un día cualquiera. Era lunes 12 de agosto de 1974 y me encontraba en una silla al fondo de una sala, con más gente, todos en las mismas condiciones, era el lugar conocido como Londres 38. Esa tarde cerca de las siete me había detenido la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional)” …“ comenzamos a bajar por Grecia al poniente. Con el ánimo de romper el hielo le pregunto al agente que me custodiaba : ¿Vamos a Londres? Y eso desató la furia del tipo, un golpe en el rostro que me botó los lentes y quebró uno de los vidrios. ¡¡Qué sabías vos de Londres, weón!!, me gritaba el tipo fuera de sí. Días después entendí su enojo, yo sabía la existencia de Londres 38 y mucha más gente también. Allí llegaban personas a preguntar por sus familiares detenidos sin conocer su paradero”.
“La noche era lo peor, en medio del silencio se escuchaba mucho más de lo que uno quería saber. La tortura a otros era peor que lo que uno podía soportar. Mientras estás en la parrilla o te están golpeando tú sabes lo que te hacen; cuando los gritos ahogados por los llantos de una mujer llegan a tus oídos te imaginas lo peor. Cuando te lo hacen a ti logras morder la rabia y el dolor, pero al escuchar a los demás tu indignación sólo te permite llorar en silencio. La valentía para enfrentar a los monstruos capaces de hacer eso sólo se ve en las películas. Vendados, asustados y vejados en esas condiciones, nadie quiere ser héroe”….
“Entre las conversaciones en voz muy baja, supe que había otros lugares de detención. Se hablaba horrores de Villa Grimaldi, algunos venían desde ese lugar y decían que era lo peor, se sabía de José Domingo Cañas, otra casa en Ñuñoa, pero había un paraíso: ese era Cuatro Álamos, todos queríamos llegar a ese lugar, había camarotes, comida dos veces al día, baños y duchas, pero allí se permanecía en calidad de desaparecido en un sitio agradable. Luego supimos que no era tan así. Pero somos animales de costumbres, al estar en un lugar como Londres 38, Cuatro Álamos sonaba maravilloso”.
“La noche, las campanadas de la iglesia y el silencio… llegaba de nuevo el miedo por mí y por todos los demás, en el día también se subía al segundo piso pero había ruido y eso enmudecía el dolor, escuchar otra vez los gritos era insostenible, había parejas que eran torturadas al mismo tiempo, padres con hijos, abuelos con sus nietos. Yo ya era padre, mi hijo tenía dos años cuatro meses, no quería que supiesen que mi señora y él existían. Eran capaces de todo”.
“Caballito de Mar” titulé la narración.
Han pasado los años, muchos de los que allí estuvieron hoy son parte de las listas de detenidos desaparecidos, muchas de las madres que les buscaban han fallecido, aún se conocen fallos en contra de victimarios que durante mucho tiempo guardaron silencio y ahora pagan con cárcel, ya pasó casi medio siglo y recién ahora la bandera que ondeaba en el Palacio Presidencial vuelve a su lugar, pero las heridas todavía no cicatrizan, la memoria en cambio, no cicatriza jamás.