Nota del editor: Meg Jacobs enseña historia en Columbia y Princeton. Es autora de un nuevo libro, “Panic at the Pump: The Energy Crisis and the Transformation of American Politics in the 1970s”, de la editora Hill and Wang. A menos que se indique lo contrario, los hechos en este artículo reflejan una búsqueda en ese libro. Las opiniones expresadas aquí pertenecen exclusivamente a la autora.
(CNN) – Con sus más recientes elecciones para su gabinete, el presidente electo Donald Trump deja pocas dudas con respecto de hacia dónde irá su administración en cuanto a energía y cambio climático. Las selecciones de Rex Tillerson, Scott Pruitt, Rick Perry y Ryan Zinke son muy impresionantes. Rex Tillerson, por ejemplo. El problema con él no sus lazos con Rusia en un momento de elevadas tensiones y acusaciones de manipulación electoral. El problema, al menos si estás preocupado por el calentamiento global, son sus antecedentes como consejero general de ExxonMobil.
Y con las elecciones complementarias de Pruitt en la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés); Perry en el Departamento de Energía y Zinke en el Departamento del Interior, parece que va a ser un “perfora, nene. Perfora” a escala global. Mientras todos estamos enfocados en Rusia, inmigración, el comercio y las guerras de Twitter, Trump ha mostrado muy claramente que la verdadera línea rectora de su administración será la energía.
El eslogan de la política energética de Trump podría ser “es el petróleo, estúpido”.
La energía es uno de los asuntos en los que Trump ha sido muy insistente y claro desde que entró en la mirada pública en los ochenta. Para muestra de ello, hay que ver un discurso en Nuevo Hampshire antes de la campaña presidencial de 1988 en el que habló acerca de incautar el petróleo iraní y de volverse duro con los saudíes. Ha dejado muy en claro que odia el ser presionado y piensa que la energía es un área en la que Estados Unidos tiene que actuar duramente para producir recursos, intimidar a sus aliados, encargarse de sus enemigos y disfrutar la buena vida que provee el petróleo.
Se espera que la agenda de Trump sea una independencia energética en el más amplio sentido del término. En su más amplio discurso de campaña al respecto, aseguró: “Imaginen un mundo en el que nuestros enemigos y los carteles del petróleo no puedan usar más la energía como un arma”. Describió punto por punto su combinación de golpes para una desregulación a nivel nacional y una agresiva política exterior contra los productores petroleros extranjeros. Así como lo dijo, será un “plan energético para un Estados Unidos líder”.
Desde sus primeras entrevistas, entre ellas la de 1990 a la revista Playboy, Trump menospreció lo que vio como una debilidad estadounidense, especialmente en las áreas productivas petroleras del Medio Oriente. “Se ríen de nosotros en el resto del mundo”. La falta de respeto, según cree él, data del gobierno de Jimmy Carter, cuando la Organización de Países Productores y Exportadores de Petróleo (OPEC, por sus siglas en inglés) aumentó los precios y los fundamentalistas iraníes tomaron como rehenes a personal de la embajada del país norteamericano en Teherán.
Por décadas, Trump ha tenido una línea dura con Arabia Saudí, y durante las elecciones amenazó con cortar las importaciones desde ese país, el segundo exportador de petróleo a EE.UU. después de Canadá, hasta que los saudíes y otros países se comprometan a mandar tropas para combatir a ISIS, o al menos financien la guerra contra el terrorismo. En cuanto a los yihadistas del ISIS, Trump asegura que la manera para derrotarlos es quitarles el acceso al petróleo.
La cara contraria de la agresiva apuesta de Trump hacia el exterior es la desregulación de los mercados energéticos domésticos. Con el aumento del fracking, Estados Unidos ha reducido su dependencia de las importaciones. Y Trump promete liberar aún más los recursos naturales del país mediante una política de desregulación de la tala y la quema.
“El increíble potencial energético estadounidense permanece inexplotado”, dijo durante un discurso sobre el asunto en mayo. “Es una herida totalmente auto infligida”. Trump promoverá el suavizar las restricciones a las perforaciones, incluyendo las tierras federales, le dará luz verde a los oleoductos y reducirá los controles de emisiones.
El cómo Trump decida lidiar con una serie de políticas energéticas relacionadas, tanto de orden internacional como nacional, podría tener profundos efectos. Por ejemplo, liberar el flujo de petróleo doméstico y otros combustibles fósiles podría aumentar el exceso de energía en el mercado mundial, al igual que aliviar las sanciones contra Rusia, lo que podría potencialmente bajar los precios del petróleo. Si Trump tira abajo el acuerdo con Irán, algo a lo que ha aludido, eso redundaría en la reducción de la distribución al mercado mundial desde ese país. Lo mismo es verdad si Trump toma una actitud agresiva en el combate contra ISIS, lo que podría desencadenar más disturbios en el Medio Oriente.
Si tiene éxito en revertir las regulaciones de la EPA, incluyendo la eficiencia para auto abastecerse, se incrementaría la demanda por el oro negro. Así también ocurriría con sus planes para la infraestructura: él ha prometido construir el más amplio programa de carreteras desde la creación del sistema federal de vías bajo la administración de Dwight D. Eisenhower (1953-1961).
Para la industria petrolera, un incremento en la producción y el consumo sería un gana-gana, tal como lo ha revelado la subida de los mercados energéticos.
Si la meta de Trump es impulsar la oferta y la demanda del petróleo estadounidense como la vía para hacer un país más grande, tiene al equipo ideal para hacerlo. Tillerson se ha sentado en la cima del imperio energético y canalizará ahora esas habilidades para construir un imperio estadounidense global. Es improbable que los tratados globales como el de París quepan en su visión. Mientras, en el campo doméstico, Pruitt probablemente hará derogar toda clase de regulaciones en orden de impulsar la producción y el uso de energías fósiles.
El recién anunciado nominado para secretario del Interior, Ryan Zinke, el congresista de Montana que hizo campaña con una plataforma para alcanzar una completa independencia energética norteamericana, hará su parte también. Incluso siendo un hombre que ama la vida al aire libre, está a favor de un incremento de la producción de carbón, petróleo y gas, incluyendo su apoyo al oleoducto Keystone. Él le ha hecho eco a la opinión de su nuevo jefe según la cual el cambio climático “no está probado científicamente”.
Y después viene Rick Perry, exgobernador de Texas y campeón de la industria petrolera quien, en su intención por la presidencia, prometió abolir el departamento que ahora él dirigirá. Con un gran récord de negación del cambio climático, que incluye calificar a la ciencia detrás del calentamiento global como un “revuelto forzado y falso”, Perry parece apoyar el recorte de fondos para las energías renovables y enfocarse de nuevo hacia las energías fósiles y de tipo nuclear.
Luego de que surgieran reportes según los cuales el equipo de transición de Trump le pidió al Departamento de Energía que identificara a los funcionarios que habían trabajado en los esfuerzos de política climática bajo la administración de Obama, los científicos también temen que décadas de valioso progreso en el estudio del cambio climático puedan simplemente desaparecer.
El domingo pasado, en Fox News, Trump reiteró su opinión sobre el cambio climático. “Nadie realmente lo sabe”, aseguró. Lo que sabemos, añadió, es que “otros países se están comiendo nuestro almuerzo”, y eso es algo que el presidente Trump simplemente no tolerará.
Al desalentar el Plan de Carbón Limpio de Obama, aprobar el oleoducto Keystone y cancelar el acuerdo París se recuperará la “independencia energética completa”, según prometió en ese discurso de mayo.
“Haremos mucho dinero con la energía”, dijo. “Estamos llenos y no teníamos idea. Somos más ricos que todos ellos”. En la visión mundial de Trump, el petróleo, y mucho de él, hará grande de nuevo a EE.UU.