Nota del editor: Julian Zelizer es profesor de Historia y Asuntos Públicos en la Universidad de Princeton y miembro de New America. Ha escrito los libros ‘Jimmy Carter’ y ‘The Fierce Urgency of Now: Lyndon Johnson, Congress, and the Battle for the Great Society’. Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor.
(CNN) – Los manifestantes tienen planeado inundar Washington el 20 y el 21 de enero para manifestar su postura durante la toma de posesión del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. Los manifestantes esperan dejar bien claro al mundo que se oponen a este nuevo comandante en jefe. Quieren hacer patente que Trump no tiene la autoridad para llevar a Estados Unidos por un rumbo nuevo y que no representa los valores de la nación.
Anna Galland, directora ejecutiva de MoveOn.org, explicó en la revista The New Yorker: “Adquirí mi experiencia como organizadora del movimiento que se oponía a la guerra en Iraq. Creo que fue una pequeña prueba para lo que veremos ahora”.
No es la primera vez que la ceremonia de toma de posesión de la presidencia está marcada por las protestas.
Hubo oposición a Richard Nixon en ambas tomas de posesión. En 1968, el Comité de Movilización para Poner fin a la Guerra en Washington envió activistas a la ceremonia; algunos arrojaron botellas y comida contra la caravana presidencial y llevaban pancartas con críticas contra el nuevo presidente. Unos 200 manifestantes antiguerra consiguieron asientos en las gradas que se colocaron a lo largo de la avenida Pennsylvania y ondearon banderas del Frente de Liberación Nacional.
Las protestas volvieron en enero de 1973, luego del arrollador triunfo de Nixon ante George McGovern. Casi 100.000 manifestantes se reunieron en el Monumento a Washington y algunos marcharon al Monumento a Lincoln.
Los manifestantes llevaban pancartas con los nombres de los campos de batalla en Vietnam y enlistaban las necesidades nacionales (como vivienda para los pobres) que no se estaban atendiendo debido al gasto en la guerra.
Las protestas durante la toma de posesión de Bush
Otro momento famoso por las grandes protestas durante una toma de posesión fue cuando George W. Bush se preparaba para rendir juramento en enero de 2001.
Muchos estadounidenses, particularmente demócratas, dudaban de la legitimidad de su victoria contra Al Gore, entonces vicepresidente. Bush perdió el voto popular, pero ganó en el Colegio Electoral cuando la Suprema Corte suspendió el recuento en Florida, estado que estaba en disputa.
Decenas de miles de manifestantes asistieron a la toma de posesión para manifestar sus puntos de vista. Algunos se manifestaron frente a la Suprema Corte con pancartas en las que se leía: “Obedece” y “Arrodíllense ante Bush”.
Manifestaron su “indignación por la manipulación del proceso electoral” y “la privación del derecho al voto”, de acuerdo con el organizador de la Marcha de los Electores. Ondearon banderas en las que se leía “Salve el Ladrón” mientras la limusina de Bush avanzaba entre la multitud.
En un mitin que se llevó a cabo cerca del Capitolio, el reverendo Al Sharpton dijo a la multitud: “El pueblo no eligió a George Bush. Lo eligieron los ministros de la Suprema Corte y esos ministros deberían saber que no pueden robarnos”.
Sin embargo, al final las protestas tuvieron un efecto limitado, lección que los activistas de la actualidad deberían recordar. A pesar de que las elecciones fueron polémicas, el presidente Bush gobernó como si representara a la gente.
Antes del 11-S, promovió iniciativas audaces como la reducción de impuestos a la producción y la Ley para que Ningún Niño se Quede Atrás. Después del 11-S, tomó las riendas de una expansión radical del programa gubernamental antiterrorismo y emprendió dos guerras terrestres.
En el caso de Nixon, el escándalo del Watergate le costó más que cualquier cosa que hubieran logrado los manifestantes. Si no hubiera sido por el escándalo, que fue su culpa, Nixon habría tenido dos mandatos transformadores.
Llevar las cosas más allá de las marchas
Para que los oponentes de Trump tengan éxito, las marchas del día de la toma de posesión deben ser tan solo el primer paso.
Dos publicaciones nuevas indican a sus oponentes demócratas la ruta a seguir. En Indivisible: A Practical Guide for Resisting the Trump Agenda (Indivisible: Guía práctica para resistir a la agenda de Trump), algunos exempleados del Congreso recurren a las tácticas que los republicanos del Tea Party usaron en contra de Obama como modelo de oposición a Trump.
En el folleto en línea se detalla una estrategia defensiva para detener el plan de Trump. De acuerdo con los autores, la clave es entender la verdad básica sobre el Congreso: los legisladores son criaturas electorales cuya preocupación principal es la reelección. Con eso en mente, la clave para tener éxito al detener a un presidente es ejercer presión comunitaria en el Congreso a nivel local, con el fin de que los legisladores teman que apoyar a la Casa Blanca amenazará su propio futuro electoral.
En la publicación se proponen varias tácticas para alcanzar el objetivo y todas tienen que llevarse a cabo a través de los puntos de contacto de los ciudadanos con los legisladores: ayuntamientos, ceremonias inaugurales, oficinas de distrito y centros de atención telefónica.
Los autores explican paso a paso el proceso de construcción y gestión de grupos locales fuertes para ejecutar esta guerra política. En el documento hay recordatorios como: “¡Regístralo todo! Asigna a un miembro del grupo para que grabe a los otros mientras hacen preguntas y la respuesta del legislador con su teléfono o su videocámara. Aunque las transcripciones son buenas, los intercambios desfavorables registrados en video pueden ser devastadores”.
En Indivisible se deja bien claro que los liberales tienen que manifestar constantemente su oposición a las propuestas de Trump frente a los legisladores y a las cámaras de televisión.
“Prepárense para interrumpir y para insistir en que tienen derecho de ser escuchados”, proponen. Los legisladores deben saber que en su distrito o en su estado se cree que es arriesgado votar a favor de cualquier cosa que el presidente Trump someta a su consideración.
La reconstrucción del Partido Demócrata
En un artículo titulado A Guide to Rebuilding the Democratic Party, from the Ground Up (Una guía para reconstruir de la nada el Partido Demócrata) la veterana politóloga Theda Skocpol muestra que le interesa más la forma en la que los demócratas pueden reconstruir su partido tras haber perdido la Casa Blanca, el Congreso, 18 gubernaturas y 33 legislaturas estatales.
Alejándose del análisis de los debates sobre las elecciones o de hablar sobre el “mensaje”, Scokpol urge a los demócratas a dedicar sus recursos a medidas concretas que puedan sostener las bases de su partido. Esto implica poner mucha atención a la fuerza de organización de los grupos partidistas estatales y asegurarse de que haya suficiente personal contratado para que trabaje con los voluntarios en las elecciones.
Scokpol pide un Comité Nacional Democrático que se esfuerce más para encontrar grupos que asuman la labor que las organizaciones sindicales llevaban a cabo a favor del partido en los días de gloria de las décadas de 1950 y 1960.
De igual forma, urge a los demócratas a destinar más dinero a la recopilación de inteligencia política, a la recopilación de información de mejor calidad sobre la posible conducta política de la gente (en vez de a saber en qué creen) y al desarrollo de mejores estrategias para promover sus programas entre la opinión pública en vez de asumir que las políticas favorables ganarán apoyo automáticamente.
Finalmente, Skocpol implora a los demócratas que repliquen lo que los republicanos hicieron en 2010: destinar cantidades enormes de dinero y personal a la carrera electoral para gobernadores y legislaturas estatales en 2018 con el fin de que los demócratas tengan más poder en la siguiente ronda de redistribución de distritos.
Ambas publicaciones son esenciales para que los demócratas logren más que desahogar su ira durante la toma de posesión. Ahora que el país celebra la vida de Martin Luther King Jr., es buen momento para recordar lo que se puede lograr a largo plazo con el activismo ciudadano sostenido.
Para que las protestas de esta semana tengan éxito, tienen que ser la base para que el partido inicie un proceso a largo plazo de lucha contra lo que parece que será una administración radicalmente conservadora y de reconstrucción de su partido.
De otra forma, estas protestas se parecerán mucho a las marchas de rechazo que se llevaron a cabo justo después de las elecciones, momentos fugaces que llamaron la atención de los medios durante unas horas en ciudades como Nueva York y San Francisco, pero que no lograron gran cosa a la larga.