Nota del editor: Michael D’Antonio es el autor del nuevo libro ‘Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success’ [Nunca es suficiente: Donald Trump y su búsqueda del éxito] (St. Martin’s Press). Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivamente de su responsabilidad.
(CNN) – ¿Recuerdas cuando Donald Trump nos prometió a los Trotamundos de Harlem de la política? “¡Vamos a ganar en todo lo que hacemos!”, dijo. “Vamos a ganar, ganar, ganar. Ustedes van a estar enfermos y cansados de ganar”. Ahora es el presidente de Estados Unidos, y Trump nos ha dado trucos y engaños dignos de las leyendas del baloncesto. ¿Pero ganar? De eso no hemos visto tanto.
Con florituras puestas para crear la imagen de un comandante que transforma rápidamente a Washington, en su lugar Trump ha cosechado un fracaso tras otro. Hagamos un repaso:
· Su principal asistente en seguridad nacional, Michael Flynn, atrapado en una mentira, es obligado a dimitir.
· Los tribunales federales bloquearon su decreto que le prohíbe la entrada a EE.UU. a los viajeros de siete países de mayoría musulmana.
· Su plan de “derogar y reemplazar” inmediatamente el Obamacare está congelado por la realidad de que nunca había tenido un plan de salud para sustituirlo.
· El presidente de México, Enrique Peña Nieto, insultado por Trump, cancela su visita de Estado.
· Una polémica llamada con el primer ministro de Australia Malcolm Turnbull (un aliado estadounidense) que concluye cuando Trump la termina de forma abrupta.
· Una aceptación con la cola entre las piernas de la política estadounidense de “Una China”, que había amenazado con revertir.
· Una embarazosa presentación en la que habló del sorpresivo lanzamiento de misiles llevado a cabo por Corea del Norte en su club de Mar-a-Lago.
· Mentiras sobre el fraude electoral y una “masacre” que nunca ocurrió han hecho de su gobierno un auténtico hazmerreír.
Las debacles han sido tan numerosas que los asesores de Trump, entre ellos la consejera presidencial Kellyanne Conway, el secretario de prensa, Sean Spicer, y el asesor principal Stephen Miller, deben realizar ininterrumpidas rondas de prensa en las que, privados de hechos serios y políticas, propagan distorsiones y engaños.
Un titubeante Spicer defiende las escandalosas declaraciones de Trump sobre fraude electoral con la aseveración de que el presidente “cree lo que cree”. Al discutir la prohibición de viajes, Conway repite una vieja referencia a una “masacre” que nunca sucedió. Miller ofrece una defensa dictatorial de su jefe, diciendo “que los poderes del presidente para proteger a nuestro país son muy sustanciales y no serán cuestionados”.
Atrocidades obscurecidas
Al igual que un edificio en llamas a medianoche, la presidencia de Trump ha sido un espectáculo tan fascinante que la luz y el humo han oscurecido problemas que habrían dañado a cualquier otro nuevo gobierno. La elegida de Trump para ocupar la secretaría de Educación, Betsy DeVos, se asemejaba a una estudiante que no había hecho su tarea cuando asistió a su audiencia de confirmación, siendo incapaz de ofrecer respuestas coherentes sobre estudiantes con discapacidades, sobre la evaluación de los estudiantes en su dominio de un tema o su progreso en él.
Trump designó a un secretario de Trabajo que empleaba a una indocumentada en su casa y a un jefe de Presupuesto que no pagó impuestos por los salarios otorgados a una niñera.
Steven Mnuchin, designado como secretario del Tesoro, aparentemente engañó a los senadores que le preguntaron sobre la agresiva actividad de ejecución hipotecaria en un banco de su propiedad.
Cabe señalar que Mnuchin, que anteriormente trabajaba como banquero de inversiones, es sólo uno de los muchos financieros ricos que Trump ha llevado a su gobierno. Tras despotricar contra Wall Street y fustigar a su oponente Hillary Clinton por sus conexiones con la industria financiera, Trump ha abandonado el populismo de su campaña y se ha hecho con los servicios de un pequeño ejército de banqueros.
También ha decidido desmantelar las regulaciones para proteger a la economía (y a los consumidores) de los excesos de la industria financiera, protagonista de primer orden del hundimiento de los mercados y de la gran recesión que dejó como legado el gobierno de George W. Bush. Todo esto proveniente de un presidente que, en su posesión, se quejó de un “establecimiento que se protegió a sí mismo, pero no a los ciudadanos de nuestro país”.
Si algún otro presidente hubiese abandonado sus compromisos de campaña o nombrado a personas tan mal calificadas para trabajar en el gabinete, él (o me atrevería a decir “ella”) habría sido criticado por la prensa por estas decisiones y habría sido bloqueado por el Congreso. Sin embargo, el Congreso está en manos del partido de Trump y, por lo tanto, permanece en su mayoría en silencio. La prensa, al igual que el público estadounidense, ha estado tan abrumada por el frenesí de Trump que se ha visto obligada a aplicar un nuevo estándar. Los pecados que alguna vez fueron considerados como mortales se pasan por alto porque atropellos más grandes requieren atención.
Esto no es una sorpresa
Si parece que es hora de los aprendices en Washington, es porque es así. El argumento principal de Trump para su candidatura era que tenía tan poco contacto con Washington que representaba un cambio radical. Sus mentiras fueron excusadas como exageraciones de un vendedor, no como una muestra que él haya sufrido de severos defectos de carácter. Además, la mayoría de los expertos no le daban una oportunidad real de ganar. Al igual que el cómico de segunda categoría que calienta a la audiencia antes de un chiste, Trump era ciertamente divertido en una manera cruda y sencilla, pero no se esperaba que tuviera éxito.
Ahora tenemos un presidente tosco y poco sofisticado, cuyas habilidades de gestión, que siempre fueron exageradas más allá de la realidad, son inadecuadas para la tarea de dirigir al país. Intentó sustituir la actitud por la aptitud, la confianza por la competencia, y fracasó una y otra vez.
Irónicamente, todos sabíamos lo que había sido de la vida de Trump y ese detalle debería haber sido suficiente para descalificarlo. Agente de bienes raíces y celebridad de la televisión, Trump fracasó repetidamente en los negocios que requieren una atención enfocada y no mostró ninguna preocupación real por el daño que hizo a los inversores y contratistas. En sus declaraciones públicas sobre prominentes figuras empresariales, líderes nacionales, sus exesposas e incluso su hija, habló sin tener en cuenta el efecto de sus palabras.
Como empresario que controlaba compañías privadas, Trump se entregaba a sus propios impulsos de maneras que revelaban profundos defectos de carácter. Se protegió con la contratación principalmente sobre la base de la lealtad. Como me dijo, no estaba muy interesado en el historial de logros de un hombre o una mujer. En cambio, buscaba “talento” y compromiso. Otras calificaciones eran secundarias. Si un ejecutivo parecía enérgico, agresivo, ambicioso y despiadado en el molde de Trump, él o ella conseguía el trabajo.
Las prácticas de contratación pasadas del presidente ayudan a explicar por qué se ha rodeado de tantas personas sin experiencia previa en el gobierno, pero con una abundancia de lealtad y nerviosismo. Cuando construía rascacielos, no exigía que sus ejecutivos supieran cómo se construyeron los edificios, pero quería que fueran tan leales que si les ordenaba subir al techo y saltar, lo hicieran.
Ahora tenemos un gobierno lleno de empleados de Trump cuyos fallos parecen ser consistentes con los propios del presidente. El general Flynn practicó un movimiento clásico de Trump cuando llamó a funcionarios rusos durante la transición y luego ofreció deformaciones y engaños cuando se le preguntó al respecto. Este martes se convirtió en el primer funcionario del gobierno en saltar desde el techo y sacrificar su reputación y su carrera. Debemos esperar ver más cuerpos volando por las ventanas.