Nota del editor: Sherrilyn Ifill es la presidenta y directora consejera del Fondo de Defensa Legal y Educativa de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés). Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen exclusivamente a la autora.
(CNN) – Esta semana un supremacista blanco de 28 años viajó a Nueva York con el propósito expreso de matar a un hombre negro. Cualquier hombre negro.
A las pocas horas, Timothy Caughman, un hombre negro de Queens, apenas pudo llegar, con su cuerpo sangrante, a una estación de policía en el centro de la ciudad. Había sido apuñalado, en última instancia fatalmente, con una espada de 26 pulgadas. “¿Qué estás haciendo?”, preguntó Caughman a su asaltante.
James Harris Jackson le dio a los policías su respuesta: odia a los hombres negros y lo ha hecho desde su juventud. Su plan era matar a más gente aparte de Caughman. Pensó en sacarle el arma a uno de los oficiales y dispararle a más hombres negros.
El trágico asesinato de Timothy Caughman es un atroz crimen de odio. También es un acto de terrorismo interno. Y es importante que comencemos a calificar los asesinatos de la supremacía blanca de esta manera.
Su crimen tiene una semejanza misteriosa con el de Dylann Roof, quien cometió una masacre en la iglesia metodista y episcopal Emanuel de Charleston en abril del 2015. Al igual que Roof, Jackson eligió la ubicación de su supuesto crimen para aumentar el significado público de su acto. Nueva York, dijo Jackson a la policía, era ideal porque es la “capital de los medios” del país. Roof, que vivió en Carolina del Norte, eligió a esta iglesia en Carolina del Sur tras haber conocido el significado histórico de la iglesia. Jackson afirma haber dejado un manifiesto, tal como lo hizo Roof, en su computadora, en el que dice que “explicará” sus acciones.
Crímenes como estos ciertamente parecen ser actos de terrorismo, pero nuestra Ley Federal de Terrorismo no explica el enjuiciamiento del verdadero terrorismo nacional, el que proviene de los estadounidenses, contra los estadounidenses y sin influencia extranjera.
Por supuesto, Dylann Roof fue declarado culpable de asesinato y es el primer acusado federal de crímenes de odio condenado a muerte en un tribunal federal, aunque muchos familiares de sus víctimas se oponían a la pena de muerte. Por su parte, James Jackson ha sido acusado de homicidio en segundo grado en Nueva York y enfrenta décadas de prisión. La Fiscalía ha indicado que está considerando clasificar los supuestos actos de Jackson como terrorismo bajo la ley estatal, lo que le haría elegible para ser acusado de homicidio en primer grado, con la posibilidad de cadena perpetua.
La denominación como terrorismo es significativa, no sólo por la posible condena. Incluso si es condenado por homicidio en segundo grado, Jackson será encarcelado por un tiempo muy largo. La denominación es significativa porque reconoce adecuadamente la forma en que las comunidades afroamericanas y otras minorías pueden ser víctimas del terrorismo supremacista blanco al interior de Estados Unidos.
Este fracaso para establecer una pena federal contra el terrorismo interno tiene también raíces históricas.
El linchamiento, el secuestro indiscriminado de personas negras (en su mayoría) en el sur de Estados Unidos durante la última parte del siglo XIX y el XX por medio del ahorcamiento, la quema, el arrastramiento, el ahogamiento y el disparo desató una oleada de terror en las comunidades afroamericanas. La aleatoriedad y la brutalidad de la violencia eran centrales en la manera en que propagaba el terror. Las víctimas negras fueron linchadas por cualquier razón en absoluto: no hacer reverencias, insistir en el pago de una deuda, acusaciones falsas de violación o asesinato, e incluso ser demasiado próspero.
La naturaleza pública del crimen también fue deliberada. Los linchamientos eran crímenes como forma de “mensaje”, diseñados no sólo para dañar al individuo sino también para evitar la plena ciudadanía de todos los afroamericanos. Así, el linchamiento, al igual que con todas las formas de terrorismo, difiere de otros crímenes violentos, ya que está diseñado para intimidar a grupos particulares y usar el miedo para hacer que los ciudadanos sean cómplices en la limitación de sus propias libertades.
A lo largo de la primera mitad del siglo XX, los activistas por los derechos civiles lucharon para aprobar una ley federal contra el linchamiento. Estos esfuerzos no tuvieron éxito, una historia vergonzante por la cual el Senado de Estados Unidos se disculpó en 2006. La policía estatal y los fiscales casi nunca arrestaron o procesaron a los perpetradores de linchamientos (ciertamente no por asesinato) y, por lo tanto, la impunidad con la cual los perpetradores cometieron estos crímenes pasó a formar parte también del terror.
La comprensión de las fuerzas ideológicas que promueven el extremismo violento es esencial para desarrollar estrategias con el fin de prevenir que los futuros asesinos lleven a cabo sus planes. Además, denominar apropiadamente los actos de terrorismo supremacista blanco podría proporcionar la lente apropiada de aplicación de la ley desde la cual investigar estos casos.
Más que todo, calificar estos crímenes como terrorismo envía un mensaje a las comunidades vulnerables que sus temores se entienden, y que la supremacía blanca violenta se reconoce como una amenaza a la seguridad estadounidense, así como a las víctimas individuales.