Nota del editor: Timothy Stanley es historiador y columnista para el diario británico Daily Telegraph. Él es el autor del nuevo libro “Citizen Hollywood: How the Collaboration Between L.A. and D.C. Revolutionized American Politics”. Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente las del autor.
(CNN) – Dos fiestas, dos Estados Unidos diferentes. La noche del sábado, la prensa se reunió para la cena anual de los corresponsales de la Casa Blanca en Washington, donde tradicionalmente ‘asarían’ al presidente. Pero este año el chiste estuvo en Pensilvania, en un mitin que el presidente Trump llevó a cabo para conmemorar sus primeros 100 días en el cargo.
“No podría estar más emocionado (dijo Trump) al estar a más de 100 millas (160 kilómetros) del pantano de Washington, pasando mi velada con gente mucho mejor”, dijo.
Así están trazadas las líneas de batalla: la prensa contra el presidente, liberal contra conservador, Washington contra el resto del país. Suena convincente, pero en realidad es absurdo. La prensa no es el caballero blanco de la democracia. El presidente no es el defensor del pueblo.
Comencemos con la prensa. Trump está en lo correcto: la cena de los corresponsales es horrible. Es una noche de autocomplacencia, chistes malos y prejuicios políticos, donde los demócratas van para ser elogiados y los republicanos se disponen a ser satirizados. Fue en esta cena en la que el presidente Obama y Seth Myers, de Saturday Night Live ‘asaron’ astutamente a Trump en el 2011. Algunos años más tarde, la broma se les devolvió.
¿Cómo es la prensa? Es conservadora, moderada, liberal. Tan objetiva como sea posible pero a veces no, y lucha por sobrevivir en la era de internet. Es difícil de definir en otras palabras y, sin embargo, en los últimos años, ha desarrollado un sentido de sí misma como si tuviera algún propósito político unificador. La elección de Bob Woodward y Carl Bernstein, los hombres que expusieron el escándalo de Watergate que derrocó a Richard Nixon, para que pronunciaran discursos en la cena de los corresponsales, envió un claro mensaje: la prensa no sólo está aquí para hacer que los presidentes rindan cuentas, sino para derrocarlos.
Si ese objetivo fuera perseguido sin prejuicios, sería menos controvertida. Pero seamos realistas: la prensa está compuesta por seres humanos, y esos seres humanos tienen prejuicios condicionados por raza, clase, género y región.
La publicación Politico ha ‘mascado’ los datos y afirma que el número de republicanos empleados en la prensa es notablemente pequeño. También señala que a medida que la industria se ha reducido, se ha retirado a Nueva York, Washington y los baluartes costeros del Partido Demócrata. En el 2016, más de la mitad de los empleados de medios trabajaban en los condados en los que Hillary Clinton ganó por más del 30%.
¿Se reflejan los valores de sus entornos geográficos y políticos en sus informes? Trump hace que todo sea más difícil de contar. Es un político tan escandaloso que es imposible juzgar si la prensa negativa que obtiene es porque la genera o porque los periodistas se esfuerzan por buscarla.
Pero no hay duda alguna de que Woodward y Bernstein le estaban hablando a una audiencia en gran medida demócrata, un público que cree que la necesidad de su profesión se ha agudizado por causa de Trump. Han pasado de ser periodistas que informan sobre una guerra a soldados que luchan en ella. El “enemigo”, también conocido como “el presidente”, tiene un gran ejército detrás suyo, y el 96% de sus partidarios dicen que no se arrepienten de su voto en noviembre pasado. Van apenas cien días, la decepción tarda mucho más que eso en instalarse, pero el nivel de apoyo entre la base de Trump sigue siendo sorprendente, a pesar de haber hecho giros en sus políticas que le valieron ganar en estados como Pensilvania.
Ya no califica a China como manipulador monetario, ya no quiere desmontar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la financiación de un muro fronterizo con México se ha retrasado. La reforma del sistema de salud Obamacare ha sido frustrada, y lejos de poner a Estados Unidos primero en asuntos exteriores, el presidente ha proyectado la fuerza estadounidense en Yemen, Siria y la península de Corea.
De hecho, tras 100 días en el cargo, Trump se ve menos como el nacionalista populista que pintan algunos en la prensa, y se está pareciendo a un republicano tradicional, aunque incompetente.
¿Qué política sobrevive como definición de su presidencia? Los planes para un recorte fiscal masivo que, según aseguran los críticos, beneficiará en gran medida a los ricos y a las corporaciones. Se espera que esta estrategia traiga de regreso la riqueza corporativa que está en el extranjero y estimule el crecimiento del empleo en Pensilvania, pero aún estamos lejos de la revisión radical de la estructura económica prometida por Trump.
Sin embargo, Trump conserva el apoyo porque disfruta de las mismas pasiones tribales que encontrarás en la prensa. Considera esta fascinante estadística: el año pasado, bajo el gobierno de Barack Obama, sólo el 39% de los republicanos dijo que los niveles de impuestos eran justos. Actualmente la cifra es del 56%. Puede ser que los republicanos se sienten más ricos por el simple hecho de tener a uno de los suyos en la Casa Blanca. Es el actual estado de la política estadounidense, atrapada entre identidades partidistas.
¿Dónde está la mentira? Es más difícil de encontrar, no porque no exista sino porque es invisible. Si la prensa no habla y las partes no lo representan, existe el riesgo de que el verdadero mundo más allá de Washington (el mundo al que no le interesan las cenas de los corresponsales y los mítines en los que aún se oye el lema de “Hacer Grande de Nuevo a Estados Unidos”) se desconecte del todo.