Nota del editor: Peter Bergen es analista de seguridad nacional de CNN, vicepresidente de New America y profesor de práctica en la Universidad Estatal de Arizona. Es autor de ‘United States of Jihad: Investigating America’s Homegrown Terrorists’.
Riad (CNN) – Imagínate a Houston gobernada por una versión eficiente de los talibanes, y obtendrás una aproximación de lo que es vivir en Riad, la capital saudita.
Pero para entender el significado de la visita del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a esta ciudad y su muy esperado discurso sobre el islam, también debes entender un poco más sobre el centro del poder saudita.
Riad es una ciudad en expansión de más de 6 millones de habitantes construida por los grandes ingresos petroleros, marcada por los rascacielos, unida por autopistas y rodeada de interminables suburbios de color arena que dan vía hacia el vacío desierto.
Pero Riad, a pesar de su aspecto aparentemente brillante, está en problemas. Por primera vez en décadas la monarquía saudita ya no puede confiar en los ingresos del petróleo para mantener su posición como el principal estado árabe y para solventar todas las aspiraciones que la población saudita podría tener que desempeñar un papel real en la política.
Eso se debe a que los días de un petróleo a 100 dólares por barril han desaparecido hace tiempo y es poco probable que vuelvan pronto. Y es esta realidad la que hizo que el viaje del presidente Trump a Riad y su discurso del domingo pasado fueran tan importantes para la monarquía saudita.
No es sólo que comparten un interés común en comprobar lo que ambos consideran como una excesiva influencia iraní en Medio Oriente. Ambas partes también ven un gran valor en el acuerdo de armas de casi 110.000 millones firmado durante la visita de Trump, que tiene como objetivo, en parte, aumentar la producción nacional de armas y crear nuevos puestos de trabajo en Arabia Saudita. Eso se suma a los 55.000 millones en acuerdos con empresas estadounidenses que también fueron anunciados durante la visita de Trump.
La razón de ser de estos acuerdos es simple: impulsar la economía saudí y traer nuevos empleos al sector privado, como dijo el ministro saudí de Relaciones Exteriores, Adel al Jubeir, en una conferencia de prensa el sábado. “Esperamos que estas inversiones en los próximos 10 años proporcionen cientos de miles de empleos tanto en Estados Unidos como en Arabia Saudita”, aseguró. “Ellos llevarán a una transferencia de tecnología de EE.UU. a Arabia Saudita, a mejorar nuestra economía y también a mejorar las inversiones estadounidenses en Arabia Saudita, que ya son las mayores inversiones de cualquier país”.
Cuando la riqueza petrolera parecía un giro sin fin de oro, la monarquía absoluta saudí creó, algo paradójicamente, un Estado cuasi socialista: un asombroso 90% de los saudíes trabajan para el gobierno y han disfrutado de subsidios para el agua, la electricidad y el gas. La atención médica y la educación son gratuitas. Pero, a finales del 2015, el Fondo Monetario Internacional (FMI) advirtió que, dada la caída de los precios del petróleo, el gobierno saudí podría quedarse sin reservas financieras en cinco años si mantiene su actual tasa de gasto.
Con los precios del petróleo manteniéndose constantes en torno a los 50 dólares el barril, el gobierno saudí está reduciendo los salarios del gobierno y los subsidios. La visita de Trump (y los acuerdos) por lo tanto, crean una oportunidad crítica en el sector privado para los saudíes que ya no pueden depender exclusivamente del gobierno.
El rey Salman, que se convirtió en monarca en el 2015 y durante casi cinco décadas fue el gobernador de Riad, supervisando su explosivo crecimiento de una ciudad de unos pocos cientos de miles de personas a mediados de los años sesenta hasta la gran ciudad que es hoy, le ha dado poderes a su hijo de 31 años, el copríncipe Mohammed bin Salman, para que desempeñe también un papel en la atención de las demandas inmediatas de Arabia Saudita. Está encargado de modernizar lentamente la sociedad y de diversificar rápidamente la economía.
El gobierno saudita denomina este propósito “Visión 2030”. El objetivo es privatizar los sectores de educación, salud, agricultura, minería y defensa y vender a Saudi Aramco, tal vez la empresa más rica del mundo, cuyos activos se estiman en un billón de dólares. Los saudíes esperan que Estados Unidos sea un actor clave en todo esto, particularmente dada la experiencia de Trump en los EE.UU. corporativos.
Y es hora de que la monarquía saudí comience a transformar su base económica. Su país es joven e increíblemente conectado (el 70% de la población es menor de 30 años, y el 93% de los saudíes utilizan internet, mucho más que en Estados Unidos).
El papel decreciente de la policía religiosa
Riad se encuentra en el corazón Nejd de Arabia Saudita, donde a mediados del siglo XVIII el primer rey saudita se alió con Muhammad bin Abdul-Wahhab, un clérigo que promovió una dura interpretación del islam suní.
Esta alianza es un matrimonio de conveniencia que ha sobrevivido durante más de dos siglos y medio y es la clave de la economía política de Arabia Saudita, en la que los al Saud han conservado la autoridad absoluta (tanto que su nombre familiar está incrustado en el del país), mientras que el establishment religioso wahhabí sanciona el gobierno de la monarquía absoluta y ha dominado en gran parte las costumbres de la sociedad saudí.
Hasta hace un año, los miembros de la temida policía religiosa, conocida como Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio (el mismo nombre que fue utilizado por los talibanes en Afganistán), cumplieron rigurosamente con los dictados del islam wahhabí.
La policía religiosa patrullaba las calles en busca de presuntos malhechores y se les daba una mano más o menos libre para hacerlo. En un episodio notorio en el 2002, en la ciudad santa de La Meca, la policía religiosa impidió que unas niñas huyeran de una escuela que estaba en llamas porque no estaban bien vestidas. Quince de ellos perecieron en ese incendio.
Pero, en abril pasado, las alas de la policía religiosa fueron recortadas por el rey Salman y su hijo MBS, como es universalmente conocido aquí. Ya no tienen el poder de arrestar a los sospechosos y ahora sólo pueden informar a las unidades de policía regular.
Además de quitarle poder a la policía religiosa, la monarquía saudita ha permitido que se lleven a cabo algunos conciertos musicales, pero su mayor ambición, como se ha descrito anteriormente, es liberar a Arabia Saudita de su dependencia casi total de los ingresos petroleros.
Los saudíes ven al gobierno de Trump como una clave para esto, y es por eso que lanzaron la más roja de las alfombras rojas para la visita del presidente. A cambio, Trump recibió la plataforma perfecta para dar su discurso sobre el islam. Después de todo, ¿dónde mejor hacer ese discurso que en la tierra sagrada de Arabia Saudita, hogar de las ciudades sagradas de La Meca y Medina? ¿Y quién mejor para convocar a los líderes de cada país musulmán a escuchar Trump hablar que la familia real saudí?
El discurso
En Riad, la ciudad donde Osama bin Laden nació hace seis décadas, el presidente Trump pronunció su muy esperado discurso el domingo a líderes de todo el mundo islámico.
No es necesario decir que los riesgos eran altos. Trump, como candidato, había opinado anteriormente que “el islam nos odia” y había pedido “la prohibición total y completa para que los musulmanes entren a Estados Unidos”, un argumento que ha modificado y moderado desde entonces.
Sin embargo, tal retórica en el camino de la campaña hizo a Trump una figura impopular a través del mundo musulmán. Una encuesta publicada a principios de noviembre antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos dedujo que sólo el 9% de los encuestados en Medio Oriente y África del Norte habrían votado por Trump contra un 44% para Hillary Clinton.
Después de ser elegido, Trump también había intentado prohibir temporalmente los viajes desde media docena de países musulmanes a Estados Unidos, un decreto inspirado por un alto consejero político, Stephen Miller, quien ahora tenía la poco envidiable tarea de ser también la “pluma líder” del discurso principal del presidente sobre el islam.
El discurso de Trump fue calificado como un “reinicio” con el mundo musulmán, al igual que el presidente Obama hace ocho años cuando fue a El Cairo y declaró: “He venido aquí para buscar un nuevo comienzo entre Estados Unidos y los musulmanes alrededor del mundo, basado en el interés y respeto mutuos”.
En agosto, durante la campaña presidencial, Trump criticó el discurso de Obama en El Cairo, señalando al exmandatario por un discurso “equivocado” que no condenaba “la opresión de mujeres y gays en muchas naciones musulmanas, las violaciones sistemáticas de los derechos humanos y el terrorismo global”.
Por supuesto, todo es mucho más complicado cuando eres el presidente, y Trump no planteó ninguno de estos temas en su discurso en Riad, en lugar de hacer hincapié en el flagelo del terrorismo, algo que casi cualquier persona en el mundo islámico y Occidente podría estar de acuerdo.
Trump usó el término “terrorismo islámico”, que los críticos afirman que combina el islam con el terrorismo, pero su discurso, que fue recibido con atención por parte de los líderes del mundo musulmán, fue un relato anodino de la necesidad de que los países civilizados trabajen juntos para derrotar a grupos terroristas en el nombre de nuestra humanidad común, pero que, excepto algunos golpes a Irán, podría haber sido dado por el presidente Obama.
Los discursos, por supuesto, no son políticas, y la popularidad inicial de Obama en gran parte del mundo musulmán disminuyó después de que ordenó el despliegue de una gran oleada de tropas en Afganistán, aumentó considerablemente los ataques de drones en Pakistán y Yemen y no intervino de manera significativa para terminar la guerra civil siria.
Lo mismo seguramente será válido para Trump. Si su gobierno continúa con su prohibición de viajes de seis países de mayoría musulmana en los tribunales y hace poco para lograr la paz en Medio Oriente, ya sea en Siria o entre los israelíes y los palestinos, cualquier resultado que pudiera obtener de su discurso en Riad resultará tan efímero como las tormentas de arena que de vez en cuando estallan a través de la capital saudita.
Pero incluso si el discurso de Trump no anuncia cambios reales en las políticas de seguridad nacional de Estados Unidos, los acuerdos comerciales que el gobierno Trump negocia con los saudíes ayudarán a alejar la economía local de su dependencia total del petróleo.