Nota del editor: Michael D’Antonio es autor del libro ‘Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success’ (editorial St. Martin’s Press). Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) – A pesar de que asegura que está por encima de la política, Donald Trump ansía tanto que lo reelijan que creó un comité de campaña para 2020, unas semanas después de haber llegado a la Casa Blanca. Como tiene el poder de ser el presidente en funciones y les lleva ventaja a sus oponentes, Trump tiene todo a favor… excepto su propia ‘bocota’.
En los anales de la política estadounidense, ningún otro presidente ha hecho tanto para perjudicarse como Trump. Cualquier otro que hubiera llegado a la presidencia con un déficit de casi tres millones de votos populares se habría esforzado por liderar de forma digna y unificadora.
Pero Trump ha insistido en seguir siendo como es.
Desde hace más de dos siglos y con algunas excepciones, los presidentes se han mostrado como líderes estables y maduros que podrían incluso servir de ejemplo para los niños. Trump ha actuado frecuentemente como niño, ha vomitado acusaciones y condenas tan impulsivamente que su aptitud para el cargo queda en duda. Estas declaraciones son las que ponen en peligro tanto su presidencia como sus esperanzas de reelegirse.
Los casos más recientes de retórica autodestructiva de Trump incluyen la distorsión intencional de la reacción del alcalde de Londres a recientes atentados terroristas en esa ciudad. A lo largo del primer fin de semana de junio y nuevamente este lunes, Trump atacó a Sadiq Khan por haberles dicho a los londinenses que no deberían alarmarse por la intensificación de las actividades policiacas en su ciudad.
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Solo una persona decidida a explotar cínicamente la situación haría una afirmación como esa e interpretaría tan simplonamente las palabras del alcalde. Solo un presidente carente de carácter presidencial lo haría dos veces.
Los ataques de Trump contra Khan parecen tan innecesarios que pueden ser incomprensibles, pero no son tan autodestructivos como otros de sus arranques.
Desde hace meses, Trump ha querido implementar una prohibición a la entrada de personas procedentes de seis países mayoritariamente musulmanes y los jueces federales se lo han impedido porque consideran que es una forma de discriminación por religión.
Uno de los puntos principales que los tribunales señalan es que en repetidas ocasiones, él ha hecho referencia a su política con la palabra “prohibición” a los musulmanes. Trump sigue hablando de una “prohibición” aunque esta palabra podría perjudicarlo ante los tribunales.
Peores fueron los intentos de Trump de influir en el exdirector del FBI, James Comey, quien estaba investigando los posibles lazos de su equipo de campaña con Rusia. Trump se arriesgó a despedir a Comey y luego les dijo a unos funcionarios rusos en la Oficina Oval que pensaba que el exdirector estaba “loco” y que era un “orate”.
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No sorprende que ahora Comey esté dispuesto a declarar ante una comisión del Senado estadounidense respecto a una controversia que conlleva la posibilidad de que el presidente haya querido obstruir a la justicia, lo que para muchos es una falta que podría castigarse con la destitución. Como su partido controla el Congreso, es poco probable que lo destituyan, pero dos republicanos de la Cámara de Representantes ya han estado hablando del tema.
Si llegamos a la destitución, probablemente será por algo que Trump dijo o porque simplemente no pudo contenerse. Aunque no lleguemos a esa catástrofe constitucional, Trump se arriesga a ser presidente por un solo periodo y a echar a perder su oportunidad de implementar su proyecto.
A pesar del caos, Trump tiene una especie de programa, que ha consistido en la prohibición a los musulmanes, la abrogación y el reemplazo del Obamacare, la construcción de un muro en la frontera con México y algunos proyectos de infraestructura. Es notable que no se haya pretendido comenzar ninguno de estos proyectos con el orden que se esperaría de un presidente y no parece que vayan a hacerse realidad.
La Casa Blanca y el mundo han estado distraídos con los tuits y los escándalos del presidente. Su afirmación falsa de que Obama había intervenido sus comunicaciones y su respaldo a varios caudillos, como Recep Tayyip Erdogan, de Turquía, o Rodrigo Duterte, de Filipinas, han sido heridas autoinfligidas. Sin embargo, parece que nada hace cambiar su conducta a pesar de que se perjudica y de que exaspera a sus partidarios.
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Hablando de cuestiones políticas, parece que es tan ‘boquisuelto’ que desafía toda lógica, pero es coherente con su personalidad. Durante toda su vida, a Trump le ha costado controlar lo que dice. En su vida empresarial, este rasgo le dificultó trabajar bien con los demás, así que se vio privado de la oportunidad de ser mucho más exitoso de lo que fue.
En específico, a la gente le resulta difícil trabajar con él por su incapacidad de mesurarse, especialmente fuera de sus negocios inmobiliarios… y eso le ha costado.
En su vida política, se ha aislado de sus aliados del Partido Republicano y de sus enemigos. Los diputados republicanos Justin Amash y Carlos Cubero se han opuesto a él porque no sabe medir sus palabras.
La primera ministra del Reino Unido, Theresa May, defendió este lunes al alcalde de Londres y señaló que “Sadiq Khan está haciendo un buen trabajo” y “está mal decir otra cosa”.
El hecho de que el presidente sea tan hablador, además de ser consecuencia de su ego, es una cuestión de agresión. Aunque sus palabras extremas perturban, parece que Trump está dispuesto a causar dolor a los demás para satisfacer sus propios impulsos.
Su conducta, que puede ser atemorizante, indica que a Trump lo mueve el deseo de dominar a los demás y de mostrar su dominio de la forma más vistosa posible. Piensen en un luchador profesional que tiene sometido a su contrincante y luego se pone de pie, con los brazos en alto, mientras detiene al otro tipo con un pie sobre el pecho. Simplemente tiene que meter el dedo en la llaga.
La necesidad de humillar a los demás provoca que Trump insista en que acepten su versión de la realidad aunque se contraponga a lo que ven con sus propios ojos y entienden con su propia mente. Sus abogados y asesores tal vez le insisten en que evite arriesgarse hablando demasiado, pero esto le impediría establecer su estilo de dominio.
Trump no sería Trump si hiciera caso de sus consejos. Nunca ha sido una persona meditabunda ni reflexiva y está dispuesto a sacrificar proyectos y prioridades con tal de ejercer su poder en un momento en particular.
Si le dan a escoger entre ser presidente y ser Trump, siempre escogerá lo segundo, aunque sea su perdición.