Una lucha diaria. Esa es la nueva normalidad para los venezolanos. La agitación económica y política lleva a miles a las calles a protestar, tanto a favor como en contra del gobierno del presidente Nicolás Maduro, a veces con resultados mortales.
Más de 75 personas fallecieron desde que comenzaron los disturbios en la primavera. El martes, un helicóptero de la policía atacó la sede del Tribunal Supremo de Justicia, en una dramática escalada de la crisis que envuelve al gobierno de Maduro.
El helicóptero fue aparentemente robado y pilotado por un oficial de la policía de investigación del país, Óscar Pérez. Los atacantes dispararon y lanzaron granadas desde el helicóptero al edificio del máximo tribunal del país y contra el Ministerio del Interior en Caracas, informaron las autoridades.
Lejos de las calles, los venezolanos luchan para ganarse la vida frente a la grave escasez de alimentos, medicinas y otros suministros básicos.
Así es como se han interrumpido algunas vidas:
El panadero que no pueden hornear
Sin harina, no hay pan.
Esa es la triste realidad para Javier Domínguez, cuya panadería industrial en Caracas está en silencio.
Los 10 hornos industriales están fríos. Los cientos de estantes utilizados para apilar los panes, vacíos. No se hornea pan desde que las entregas de harina se detuvieron hace dos meses. El gobierno le entregaba a Domínguez la harina, y no está seguro de por qué dejó de hacerlo. Él culpa al gobierno de Maduro de estrangular su negocio.
Hace dos meses, 60 personas trabajaron aquí, procesando hasta 60 sacos de harina (3.000 kilogramos) por día.
La mitad fueron despedidas. El resto probablemente le siga pronto, cuando el crédito se agote para el negocio que Domínguez estableció con sus socios en los 70.
La quiebra está próxima para este panadero que no puede hornear.
“Considero que todo esto se fue”, dijo, mirando su negocio.
El médico que no puede prescribir un medicamento
El doctor Christian Ramos tiene la formación y la experiencia. Pero está luchando para tratar a sus pacientes porque ni él ni ellos pueden encontrar los medicamentos que necesitan.
La mayoría de los medicamentos y suministros médicos en Venezuela son importados, por lo que con la crisis de fondos, la oferta ha caído, a veces con consecuencias letales.
Enfermedades curables se pueden convertir en algo mucho más grave debido a la falta de elementos básicos como antibióticos, dijo Ramos.
“Si tengo un paciente complicado, pero sé cómo curarlo”, dijo, “podría resolver este caso con mis conocimientos, pero no puedo tratarlo porque no hay medicamentos”.
El peluquero con poca agua corriente
Jesús López, de 22 años, lucha incluso por hacer los trabajos más básicas de su oficio como peluquero.
“Tenemos agua lunes y martes. El resto (de la semana dependo de) un tanque. Si no tuviéramos un tanque, estaríamos perdidos”, dijo López.
Aún así, él y sus colegas tienen que conservar el agua suficiente para el resto de la semana.
Encontrar champú o gel de afeitar es otro desafío. Las tiendas que vendían productos de belleza cerraron sus puertas.
“Como negocio, las herramientas (de peluquería) son muy caras. Es posible que tenga que invertir un par de sueldos mensuales para comprar una sola pieza y esperar que nada se rompa, porque conseguir repuestos es una pesadilla”, dijo.
El gerente del restaurante sin comensales
Franco Rojas, de 58 años, dirige la Tasca de Juancho, un reconocido restaurante peruano en Caracas. Pero es difícil cocinar comida peruana sin arroz o pasta.
En la capital, estos dos básicos, prácticamente solo se pueden encontrar en el mercado negro o en otras ciudades a horas de viaje.
Los costos de transporte, en última instancia, se traspasan a los consumidores.
“Hay cada vez menos personas que comen fuera”, dijo Rojas a CNN. Simplemente no se lo pueden permitir, agregó.
La inflación y la escasez no son las únicas cosas herir a su industria. Restaurantes en Caracas se ven obligadas a cerrar temprano en la noche debido a la mayor miedo a la violencia.
La madre que ve marcharse a su hija
La miseria en Venezuela tiene más que consecuencias físicas. Las condiciones económicas también han separado familias.
“Esto nos está afectando como generación, la generación de mi marido y mía, que estamos viendo como nuestros hijos se van”, dice Rosa Blanco, una madre de 53 años en Chacao, un barrio de clase media en Caracas.
La falta de oportunidades y la inseguridad general en Venezuela llevó a su hija a irse a México.
Cuando tenía la edad de su hija, Blanco no pensaba en abandonar el país. “Lo teníamos todo”.
Ahora todo lo que queda es lo que ella llamó ‘frust-rabia’, “una mezcla de frustración y rabia”.