Donald Trump y Emmanuel Macron.

Nota del editor: David A. Andelman es colaborador de CNN y columnista de USA Today, escribió el libro “A Shattered Peace: Versailles 1919 y and the Price We Pay Today “. Fue corresponsal en el extranjero del New York Times y corresponsal en París para CBS News. Síguelo en Twitter@DavidAndelman. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

París (CNN) – Si hay una festividad sagrada en Francia, es el llamado “Día de la Bastilla”, una celebración que los franceses simplemente llaman “el 14 de julio”. Es como el Día de la Independencia, el Día de los Veteranos y el Día de los Presidentes, todo en uno. Esta vez, por invitación del nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron, Donald Trump vendrá a celebrarlo con el pueblo francés.

Este año tiene un doble significado, es la celebración de los franceses por todo lo que Estados Unidos ha hecho a lo largo de los años para preservar la democracia francesa y es la sombra de algunas cuestiones profundas que han amenazado con socavar la breve relación de Trump y Macron. Desde el cambio climático a Qatar, desde Damasco a Moscú, hay heridas por curar o por agravarse.

Este mes, hace 100 años, los primeros 14.000 soldados estadounidenses desembarcaron en la costa sur de Bretaña, la avanzadilla de lo que serían un millón de hombres y mujeres estadounidenses, el mayor despliegue militar que Estados Unidos jamás había visto en el extranjero hasta ese momento.

Bajo el liderazgo del temible general “Black Jack” Pershing, contrarrestarían el avance de los alemanes y ganarían la Primera Guerra Mundial para el bando de la democracia. Los franceses nunca han olvidado esta demostración de lealtad.

No solo los símbolos y las evocaciones, sino también la política y la diplomacia, y de hecho todo el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Europa estarán en juego cuando Trump y su anfitrión de 39 años se encuentren.

El subtexto, sin embargo, puede perderse en Trump. En realidad, esta visita es otro ladrillo colocado con bastante astucia en el edificio del liderazgo francés de Europa, incluso del mundo, que Macron ha estado construyendo callada y hábilmente.

Aquí está el presidente francés sentado orgulloso en la posición central del poder, las fuerzas militares que él comanda desfilan delante de él y vuelan en el cielo. Y luego está el presunto acólito, Trump, a sus pies (o a la altura de su codo, donde sea que lo coloque el protocolo del Palacio del Elíseo).

Pero más allá de la ambientación, hay algunos problemas reales que dividen profundamente a estos dos posibles aliados. Hay un acuerdo climático mundial de la COP21, negociado y firmado en Le Bourget, en las afueras de París, y que Trump desechó con un gesto casual en el jardín de la Casa Blanca y un comentario que muchos franceses se tomaron muy en serio: “Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no de París”.

Francia resiente mucho todo eso, pues Macron fue ministro en el gobierno socialista de su predecesor François Hollande, quien encabezó toda la iniciativa del acuerdo climático. De hecho, Macron ya ha denunciado y ridiculizado en una sola frase la postura de Trump sobre el control climático, tomando prestado un eslogan de la campaña trumpiana para proclamar que era esencial encontrar una forma de “Devolver la grandeza a nuestro planeta” (“Make our planet great again”).

Pero hay varios asuntos aún más inmediatos y polémicos gravitando en los ejes centrales de la agenda de Trump.

Siria está en el radar de ambas naciones. Aquí en Francia, Trump tiene una oportunidad única para corregir un error, borrando un amargo legado del presidente Barack Obama cuando dejó a Hollande solo en un plan dibujado por los propios estadounidenses.

Después de que Obama prometiera justicia rápida en la forma de represalias militares si Siria usaba armas químicas contra su población, Hollande, con cierto costo político, le aseguró a Obama que tenía todo su apoyo. Pero Obama no pudo jalar el gatillo y dio un paso atrás, obligando a que los franceses asumieran la posición incómoda de retroceder también. Trump está en condiciones de asegurarle a Macron que esto no volverá a suceder.

En muchos sentidos, Qatar es un tema más difícil. Macron estaba consternado por la acción de los Estados del Golfo que se aliaron contra su diminuto vecino. Rápidamente intervino como mediador, contactando por teléfono al emir qatarí, el jeque Tamim bin Hamad Al-Thani, el rey saudí Salman y el presidente iraní Hassan Rouhani, e “invitó a todas las partes a perseguir el diálogo”.

El contraste con la declaración visceral y resuelta de Trump no pudo haber sido más radical, ya que el presidente estadounidense saltó prestamente a la defensa de Arabia Saudita y sus aliados sunitas.

El secretario de Estado, Rex Tillerson, quien ha abogado por el tipo de meditación moderada que Macron apoya, debería estar especialmente complacido de que otra voz de la razón susurre al oído de Trump, contrarrestando la de Jared Kushner y sus nuevos amigos árabes sunitas: el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman y el joven y poderoso embajador de los Emiratos Árabes Unidos en Washington, Yousef Al Otaiba.

Y luego está Rusia. Uno de los primeros invitados de Macron después de asumir el gobierno fue el presidente Vladimir Putin, que durante la campaña presidencial francesa no había ocultado su preferencia por el principal enemigo de Macron, la dirigente del derechista Frente Nacional, Marine Le Pen.

Los mandatarios de Francia y Rusia sostuvieron un “intercambio franco”, Macron dejó clara su postura respecto a la intervención rusa en Siria y Ucrania y su apoyo a las sanciones contra las acciones del Kremlin. Y habló sin rodeos sobre la intervención rusa en la campaña recién concluida. A diferencia de lo que pasa con los Estados Unidos de Donald Trump.

Por último, si Trump cree que un viaje rápido para ver a las tropas francesas y una elegante cena la noche previa lo distraerán de sus problemas con los opositores (nacionales y extranjeros), debería leer más atentamente la prensa francesa.

Momentos después de que se anunciara la visita en Washington y París, uno de los principales antagonistas de Macron, Jean-Luc Melenchon, líder del partido de izquierda La France Insoumise, indicó que “El señor Trump no es bienvenido en nuestra celebración del 14 de julio. Esta fiesta celebra la libertad de Francia. El señor Trump es una persona violenta y no debería tener nada que ver con eso”.

Con todo, Trump podrá darse una idea de la grandeza actual de Francia, con la gran variedad de tropas de los rincones más alejados del imperio francés. Esperemos que comience a apreciar que Estados Unidos tiene aquí un aliado fiel e incondicional, uno entre muchos en Europa y más allá.

Sobre todo, escuchará el emotivo himno nacional francés, La Marsellesa, y debería prestar especial atención a las palabras, que incluyen entre muchas otras:

“Temblad, tiranos y pérfidos,

Oprobio de todos los partidos…”