Nota del editor: Doug Elmets es propietario de Elmets Communications, un despacho californiano de asuntos públicos. Trabajó como secretario asistente de Prensa en la Casa Blanca de Reagan y dio un discurso a favor de Hillary Clinton en la Convención Nacional Demócrata. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) — El momento que definió el liderazgo de Ronald Reagan llegó en 1987, cuando exigió a su adversario de la Guerra Fría que “derribara” el Muro de Berlín.
El de John F. Kennedy fue después del desastre de Bahía de Cochinos, en 1961, cuando reconoció su fracaso en un despliegue de responsabilidad presidencial que causó que su popularidad se disparara.
El de Franklin Delano Roosevelt fue un día después de que Japón atacara Pearl Harbor. De pie ante el Congreso estadounidense, apoyado en sus muletas de acero, Roosevelt dio un discurso que dejó en claro la adaptabilidad de Estados Unidos y declaró el 7 de diciembre de 1941 como “una fecha que pervivirá en la infamia”.
Los presidentes exitosos son muchas cosas, pero sobre todo, tienen que ser grandes líderes. Deben tener una visión clara y habilidades de comunicación que inspiren y unan. De igual forma, los grandes líderes se rodean de asesores fuertes que tienen permitido decir lo que piensan, además de que tienen la capacidad emocional de entrar en contacto con los sueños y los temores de aquellos a quienes gobiernan.
Tuve el privilegio de servir en la presidencia de Reagan, cuya habilidad para unificar a los estadounidenses en casa mientras navegaba diestramente por las aguas internacionales sigue sin tener igual.
Ver a Donald Trump en la cumbre del G20 en Hamburgo, Alemania, me hizo preguntarme si el actual presidente de Estados Unidos tiene lo necesario para liderar al mundo libre. Mi conclusión, en una palabra, es no. Lo peor es que Trump ha mostrado poco interés en estar a la altura de las circunstancias y aprender a liderar.
Para ser justos, ha habido momentos (como el caso de su discurso en Polonia, en el que reafirmó el apoyo de Estados Unidos a la OTAN y reprendió a Rusia por sus “actividades desestabilizadoras en Ucrania”) en los que pareció presidencial. Pero con mucha más frecuencia, Trump se ha comportado como un adolescente rebelde que cree que tiene todas las respuestas, que toma las decisiones correctas y que la realidad se vaya al diablo.
Esto es perturbador en muchos aspectos, pero comencemos con el más básico: el daño que esa conducta inflige en la seguridad y en la situación de Estados Unidos en nuestro mundo complicado y sumamente conectado.
Los admiradores de Trump suelen compararlo con Reagan y dicen que ambos eran hombres francos, ajenos a Washington, subestimados por el sistema político. Para muchos de los que trabajamos con Reagan, esta comparación es poco exacta.
Desde que asumió la presidencia, Reagan tenía una visión y se aferró a ella decididamente durante ocho años. En el frente interno, quería un gobierno más pequeño e impuestos más bajos. En el frente internacional, la misión era derrotar al comunismo y difundir la democracia y la libertad para todos.
Desde luego, Reagan era un defensor apasionado de la grandeza estadounidense (¿recuerdan la “ciudad resplandeciente sobre la loma”?) y entendía que la paz mundial dependía de que Estados Unidos fuera fuerte. Pero su orgullo nacionalista nunca se volvió presuntuoso en el escenario internacional. Limitó el uso de la fuerza y comprendía la diplomacia y la importancia de los aliados.
Por el otro lado, Trump ha adoptado una política exterior sumamente incoherente, caracterizada por la agresión, la fanfarronería y la impetuosidad. Tenemos por ejemplo el ataque en Yemen en enero, ordenado con poca preparación y coordinación. Cuando la operación salió mal, Trump se negó a asumir la responsabilidad y culpó a “los generales” de la muerte del William Ryan Owens, un miembro de las fuerzas tácticas SEAL de la Armada estadounidense.
Luego está el ataque con misiles de largo alcance contra Siria, que supuestamente Trump ordenó luego de ver en televisión las imágenes de niños muertos y enfermos por un ataque con armas químicas que ordenó Bashar al Asad, presidente de Siria. El bombardeo sirvió de poco para cambiar la trágica realidad en Siria. De hecho, CNN reportó que la base aérea siria que Estados Unidos atacó volvió a funcionar poco después.
No hay que olvidar las desconcertantes interacciones de Trump con algunos de los aliados mundiales más importantes de Estados Unidos. Sus llamadas telefónicas malhumoradas con los líderes de México y Australia fueron francamente extrañas: Trump le gritó a Malcolm Turnbull, primer ministro de Australia, cuando hablaban de un acuerdo sobre refugiados y le presumió la magnitud de su triunfo en el colegio electoral.
Además, la primera reunión de Trump con la canciller de Alemania, Angela Merkel, fue incómoda, por decir lo menos. Entre otras cosas, Trump ignoró a Merkel cuando le propuso que estrecharan manos frente a los fotógrafos en el despacho oval e hizo un comentario extraño sobre intervenciones telefónicas, con lo que Merkel quedó visiblemente desconcertada.
En cuanto a Asia, la indecisión del gobierno estadounidense ha sido particularmente peligrosa. Durante la presidencia de Barack Obama, Estados Unidos volvió a lograr un equilibrio delicado en las relaciones con Asia que incluyó la negociación del Acuerdo Transpacífico, un tratado comercial multilateral que habría creado nuevas oportunidades para la exportación de productos agrícolas, servicios y manufactura estadounidense de gama alta, así como otros beneficios económicos. Trump lo deshizo.
Además, su postura respecto a China ha oscilado entre amenazas vagas en Twitter y lo que parecía un romance en ciernes con el presidente Xi Jinping en su reunión en Mar-a-Lago en abril. Luego de que Corea del Norte lanzara su primer misil balístico intercontinental, el 4 de julio, Trump dio otro bandazo y recurrió a Twitter para criticar a China por no hacer suficiente… aunque China es esencial en los esfuerzos para controlar a Kim Jong Un.
El costo de su juicio errático fue evidente en la cumbre del G20: los aliados económicos y estratégicos más importantes aislaron efectivamente a Estados Unidos en todos los temas, ya fuera comercio, cambio climático o inmigración.
Es cierto que Trump celebró reuniones bilaterales con los líderes de Reino Unido, China y Turquía, además del esperado frente a frente con Vladimir Putin. Pero esas reuniones no alteran el hecho de que la cruzada proteccionista con la que Trump pretende dar prioridad a Estados Unidos lo ha aislado.
Viendo el espectáculo desde la distancia, me encuentro anhelando glorias pasadas. Durante su primer mandato, Reagan hacía críticas duras e incluso ponía apodos (llamó “imperio malévolo” a la Unión Soviética) mientras lidiaba con su mayor desafío en política exterior.
También criticó apasionadamente el control de armas en el punto más álgido de la carrera armamentista. Pero para su segundo mandato, Reagan estaba involucrado en un diálogo de desarme con el presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov. Reagan se dio cuenta de que los objetivos de Gorbachov podrían beneficiar a Estados Unidos, así que controló sus impulsos severos para cultivar una relación más pragmática y de respeto mutuo con el líder soviético.
Ese era el estilo de Reagan: adaptarse cuando fuera necesario y presionar con optimismo. Dio muy buenos resultados a Estados Unidos, no solo con la reducción del arsenal nuclear, sino con la estabilización del sistema de seguridad social, una Reserva Federal fuerte, una inflación baja y la reducción de impuestos.
¿Trump entenderá algún día que el verdadero liderazgo consiste en más que dar muestras de fuerza y arrogancia? Voy a esperar sentado.
Trump ha mostrado que el estilo de liderazgo que pudo haber funcionado en su vida anterior de zar corporativo no funciona bien en la Casa Blanca. Trump no puede o no quiere cambiar y sigue comportándose como si las cosas tuvieran que salir como él quiere solo porque él lo dice.