Nota del editor: Timothy Stanley es historiador y columnista para el diario británico Daily Telegraph. Él es el autor del nuevo libro “Citizen Hollywood: How the Collaboration Between L.A. and D.C. Revolutionized American Politics”. Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente las del autor.
(CNN) – Donald Trump ha tenido tres directores de Comunicaciones desde mayo. Si el objetivo del presidente era comunicar un caos total, está funcionando. Nuestra única esperanza ahora es que el caos esté llegando a su fin.
Anthony Scaramucci, cuyo mandato terminó este lunes con un anuncio de la secretaria de Prensa, Sarah Huckabee Sanders, duró sólo diez días en su cargo, diez días que quedarán como algunos de los más extraños en la historia política.
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En su defensa, pareció amar sinceramente a su presidente y ha pagado un alto precio personal por su lealtad. Su esposa entonces embarazada le pidió el divorcio, cuestión que el abogado de ella insiste en que no tiene nada que ver con Trump, y Scaramucci no asistió al nacimiento de su hijo la semana pasada. ¿Para qué? Para ver su reputación profesional potencialmente arruinada por un trabajo para el que nunca se debería haber ofrecido.
Fue sorprendido hablando con un periodista acerca de sus compañeros de trabajo, a quienes describió como paranoicos y enfermos mentales. Trump “amó” el exabrupto, según Axios, pero al secretario general de la Casa Blanca, John Kelly, no le gustó nada. Scaramucci fue despedido por órdenes de Kelly. El exgeneral retirado de la Infantería de Marina estadounidense tiene la intención de manejar un barco más hermético.
Y esa es la mejor aproximación que puedo ofrecer de esta farsa: Kelly hizo una rápida evaluación del carácter de Scaramucci, tomó medidas decisivas y afirmó su autoridad.
Mi sospecha es que mientras Trump probablemente disfrutara de Scaramucci, es más probable que respete a Kelly. Los hombres del Ejército le lanzaron un hechizo. ¿Cómo explicar su defensa de Mike Flynn, su exasesor de seguridad?
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Flynn, por supuesto, se fue temprano. Luego lo hicieron Reince Priebus, exsecretario general de la Casa Blanca, y Sean Spicer, exsecretario de Prensa.
Esta rápida rotación es muy inusual: nos dice muchas cosas. Tal vez que Trump sea alguien con quien es difícil trabajar. Que su inusual victoria electoral dejó atrás el caos, ciertamente. Ha requerido improvisación y maniobras de equilibrio insostenibles.
En primera instancia, Priebus pareció ser útil como enlace con los republicanos en el Capitolio. Pero se ha demostrado que ese vínculo es difícil de mantener y ha producido pocos resultados: ¿qué ha ganado Trump al respaldar la enorme e impopular reforma del sistema de salud hecha por el Partido Republicano?
La naturaleza poco ortodoxa de asesores como Flynn o Scaramucci, por el contrario, refleja los instintos antiestablecimiento de Trump. Al menos Scaramucci fue genuinamente excéntrico.
Spicer, que siempre intuía, estaba tratando de parecer alguien más salvaje y furioso de lo que realmente era. Eso es lo que sucede a menudo cuando uno tiene un jefe carismático: los miembros del personal más débiles, desesperados por complacer, se defraudan a sí mismos y a los demás.
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Trump no necesita espectáculo. Lo que necesita competencia.
De hecho, este último giro cómico podría ser un signo de competencia. Kelly obviamente ha recibido toda la autoridad para limpiar las cosas. El despedir a Scaramucci es la prueba de que tiene la intención de usarla. A partir de esto, esperamos que fluya un mayor sentido del orden y la dirección. El único hombre que puede desvirtuarlo es aquel con más autoridad que Kelly: el presidente. Y sería realmente muy ridículo y tonto el intentarlo.
Esperemos que este sea el despido final. Si no, todo esto puede continuar hasta un amargo final, cuando las noticias digan: “Donald Trump se despide a sí mismo”.