(CNN) – Hay algo que nos asusta instintivamente cuando vemos la servil sincronización militar.
Despierta un miedo profundo, un condicionamiento ineludible que nos dice que un exceso de coordinación precisa no terminará bien.
Kim Jong-un puede no tener la intención de leerlo de esta manera, aunque gran parte de su comportamiento sugiere que lo hace.
Por supuesto, lo que realmente se está poniendo bajo nuestra piel, más allá de los desfiles de soldados y civiles, es que este dictador de tercera generación, aún en su tercera década de vida, está a punto de volver nucleares sus misiles balísticos intercontinentales, y si algo no se hace pronto, podría cumplir con su promesa y lanzar uno sobre Estados Unidos.
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Si lo hace, se derrumba la diplomacia y la península coreana será devastada y retrasada 70 años en medio de una guerra regional e inestabilidad.
Ningún general que se precie de serlo apostó alguna vez a que su adversario no era capaz de lo impensable. Pero, ¿y si la paranoia de este peor caso de escenario es el real problema de Kim?
¿Y si está atrapado en su propia visión imaginada de lo que Estados Unidos podría hacer si echa para atrás?
Cuando sopesa que el mundo calcula su siguiente movimiento, ya que no es un loco, mira el extremo espeluznante de Moammar Gadhafi, en Libia (los medios estatales norcoreanos han insinuado en numerosas ocasiones las “trágicas consecuencias” de renunciar a una “espada preciosa que frustre la agresión de los forasteros”), y evita el compromiso. Pero, ¿hay otro demonio agobiando su mente?
Yo estaba en Libia mientras el régimen de Gadhafi estaba cayendo y el dictador se reunió con algunos de sus principales asesores, entre ellos su hijo Saif.
Estaban seguros de que Occidente no los dejaría caer. El Reino Unido, en particular, pensaron, se mantendría de su lado. No sólo habían cooperado con los británicos en la captura de sospechosos de terrorismo, sino que el mismo Gadhafi les había entregado todo su conocimiento nuclear.
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Para ellos, se suponía que era el acuerdo definitivo: la rehabilitación en la comunidad internacional. Y durante varios años más o menos funcionó.
Por habitante, el Producto Interno Bruto de Libia alcanzó el nivel más alto en África. El principal impedimento para el progreso del país fue el propio Gadhafi. Estaba vivo y era rico, aunque se encontraba desfigurado.
Pero luego vinieron las protestas de la Primavera Árabe para derrocar al Gran Líder. Cuando Gadhafi resistió los ataques rebeldes, la OTAN (y sus antiguos aliados del Reino Unido) eligieron un lado y bombardearon a las fuerzas libias.
Fue entonces cuando me reuní con sus lugartenientes. Él no lo sabía en ese momento, pero su beligerancia pasada era como un blanco en el hombro de un ciervo. Ese ciervo sigue corriendo, aunque la bala le haya atravesado el corazón.
Cuando las bombas comenzaron a caer, Gadhafi ya estaba muerto, sólo que no lo sabía aún.
Si por la mente de Kim Jong-un está pasando la historia de Gadhafi, hasta un punto en el que podamos empezar a reducir la retórica (sin importar que la máquina militar de Kim baje una o dos velocidades), va a ser muy completa, sin duda alguna, la participación de intermediarios.
Lo que complicará aún más los intentos de la diplomacia será encontrar intermediarios en los que el líder norcoreano pueda confiar. Pero al ver que los dos candidatos más probables (Rusia y China) respaldaron la resolución unánime de la ONU para adoptar mayores sanciones contra Corea del Norte, esa puerta parece cerrada por ahora.
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Gadhafi vivió el tiempo suficiente como para ver los edificios más finos de su imperio aplastados, arrasados y saqueados por ciudadanos enojados.
Apartado de sus obstáculos, ¿teme Kim un destino similar? ¿En qué punto del compromiso internacional calcula él que su población se le volverá en su contra?
Gadhafi finalmente fue sacado de un túnel de drenaje de hormigón donde se escondía bajo una carretera. La rabia de generaciones de sus compatriotas se descargó en contra suya.
Durante más de 30 años, había mantenido al país bajo control a través del miedo, el clientelismo y la intimidación. Con la ayuda de la OTAN, todo eso había desaparecido. Su única defensa, su pistola dorada, le fue sacada, llegando a las manos de un adolescente.
Bajo el mandato de Kim Jong-un, los científicos de Corea del Norte y los oficiales del ejército reciben un mejor modo de vida: acceso privilegiado, por ejemplo, al centro de esquí recién construido en el país.
El papel y el rango en Corea del Norte hacen ganar derechos de la misma manera en que Gadhafi recompensó a sus secuaces. Pero, como lo he presenciado en Libia, cuando las cartas están echadas, la mayoría se va hacia el otro lado o huyen.