Rosa Espinosa cambia cada día la lámina de plástico que protege el colchón de su cama debido la incontinencia urinaria que padece. En el año 2007, le diagnosticaron un cáncer de cuello de útero, causado por las partículas tóxicas que respiró durante cuatro meses, mientras trabajaba como voluntaria en las labores de rescate y limpieza del (WTC) World Trace Center de Nueva York.

Rosa Espinosa junto a sus medicamentos.  Llegó a EE.UU. en 1999 . Trabajó de voluntaria durante 4 meses en el WTC. Padeció cáncer, tiene asma, sinusitis, reflujo e incontinencia urinaria. “Quisiera poder ir a abrazar a mis hijos a Ecuador. No es justo... Yo nunca cobré por el trabajo que hice en el WTC, lo hice por humanidad".

A pesar de la operación y el consiguiente tratamiento, el cáncer volvió a manifestarse en 2010. En su mesita de noche, una máquina para respirar vela su sueño desde hace algunos años. También hay más de veinte frascos de pastillas, de las que no puede prescindir, porque controlan su asma, reflujo, sinusitis y otros problemas respiratorios.

Espinosa llegó en 1999 a Nueva York procedente de Ecuador dejando atrás a dos hijos pequeños. En su país había cursado estudios de auxiliar de enfermería, y en la Gran Manzana buscaba dar un futuro económico a sus hijos y continuar su formación en el campo de la medicina. El sueño se estaba cumpliendo, hasta que aquel 11 de septiembre del 2001, la ciudad se paralizó por la tragedia. Con el miedo en el cuerpo, pero segura de sí misma, Espinosa consiguió acceder a la zona cero, y aquella misma noche trabajó como voluntaria. Se lo exigía su vocación. Ayudó como rescatista, limpiando escombros, repartiendo comida y un sinfín de cosas más.

“Había mucha gente pidiendo ayuda todavía herida, y muchos muertos”, dice Espinosa, de 53 años, sin poder contener el llanto cuando lo recuerda.

Espinosa es menuda y sus ojos rasgados y oscuros están siempre llorosos. Mientras describe cómo fueron aquellas semanas, busca y rebusca su tarjeta de voluntaria del WTC en una vieja maleta. Entre los papeles aparece la primera ecografía que diagnosticó su tumor.

“Hubo una humanidad… allí estábamos los inmigrantes, los blancos, los negros, todos juntos. No importaba la raza, el idioma, nos comunicábamos con gestos. No hicieron falta palabras porque a todos nos unía el corazón. Nadie nos pidió nuestros papeles, solo nuestro esfuerzo”, añadió Espinosa.

En el estrés de aquellos días, Espinosa desconocía que estaba gestando en su vientre a su tercer hijo. No fue hasta cuatro meses después, cuando acudió al médico aquejada de continuos problemas respiratorios, cuando le informaron de su embarazo. Su hijo Steven nació con asma, sinusitis y problemas de salud mental.

Espinosa forma parte de los más de 3.000 inmigrantes indocumentados que se calcula trabajaron en los primeros meses tras el colapso de las torres tanto en la limpieza como en reconstrucción del WTC.

En la actualidad Espinosa está inscrita en el programa de salud del WTC, que ofrece asistencia sanitaria, chequeos y compensaciones económicas a los socorristas, trabajadores de limpieza y voluntarios que ayudaron tras los atentados. Fue establecido por la Ley de Compensación y Salud de James Zadroga 11S, firmada por el presidente Barack Obama en 2010 y reactivado en 2015, hasta 2090.

“Nadie nos dijo que el aire era tóxico y tan solo nos daban máscaras de papel que se ponían negras al instante”, dijo Espinosa. “Jamás imaginé que cada día que respiraba ese aire, iba contaminando poco a poco mi cuerpo a y a mi bebé”.

Desastre ambiental

Una semana después de los atentados, el 18 de septiembre del 2001, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos declaró que el aire y el agua en la zona cero estaban perfectamente saludables.

Sin embargo, el tiempo y los numerosos análisis realizados, demostraron que la destrucción del WTC fue uno de los peores desastres medioambientales de la historia de la ciudad, de acuerdo a estudios realizados por el New York Commitee for Occupational Safety Health, en 2007. Además de las 3.000 muertes iniciales, más de 400.000 rescatistas, voluntarios, vecinos de la zona y transeúntes fueron expuestos a la contaminación ambiental.

En septiembre de 2012, el National Institute for Occupational Safety and Health añadió 50 tipos de cáncer (posteriormente ampliado) a la lista de condiciones de salud relacionadas con el WTC bajo el programa de salud James Zadroga del 11S. En los estudios realizados se encontraron más de 70 sustancias potencialmente cancerosas en el humo y el polvo de los restos del WTC.

Nora Treviño, colombiana de 62 años, no puede vivir ni un minuto sin el aire acondicionado, se ahoga. Tanto en invierno como en verano, si el aire no se encuentra encendido, su respiración se vuelve agitada y lenta, y es incapaz de hablar. Necesita oxígeno dos veces al día y una máquina respiratoria para dormir. Toma más de 20 pastillas y no puede trabajar. Con la respiración entrecortada se recuesta con dificultad en la cama y se levanta el vestido de flores para enseñar sus piernas hinchadas. Cada vez tiene más dificultades para andar.

Nora Treviño tiene 62 años y es colombiana. Trabajó desde el 17 de septiembre del 2001 hasta marzo del 2002 limpiando en la zona de alrededor del WTC. En 2005, le ingresaron y fue diagnosticada con asma, reflujo y otras enfermedades derivadas. Toma 20 pastillas diarias. Tiene una incapacidad de un 100%. “Mi vida cambió totalmente.. se me olvida todo, me dan mareos y me caigo.. mi vida ya no es nada, a mi me tienen que hospitalizar a cada rato... Me he sentido defraudada, creo que nos han abandonado".

Comenzó a trabajar en el WTC el 17 de septiembre y permaneció hasta marzo del 2002. Nunca recibió ninguna advertencia sobre la toxicidad y la única protección que le proporcionaron eran guantes de látex y mascarillas de papel.

“Nos decían… ‘¿quiere hacer un turno?, ¿quién quiere hacer turno y medio? Usted sabe que uno cuando hay trabajito tiene que aprovechar y a veces hacíamos los dos turnos. Me pagaban 60 dólares por ocho horas. Así trabajé hasta el 2 de marzo del año siguiente”, dijo Treviño.

Pese a que no existen cifras exactas sobre el número de trabajadores indocumentados que asistieron en las labores de limpieza y reconstrucción, estudios publicados por el “Journal of Occupational Environmental Medicine” afirman que en su mayoría eran inmigrantes de primera generación provenientes de Colombia, Ecuador y Polonia. En todos los casos, carecían del entrenamiento adecuado para enfrentarse a los tóxicos y muy bajo o nulo conocimiento del inglés. Las organizaciones para la defensa de los trabajadores admiten que son varios miles los indocumentados. El Frente Hispano Local 79 y el Frente Unido Ecuatoriano confirman que hay sindicalizados más de 3.000 inmigrantes indocumentados con problemas de salud a raíz del colapso de las torres.

Rubiela Arias, una colombiana, de 51 años, trabajó durante ocho meses en la limpieza de edificios colindantes al WTC y actualmente es representante de la organización Hazardous Materials Workers World Trade Center, organización que vela por los derechos de los trabajadores que laboraron en la limpieza del WTC.

Rubiela Arias, colombiana de 51 años, trabajó durante 8 meses limpiando en la zona del WTC. Padece sinusitis, asma, ansiedad, vértigos entre otras cosas. Lleva años defendiendo los derechos de los afectados. “Jugaron con nuestra salud y cuando nos enfermamos le pusieron precio con indemnizaciones que muy poca gente ha recibido, pero nuestra salud no tiene precio”.

La empresa que la contrató, según Arias, le facilitó una tarjeta de identificación y jamás pidió sus documentos. “Cada día firmaban a la entrada y a la salida, pero nunca me preguntaron mi estatus migratorio. Para poder entrar en el programa de salud tuve que demostrar que trabajé allí presentando mi tarjeta de identificación de la empresa que me contrató”, dijo Arias.

Muchos inmigrantes indocumentados no se registraron en los programas de salud por el miedo a ser deportados y esa es una de las causas por las que no han sido contabilizados. Desconocían que no necesitaban demostrar su estatus migratorio para inscribirse y los bajos conocimientos del inglés hicieron inaccesible la información para miles de personas.

La falta de registros de estos trabajadores por las empresas que los contrataron ha dificultado también enormemente que muchas de estas personas puedan asistir a los programas de salud del WTC o a las compensaciones de la ley Zadroga, al no tener documentos que acrediten que trabajaron en el WTC. En muchos casos las empresas que los contrataron no quisieron proporcionarles las hojas de registro para evitar pagar compensaciones por daños.

Héroes sin derechos

En los últimos meses, el temor ha vuelto a las vidas de todos los trabajadores indocumentados del 11S debido a las nuevas medidas migratorias del presidente Donald Trump.

El pasado junio, el congresista por Nueva York, Joseph Crowley, lideró una exitosa campaña para detener la deportación de Carlos Cardona, un residente de Queens que ayudó en la limpieza del WTC. Así mismo el pasado 9 de julio, el congresista Crowley anunció una nueva propuesta de ley, llamada “9/11 Immigrant Worker Freedom Act” que protegerá a más de 3.000 indocumentados de todas las nacionalidades que trabajaron en el rescate y la limpieza del World Trade Center tras los ataques terroristas del 11S, según la oficina del congresista.

“Estos trabajadores proporcionaron servicios fundamentales (…) y sufrieron exposición a toxinas transportadas por el aire y otros peligros. Sin embargo, muchos de ellos todavía carecen de opciones legales de inmigración y han vivido en el miedo a la deportación del país al que han servido”, aseguró el congresista Crowley al presentar la ley a las puertas del ayuntamiento de Nueva York.

La ley sería una luz de esperanza para Espinosa, Treviño y miles de personas más. La deportación, sin embargo, pondría fin a sus tratamientos médicos. En sus países de origen difícilmente podrían pagar por ellos y la falta de medicamentos acabaría con su vida. Su cambio de estatus inmigratorio les proporcionaría además la posibilidad de luchar por compensaciones económicas, acceso a viviendas y otras muchos derechos que les han negado por falta de documentos.

Para todos ellos, el 11 de septiembre sigue siendo un día difícil. El estrés postraumático y la ansiedad les acompaña todos los días de su vida, pero cuando se acerca el aniversario, los recuerdos se agolpan en su cabeza impidiéndoles seguir con sus vidas. No pueden borrar de sus mentes las dantescas imágenes de las que fueron testigos.

Cada uno vive el aniversario a su manera. Algunos acuden a las ceremonias oficiales de la zona cero y otros prefieren encerrarse en su casa a esperar que pase el día. En lo que todos coinciden es en que aquello transformó no solo su salud sino su manera de ser y que han sido incapaces de olvidar.