Washington (CNN) – Antes de las 7 de la mañana de este martes, el presidente Donald Trump había explotado con tres tuits destruyendo a la NFL.
“Los ratings de la NFL van para abajo, excepto antes de que comiencen los juegos, cuando la gente prende el televisor para ver si nuestro país será irrespetado o no”, dijo en uno. “Los abucheos en el juego de fútbol americano de la NFL de anoche, cuando todo el equipo de Dallas se arrodilló, fueron los más fuertes que jamás escuché”, escribió en otro. “Gran rabia”.
Esos tuits siguieron a los comentarios de Trump de este lunes –expresados en una reunión con líderes conservadores en la Casa Blanca– en los que mostró satisfacción con los últimos cinco días de tuits, protestas y debate sobre lo que realmente significa el himno nacional y para quién es.
“Está realmente atrapado. Está realmente atrapado”, les habría dicho Trump a los líderes conservadores. “Dije lo que millones de estadounidenses estaban pensando”.
Ratings. Abucheo. Gran rabia. Estar realmente atrapado.
La decisión de Trump de comenzar esta pelea con los jugadores de la NFL –y más ampliamente con atletas profesionales– es una ventana reveladora sobre cómo ve (y cómo usa) el poder de la presidencia: para dividir, no para unir. Lo usa para ganar puntos políticos, para complacer y tranquilizar a la base política que lo eligió e hizo que llegara a la Casa Blanca. Lo usa para siempre, siempre, siempre buscar en qué discrepamos, y de qué manera esos desacuerdos pueden ser usados en su beneficio propio.
Esa es, en el fondo, una desviación fundamental de la forma en que los presidentes anteriores habían operado.
Cualquier predecesor de Trump en la Casa Blanca parecía tener una comprensión innata del poder de la presidencia y de cómo usarlo. Pensaron en la presidencia como un faro. En cualquier lugar donde el presidente decida brillar, se iluminará esa luz. Atraerá la atención de los medios.
Para la mayoría de los presidentes, eso significa arrojar una luz sobre nuestra humanidad en común, ya sea que esté ayudando a unir al país después de un ataque terrorista o un desastre natural, o en el trabajo más mundano y diario de recordarle a la gente que son muchas más las cosas que nos unen, que las que nos dividen.
Trump invirtió esto. Parece decidido a recordarnos las cosas que nos dividen y no tanto qué cosas nos unen.
Frente a lo que el gobernador de Puerto Rico ha dicho es una crisis de proporciones épicas por la devastación causada por el huracán María, Trump mantuvo un largo silencio, que rompió varios días después solo para tuitear sobre “la infraestructura dañada” y la “deuda masiva del país con Wall Street y los bancos”.
En lugar de movilizar al país para ayudar a los 3,4 millones de ciudadanos estadounidenses que viven en Puerto Rico, Trump envió más de una docena de tuits sobre la NFL y la supuesta falta de patriotismo de los jugadores que se arrodillaron mientras sonó el himno nacional.
(Vale la pena decir que el origen de las protestas durante el himno es la violencia de los policías blancos hacia los hombres negros y que no tiene nada, absolutamente nada que ver con deshonrar a nuestros soldados o a la bandera).
¿Por qué? Porque Trump tiene un oído muy bien afinado para lo que resonará dentro de su base política. Y mostrarse como la voz de la gente que está en contra de los atletas ricos y, principalmente negros, le da un lugar muy importante en buena parte de esa base política.
Aunque lo admita o no, Trump está jugando intencionalmente con prolongar el resentimiento y la animadversión racial en el país, para recordarle a la gente lo que nos divide. Y lo está haciendo porque sabe que va a funcionar.
Es la misma razón por la que sugirió que había musulmanes celebrando en las terrazas de Nueva Jersey, el 11 de septiembre del 2001. Es la misma razón por la que falló en no condenar al supremacista blanco David Duke durante la campaña. Y es la misma razón por la que dijo que las protestas de los supremacistas blancos en Charlottesville eran el resultado de personas violentas en “ambos lados”.
Trump compite como persona que divide, no que une. Ganó la presidencia de esa manera.
Dividir funciona en política, especialmente en un entorno mediático fracturado, en el que puedes pasar tu vida sin ser confrontado con argumentos razonables que choquen con tu visión del mundo, y en un país en el que se vive, trabaja y juega solamente con quienes están de acuerdo con nosotros en todo.
Calificar a las personas que no están de acuerdo contigo como “otras” –y asegurarse de que esas “otras” son “malas”– es una estrategia política ganadora para Trump. Pero ganar no es un fin en sí mismo. Y tampoco deja ninguna clase de legado.
Los presidentes anteriores entendieron que la campaña era una cosa y gobernar era otra. Entendieron que ser presidente te daba la responsabilidad de tratar de escoger siempre el buen camino y hacer lo correcto para el país, antes que hacer lo que más te beneficie a ti o a tu partido.
Trump invirtió ese enfoque. Quiere primero lo que sea bueno para él, luego lo que cree que es bueno para los republicanos y, finalmente, lo que es bueno para el país.
Eso es lo que significa ser un presidente moderno para Trump. Y es lo que está impulsando las divisiones en el país a niveles muy peligrosos.