Nota del editor: Chris Heide es un adicto en recuperación, ganador del Premio Kaplan de Periodismo Narrativo y cofundador y editor en jefe de ‘Chosen Magazine’, una publicación que comparte historias de personas que siguen luchando con sus adicciones. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN) – Estoy sobrio desde el 19 de marzo del 2013. Esa fecha me permitirá perseverar por el resto de mi vida.
El estigma social acompaña a la crisis de opiodes y hace que muchas personas no busquen la ayuda que necesitan. La creencia popular es que la adicción es una especie de fracaso moral, que simplemente es elegir la opción incorrecta. Cuando la sociedad insiste en que la adicción es una opción se perpetúa la cultura de la culpa y la vergüenza, y eso impide que los adictos busquen ayuda.
Para realmente luchar contra esta crisis, el discurso público tiene que cambiar. A medida que los líderes y ciudadanos de este país se dan cuenta de la magnitud de la crisis de opiodes, la pregunta sobre qué hacer debe entrar a formar parte fundamental de la discusión sobre el sistema de salud.
En 2016, más estadounidenses murieron de una sobredosis de drogas que los que murieron sumados en las guerras de Vietnam y de Iraq –más de 64.000–. Esta estadística tan preocupante pone de relieve el hecho de que Estados Unidos está inmerso en este momento en la mayor epidemia de drogas en la historia del país.
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Durante muchos años de mi vida, pareció que no sería nada más que una víctima de mi adicción. Pero soy una de las almas afortunadas que tuvieron una oportunidad de recuperarse. A los 21 años, un médico me formuló pastillas opiodes para el dolor de espalda. Lentamente, pero con paso seguro, me volví adicto y en pocos años mi vida se estaba desmoronando. Sin tratamiento, me hubiera convertido en parte de la asombrosa estadística.
Tenía 25 años cuando entré por primera vez a rehabilitación. Yo negaba que fuera alcohólico y drogadicto. Entendía que tenía un problema con la prescripción de las pastillas, pero seguía rechazando la idea de que las píldoras fueran la razón por la cual mi vida era un caos. No podía ver que estaban matándome lentamente y que estaban afectando a mi familia. Y la idea de estar sobrio los siguientes 50 años de mi vida me aterrorizaba. No podía creer que pudiera ser feliz sin algún tipo de dependencia química, y estaba dispuesto a sacrificar cualquier cosa que impidiera mi dependencia.
No sabes que eres adicto hasta que es demasiado tarde. Yo todavía tenía una casa, un novio y dinero. Todavía era capaz de manipular a mi madre, mi hermana, mis amigos y otras personas sobrias que me apoyaban, para alimentar mi enfermedad. La euforia temporal que tanto anhelaba reemplazaba mis sentimientos irresueltos de no pertenecer a ninguna parte.
Después de solo 28 días en rehabilitación en el 2011, recaí. Impulsé mi adicción con otros opiodes, justificando mi caída libre a través de la negación: mientras evitara mi droga preferida no era adicto, ¿cierto?
Lo perdí todo. Incluyendo amigos y familia. Y la cárcel e incluso la muerte se convirtieron en opciones muy reales. No tenía amigos y mi familia me excluyó de las celebraciones familiares. La soga se estaba apretando cada vez más.
Recuperarse después de esa tortuosa y destructiva recaída ha sido lo más difícil que he tenido que hacer en la vida. Tuve que aprender cómo volver a ser un ser humano. Tuve que reaprender cómo ser adulto, cómo cuidar a los demás y cómo mantener mi palabra. Tuve que enfrentarme a mis problemas personales y aprender a manejarlos.
No tenía opción. Sabía que si recaía de nuevo, seguramente moriría. Esa era mi última oportunidad. Busqué ayuda.
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La gente que busca ayuda necesita tener acceso a un tratamiento asequible. Los adictos de bajos ingresos y que no tienen seguro médico no pueden tener acceso a clínicas de rehabilitación profesionales, que son muy caras pero ofrecen las mayores tasas de recuperación. El tratamiento personal es posible, pero tiene un alto índice de recaída. Con frecuencia, mucha gente opta por el encarcelamiento, que provee un tratamiento de atención médica pagado por la ciudad o por el estado.
La prevención sigue siendo esquiva. Aunque cada estado tiene un Programa de Monitoreo de Medicamentos de Prescripción (PDMP, por sus siglas en inglés), que tiene como objetivo identificar y prevenir el abuso de medicamentos recetados, solo 16 estados exigen que los proveedores médicos usen los PDMP.
Los PDMP son un enfoque descendente para abordar la crisis, pero se puede hacer mucho más para educar de abajo hacia arriba.
Más de 92 millones de estadounidenses –el 38% de la población– fueron prescritos con opiodes en 2015, y un promedio de 5% de esos adultos abusaban de esas drogas. Muchas veces, los médicos no saben que sus pacientes son más susceptibles a abusar de los opiodes, y algunos de ellos –incluyéndome– no lo saben hasta que es demasiado tarde.
Ganarle la batalla a la crisis de los opiodes requerirá más que cambios administrativos en la política de salud. Necesita educar a la gente sobre los graves peligros de abusar de los medicamentos prescritos, más monitoreo colaborativo de prescripciones entre gobiernos estatales y, culturalmente, aprender a aceptar a aquellos que tienen la enfermedad a través de una adicción desestigmatizante.
Sin eso, los estadounidenses seguirán sucumbiendo a una enfermedad prevenible que afectará el resto de sus vidas.