(CNN) – Según el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, la masacre en una iglesia de Texas que dejó 26 personas muertas fue un “problema de salud mental al nivel más alto”.
Pero si le preguntas a investigadores de salud mental, esos tiroteos masivos son un problema mucho más complicado que eso.
Este domingo, Devin Kelley, de 26 años, disparó indiscriminadamente en el santuario de la Primera Iglesia Bautista en Sutherland Springs, Texas, a unos 50 kilómetros al oeste de San Antonio. La menor de las víctimas tenía apenas 17 meses; el mayor, 77 años.
“Tenemos muchos problemas mentales en nuestro país, como en otros países, pero esto no es un problema de armas”, dijo Trump durante una conferencia de prensa conjunta con el primer ministro de Japón, Shinzo Abe en Tokio.
“Es un problema de salud mental al nivel más alto”, dijo el presidente de Estados Unidos. “Es un evento muy, muy triste”.
La respuesta de Trump a la masacre de Texas hizo eco de comentarios previos que él mismo había hecho sobre la violencia con armas. En 2015, Trump dijo que se oponía a ajustar las leyes contra las armas en el país, pero que estaba a favor de abordar el tema de la salud mental para prevenir tiroteos masivos.
Aún así, varios estudios epidemiológicos en las últimas dos décadas muestran que una gran mayoría de personas con enfermedades mentales graves, como esquizofrenia, desorden bipolar o depresión severa, no son más propensas a ser más violentas que los demás.
En cambio, las personas con enfermedades mentales severas son más de 10 veces más propensas a ser víctimas de crímenes violentos que la población general. Y solo entre el 3% y 5% de actos violentos pueden ser atribuidos a individuos con enfermedades mentales graves, según el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos.
Pero aquellas estadísticas “casi que no tienen nada que ver con tiroteos masivos”, dice Jeffrey Swanson, profesor de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Duke, que se especializa en violencia de armas y enfermedades mentales.
Entonces exactamente, ¿cómo se entrelaza la salud mental y la violencia por armas, y qué se necesita para detener esta última?
La violencia por armas y las enfermedades mentales son problemas de salud pública “que se cruzan en los bordes” pero tienen muy poca superposición, le dijo Swanson a CNN el año pasado.
No hay duda de que los sistemas de salud mental de Estados Unidos están sobrecargados, son costosos e inaccesibles para muchos que los necesitan, dice él. Pero cuando se trata de violencia con armas en esta comunidad, los índices de suicidio tienden a ser mucho más altos que los homicidios, afirma el especialista.
“Si pensamos en las lesiones y la mortalidad relacionadas con armas de fuego como un problema de salud pública, resulta que hay una historia relacionada con la salud mental, y es el suicidio”, dijo Swanson. “Si tuviéramos un mejor sistema de salud y le diéramos a la gente un mejor acceso y rompiéramos las barreras a la salud, entonces sí, podríamos reducir mucho la violencia armada reduciendo los suicidios”.
De lo contrario, la enfermedad mental es solo un factor “altamente sin especificar” que puede contribuir a la violencia con armas de fuego, como ser joven, blanco u hombre o tener una historia de violencia, dijo Swanson.
En vez de políticas que restrinjan el acceso a las armas basadas únicamente en diagnósticos de enfermedades mentales o porque una persona haya tenido contacto con el sistema judicial o con agencias de servicios de salud debido a enfermedades mentales, la Asociación Estadounidense de Psicología, la Alianza Nacional de Enfermedades Mentales y otros grupos han hecho un llamado a que los criterios de acceso a armas se basen en indicadores más sutiles de comportamiento potencialmente peligroso.
Esos indicadores —como tener condenas o cargos por delitos menores violentos en el pasado o pendientes, órdenes de restricción por violencia doméstica o múltiples condenas por conducir bajo la influencia del alcohol— han sido sido ampliamente informados por el trabajo de Swanson y otros.
Swanson apoya la intervención en el punto de compra mediante una revisión exhaustiva de antecedentes. Pero para que esa revisión de antecedentes funcione se deben incluir otros criterios en las bases de datos como indicadores de agresividad, impulsividad o riesgo de comportamiento, en vez de solamente el historial de salud mental.
“Una historia de comportamiento violento es de lejos un mejor predictor de violencia futura que las enfermedades mentales”, agregó.
Decir que la violencia con armas de fuego es problema de salud mental es el chivo expiatorio y estigmatiza a las personas con enfermedades mentales, agregó Swanson.
“Si la gente le teme a las personas con enfermedades mentales, los van a tratar con desprecio y respaldarán las políticas que restringen sus libertades”, dice.
Después de todo, las enfermedades mentales afectan a millones de adultos en todo el país.
En 2015, había un estimado de 43,4 millones de adultos en Estados Unidos que tuvieron algún tipo de enfermedad mental en el año anterior, lo que representa el 17,9% de los adultos de todo el país, según el Instituto Nacional de Salud Mental.
La Asociación Estadounidense de Psicología recomienda prohibir el uso de armas de fuego a grupos de alto riesgo, como delincuentes de violencia doméstica o personas condenadas por delitos violentos menores.
Swanson y sus colegas examinaron una porción de la población de Estados Unidos con comportamiento de ira impulsiva que poseen o usan armas y que han sido diagnosticados con enfermedades mentales. El estudio fue publicado en 2015 en el diario Behavioral Sciences & the Law.
El análisis de los resultados de la encuesta estima que casi uno de cada 10 adultos que tiene acceso a armas de fuego tiene problemas de manejo de ira y de comportamiento agresivo impulsivo.
Esas personas tienden sobre todo a ser hombres, jóvenes, casados que viven en áreas alejadas de los centros metropolitanos de las ciudades centrales, según escribieron Swanson y sus colegas en el artículo.
Estos fueron significativamente más propensos a cumplir con criterios de diagnóstico de una amplia gama de trastornos mentales como depresión, trastornos bipolares y de ansiedad, trastorno de estrés postraumático, trastorno explosivo intermitente, juego patológico, trastorno alimentario, trastornos por consumo de alcohol y drogas y una variedad de trastornos de la personalidad.